Leer tanto la relación de Cortéz como el análisis que le precede fue familiar y doloroso. Familiar porque recuerdo en quinto grado, cuando tenía 10 años, leer en mi libro de historia cómo la invasión española – a la que el libro catalogaba como llegada y descubrimiento – le otorgó acceso a los indígenas de valiosas costumbres y tecnologías. Con esta versión parcial y anti-indígena de la historia, recuerdo haber pensado cómo era aún necesario hacer esfuerzos para que las comunidades indígenas que habían en el resto del país – mi natal Colombia – se integraran a nuestra sociedad y dejaran sus costumbres, que se podían apreciar como simplemente un reflejo de una época más primitiva para la humanidad. Por supuesto, nunca pensé que esta asimilación debía hacerse de manera violenta, pero no le quita lo denigrante.
¿Por qué leer el análisis de la relación de Cortéz me recordó este momento y me resultó familiar? Porque, de nuevo aquí, no se hablan de las cosas cómo son. No se dice que Cortéz torturó y mató a miles de aztecas (al menos 3 mil como él mismo confiesa en esta relación), secuestró a varios también para usarlos como traductores o esclavos y ejecutó persecución religiosa, sino que se le caracteriza como poseedor de “[una] aguda consciencia política, [un] brillante uso de intérpretes y [de] inquebrantable voluntad…”. Como en ese libro de historia que yo leí hace más de 15 años, aquí tampoco se dice la verdad, y se glorifica la violencia de la que los invasores fueron responsables – sin mencionar la violencia, claro – como otorgadora de progreso. Y la razón por la cual fue doloroso leer la lectura asignada es obvia. La grandeza del imperio Azteca, superficialmente relatada por Cortéz y confirmada por hallazgos arqueológicos y demás, fue arrasada, totalmente destruída por la invasión española. Es una pérdida irreparable. De hecho se ha confirmado que es casi imposible calcular cuánto en su totalidad destruyeron los españoles. Pero hay algo que sí es reparable: el entendimiento que tenemos de lo que sucedió y de sus consecuencias para nuestra realidad. Para lograr esta reparación, debemos considerar la versión, la perspectiva, de las voces que por siglos se han ignorado – las voces indígenas – tanto para entender el pasado como el presente y escapar de la edad oscura que nos heredó la conquista.
Querido Rubén,
Como sabes, estoy asegurándome de haber contestado a todas las entradas en el UBC Blogs.
Agradezco mucho tu comentario tan bien desarrollado y argumentado. El acto de compartir con nosotros tu reacción al leer la introducción a la “Segunda carta de relación” de Hernán Cortés y la carta misma ha sido muy valioso. Es cierto que los autores de muchos libros contemporáneos, a pesar de ser supuestamente progresistas y anti-conquista, recuperan el discurso tradicional que glorifica la violencia de los conquistadores y minimiza la enorme pérdida (humana, cultural, etc.) que conllevó la Conquista para los indígenas. Muchas gracias por señalar esta tendencia de manera tan convincente y sugerir la manera en que se podría lograr una reparación.
Profe Kim,
Aprecio mucho su observación sobre mi entrada. Me alegra saber que la forma en que señalé la actitud errónea de glorificar la colonización haya sido convincente. Mientras crecía, esta actitud fue tan normalizada que nunca fui capaz de reconocer lo erróneo de ella hasta dentro de poco; entonces quería señalarla con la esperanza de que otrxs pudieron reflexionar al respecto.
Agradecido como siempre.