Los acontecimientos, dicen los historiadores, se estudian en su duración, teniendo en mente los procesos diacrónicos que los nutren, y que configuran continuidades y rupturas en el tiempo de las sociedades. El pasado, bajo esta mirada, no se percibe como un lugar anquilosado, oxidado en el recuerdo, sino como un espacio que vale la pena visitar pues nos revela las herencias de ese tiempo anterior que permanecen en el presente, así como las formas que se perdieron o que cambiaron con el paso de los años. El presente, a su vez, se entiende como un lugar desde el cual podemos actuar, bien sea para producir un cambio en las mentalidades y de esta manera configurar un futuro distinto al que se vive, o para buscar las permanencias de modelos en uso que nos lleven a un mañana predecible. Pasado, presente y futuro interactúan entre sí, bajo esta mirada dinámica de los contextos históricos, obligándonos constantemente a reinterpretar los hechos y a revisitar los acontecimientos.
Este manejo dinámico del tiempo, en mi opinión, está en el corazón de la película Walker¸ dirigida por Alex Cox. El director visita el pasado con el fin de recrear la forma en la que William Walker llegó a ocupar la presidencia de Nicaragua, entre 1856 y 1857, detallando algunos rasgos del carácter de este individuo, que muere fusilado en Honduras en 1860. Lo interesante, aquí, es la forma como Cox encara ese pasado que desea narrar. No es esta la típica epopeya histórica, en la que destaca la fidelidad de la imagen con respecto al tiempo narrado. Cox deliberadamente no quiere ser fiel a la cronología, y puebla su historia de anacronismos, que escandalizarían a un historiador de vieja escuela. No estamos ante una historia lineal, en donde el pasado y el presente se mantengan separados e inalterados; poco a poco, sobretodo en la segunda parte del film, empiezan a introducirse en la trama elementos o artículos propios del presente de la filmación: los años 80 del siglo XX ¿Por qué lo hace? “By populating the world of the 1850s with computers, television journalists, cigarette machines, Coca-Cola bottles and MercedesBenz sedans, the film”, dice Tony Shaw, “consciously frustrates audience expectations about the historical film genre”.
El momento de mayor paroxismo atemporal, en donde se terminan de quebrar los parámetros de estas “películas históricas”, llega al final: un convoy de soldados americanos aparece en escena, llevándose a los ciudadanos de ese país en un helicóptero con el fin de salvarlos de la contienda bélica que se apodera de Nicaragua. En clara referencia a la lucha entre Contras (quienes fueron subvencionados por la administración Reagan) y Sandinistas, el pasado se funde con el presente en ese momento clave. Walker permanece, muere fusilado, y al final la película adopta las formas de un documental, mostrando a los civiles muertos en la confrontación de los años 80. Esta es una historia real, se ha leído al principio del filme; los muertos del final también son reales, según sabemos. Y en medio está la historia que deliberadamente quiere ser anacrónica. La película liga el pasado con el presente, a través de la figura de Walker, demostrando las enormes similitudes entre la mirada sobre Nicaragua que se dio en 1850, y la que se da 135 años después.
En efecto: la percepción de los Estados Unidos sobre Nicaragua, en particular, y sobre Latinoamérica, en general, parece que no cambió mucho en este período de tiempo. Shaw dice que la película “tells viewers that the doctrine of Manifest Destiny remains an axiom of modern-day US foreign policy”. Cox, recordemos, se preguntaba por su presente, cuando filmó la película. Preguntémonos ahora por nuestro presente, el año 2017, que se entiende aquí como el futuro de Cox ¿Se perciben continuidades o rupturas? Si nos guiamos por algunas de las promesas que llevaron a Donald Trump a la presidencia, parecería que hablamos más de permanencias que de cambios: “We’re going to make great trade deals. We’re going to rebuild our military. It’s going to be so big, so strong, so powerful. Nobody is going to mess with us, believe me, nobody… I would bomb the s–t out of them. We’re going to make America great again”. Como Walker, Trump le habla a individuos que aún creen en el Excepcionalismo Norteamericano, lo cual aparentemente legitima las intervenciones internacionales convirtiéndolas en una especie de Guerra Justa. Una nación fuerte y poderosa, que se debe imponer de cualquier modo.
Walker, en este sentido, se presenta como una película actual para nosotros, y sus críticas parecen muy atinadas en el contexto global contemporáneo. El poder subversivo de jugar con los anacronismos en varias de sus escenas, consolidan al filme como parte de un proceso que todavía no termina.
Me ha encantado leer tu comentario, especialmente la asociación tuya sobre cómo funciona y cómo se ha descrito el tiempo. Y tu cuestión sobre la actualidad de esta película, ahora que Donald Trump es presidente, me hizo volver a pensar en la película y en cómo un acontecimiento histórico “tan viejo” pueda tener consecuencias en la sociedad moderna.
Apuntas muy bien con tu post al uso del tiempo en la película, este juego entre el pasado y el presente que se da hacia el final, conecta con la realidad del momento de la filmación, Walker como film es al mismo tiempo fiel y no a la historia para dejarnos con la percepción de que detrás del discurso vacío de las intervenciones políticas y militares sólo hay un deseo desmedido de ambición que raya en la locura.