Antón es un cuento que permite, sin lugar a dudas y pese a su brevedad, un amplio abanico de lecturas e interpretaciones. No obstante lo anterior, quisiera centrar mi breve análisis en dos elementos que a su vez se entrelazan en uno: la relación entre el género y el trabajo en el marco de la Francia de la segunda mitad del siglo XIX.
Como bien se sabe, la revolución francesa significó, entre otras cosas, el triunfo de la burguesía y el derrocamiento de la nobleza. El siglo XIX en general, ligado a los procesos industrializadotes transformaron totalmente la forma de concebir el ser humano. Entre las nociones trastocadas está sin duda las construcciones de género (de lo femenino y masculino) junto con la relación con el trabajo. Se pasa de una producción de subsistencia a una que apunta a la acumulación, el intercambio y el trabajo remunerado.
Pensemos a continuación de qué modo se refleja lo anterior en el cuento de Maupassant. Antón, protagonista del cuento y quien da nombre al relato, es el dueño de la que es –probablemente- la única posada del pequeño pueblo de Tournevent. Lugar que, como da a entender el autor en las primeras líneas, sólo se constituía de un reducido número de casas que eran “una especie de feudo para el señor Antón”. El evocar la idea del “feudo” nos traslada inmediatamente a un escenario de “Antiguo Régimen”, más aún, al comprobar que efectivamente el protagonista vivía y gozaba acorde a una lógica laboral que no era propia de la sociedad burguesa. Este es precisamente el reproche que le hace constantemente su señora (la que como buena “mujer burguesa” no puede huir de su rol de acompañante): “La molestaba su alegría, su fama de hombre campechano, su inquebrantable salud, su obesidad. Le miraba despreciativamente al verle ganar dinero sin hacer nada y al verle comer y beber por ocho”. Es precisamente el hecho de que su marido no trabaje y gane dinero (al igual que en un régimen feudal), mientras que ella sí trabaja para ganar dinero (engordando pollos), lo que hace que ella se enfurezca.
El momento de la parálisis de Antón representa en cierta medida la saturación de una forma o estilo de vida (nobiliario si se quiere) del vivir sin esfuerzo. Es precisamente en este momento en que su mujer lo lleva a transformar su masculinidad desde una percepción propia del antiguo régimen a una burguesa, el trabajo. Es allí cuando la mujer (trabajadora) debe transformar a su marido en un elemento “útil”. Es interesante que la paradoja que se presente sea precisamente que la “utilidad” de Antón derive de su “incapacidad física”. Mientras tuvo salud no trabajó, pero cuando careció de ella debió hacerlo. Es precisamente esto lo que le recalca su mujer al acomodar los huevos bajo sus brazos: “Antón, asombrado, preguntó: -Pero ¿qué piensas? – Que sirvas de algo: incuba”. En ese momento debió entrar bajo la lógica del trabajo capitalista del siglo XIX, o trabaja o muere de hambre, sólo que esta vez no es “el mercado” quien procede a ejecutar el castigo sino su mujer.
Es precisamente en este momento en que se genera una transformación interesante en términos de género. Antón, quien seguía un modelo aristocrático de vida y masculinidad, pasa a desempeñar un papel femenino ligado a la maternidad. Sin embargo, esta maternidad no es en un sentido aristocrático, sino más bien burgués. Esto se evidencia principalmente en las últimas líneas del relato. Al nacer el último de los pollos, la alegría del protagonista no puede ser escondida: “Y el gordo, borracho de alegría, besó al último con tanta efusión, que a poco más lo espachurra entre sus labios. Quería quedárselo en la cama toda la noche, dominado por una ternura de madre hacia el pobre ser que debía la vida”. Sin embargo, una vez pasado el éxtasis inicial, se aprecia aquel elemento tan cotidiano en un contexto industrial, la utilización del hijo como fuerza laboral, o dicho o en otros términos, la utilización de los hijos para la supervivencia de los padres y la familia. Es precisamente aquel elemento el que aparece en el último diálogo del texto: “—¿Me convidas, para cuando estén ya cebados, a comer uno con tomate? La idea sublime de comer un pollo con tomate iluminó el semblante de Antón, el Triple Antón, con sincero entusiasmo repuso: — ¡Vaya si te convido! Quedas convidado para lo que dices, yerno”. Y así fue como Antón, quien nunca tuvo hija ni casada ni por casar, terminó por acceder a engullir lo más parecido a un hijo que había tenido. Por supuesto, la proyección del cuento queda abierta, no sabemos si tras el parto Antón volverá nuevamente a su vida aristocrática, lo que sí sabemos, es que al menos por el instante único del relato, se lograron trastocar las nociones de clase y de género en la posada del pequeño pueblo de Tournevent.