Peru Election 2006

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El Concepto de Nacionalismo y su relación con los candidatos

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El nacionalismo y su polémica
El Comercio, 30 de abril del 2006. Por Milagros Leiva Gálvez

CRUCE DE IDEAS. Una cosa es patria y otra es nación. Una cosa es ser patriota, compatriota y otra patriotero. Y otra muy diferente es ser nacionalista. El sancochado que tienen electores peruanos y despistados candidatos es general. Aquí una apretada revisión del concepto
Uno
Patria es la tierra de los padres, la que nos legaron a nosotros para que la conservemos y después la hereden nuestros hijos. Patria es la suma de hombres y territorios unidos por la historia, la tradición, la leyenda y aun el mito. Es el pasado, el presente y el futuro. Así piensa el reconocido historiador José Antonio del Busto en su artículo “El Perú Esencial”. Así cuenta la historia. El Perú como patria nació hace 15 mil años o quizá más. Surgió cuando un grupo de cazadores nómades ingresó a nuestro territorio y decidió quedarse. El concepto es tan antiguo como nuestra existencia misma.
Dos
Patriotismo es el amor a la patria y el amor siempre arrastra apego, emoción, fidelidad, admiración, simpatía, excitación. Este sentimiento es instintivo en el hombre. Algunos confunden patriotismo con chauvinismo, que es el aprecio desmesurado de lo propio con desprecio de lo externo. El patriotero también es un intolerante.
Tres
Nacionalismo es en esencia la doctrina que propugna como valor primordial que la identidad de un pueblo se encuentra en su pertenencia “gloriosa” a una nación –propia y exclusiva–, que se debe preservar, defender –y en las ideologías extremas: imponer– frente a cualquier influencia externa.
La idea de nación designa a un pueblo que se une y autodetermina en base a un origen y pasado propios; y que se organiza en base a intereses comunes. El nacionalismo parte del presupuesto de que todos los integrantes de la nación tienen los mismos valores y convicciones; pero el concepto de estado-nación es relativamente reciente en la historia de la humanidad. Surgió en el siglo XVII, cuando se proponían estados burocráticos centralizados como respuesta “moderna” a las antiguas formas de poder y economía feudal. Estas nuevas formas de poder y organización se expandieron durante el siglo XIX por toda Europa reverberando su inspiración en la Revolución Francesa y demás movimientos liberales e independentistas.
El nacionalismo, según Carlos J. Hayes, “es la fusión del patriotismo con la conciencia de la propia nacionalidad”; pero desde su cimiente generó animadversiones, como la de Ernest Gellner: “El nacionalismo no es el despertar de las naciones hacia su conciencia propia: inventa naciones donde no las hay”.
Partiendo de la búsqueda de una soberanía autárquica, el ideal nacionalista derivó en teorías románticas que hablaban de una “identidad cultural íntegra” (nacionalismo étnico), otras de índole liberal que hablaban del consenso absoluto de la población de una región (nacionalismo cívico) y hasta fue asimilado por las monarquías tradicionalistas.
Pero el concepto es tan atávico y susceptible a los instintos primarios que, abandonando su naturaleza profundamente conservadora, derivó hasta en un nacionalismo de izquierdas. En América Latina, el ‘internacionalismo’ de quienes se llamaban progresistas se fue al tacho. El escritor Mario Vargas Llosa lo explica bien en su artículo “Naciones, ficciones”, publicado en El Comercio el 13 de diciembre de 1992: “El nacionalismo es un recurso camaleónico al servicio de políticos de todo pelaje. En el siglo XIX pareció que el socialismo acabaría con él, que la teoría de la lucha de clases, la revolución y el internacionalismo proletario permitirían disolver las fronteras y establecer la sociedad universal. Ocurrió al revés. Stalin y Mao fortalecieron la idea nacional hasta el chauvinismo y, luego de la bancarrota comunista, es en nombre del nacionalismo que justifican ahora su existencia regímenes como el de Corea del Norte, Vietnam y Cuba”.
Un pensador como Charles Billig prefiere hablar del “nacionalismo banal” que se utiliza para exacerbar el odio y manipular el resentimiento con argumentos más emocionales que inteligentes.
LA CONFUSIÓN
La diferencia entre nacionalismo y patriotismo ha preocupado, enfrentado y apasionado a pensadores, políticos y artistas durante todo el siglo XX. Hasta un militar como Charles de Gaulle, quien a mediados del siglo pasado dirigió la política exterior de Francia como una “potencia nacionalista”, tuvo que pararse al frente para hacer el deslinde de conceptos, pues la crítica ya lo andaba demoliendo: “Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero. Nacionalismo, cuando el odio por los demás pueblos es lo primero”, dijo para salvarse.
El escritor británico George Orwell en sus famosas “Notes on Nationalism”, escritas en 1945, también optó por la noción de patria en desmedro de la de nación a la que redujo como el botín de “la ambición de poder”. Su compatriota, el escritor Richard Aldington, anduvo en la misma línea crítica: “El patriotismo es el sentido generoso de la responsabilidad colectiva. El nacionalismo es el gallo jactancioso en su propio corral”.
La crítica a este concepto fue casi un sentimiento generalizado entre los librepensadores. El dramaturgo irlandés George Bernad Shaw lo decía con ironía: “El nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí”. Un existencialista como Albert Camus prefirió revelarse como un patriótico en esencia: “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”. El filósofo Bernard Henri-Lévy fue el más indignado: “El nacionalismo es siempre una tontería, y el nacionalismo étnico, una tontería asesina”. Stefan Zweig, escritor y pacifista austríaco, fue más allá: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
¿Pero fue el amor a la tierra la primera piedra que originó este concepto? El filósofo español Fernando Savater lo explica en su libro “Contra las Patrias”: “Del sentimiento de amor al propio terruño no se deriva forzosamente la ideología nacionalista, del mismo modo que el incesto no es una consecuencia inevitable del amor filial: en ambos casos se trata de desbordamientos morbosos y probablemente indeseables”. El escritor vasco no solo aborrece este término que tanta violencia ha originado en su país, también es un convencido de que el Estado democrático moderno no tiene como misión fabricar homogeneidad social a costa de las diferencias de los grupos que en él conviven, sino defender el marco común de derechos individuales en que estas deben y pueden convivir. Lo cual produce, a la larga, la verdadera homogeneidad deseable.
Dos más. Nunca nadie tan carnal como Albert Einstein: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”. Y nunca nadie tan espiritual como el liberal Mario Vargas Llosa: “El nacionalismo es una aberración. Es la cultura de los incultos”.
EL PELIGROSO EXTREMO
La teoría es sencilla: Si la amenaza tiene sonido de bala, el pueblo se controla más rápido y mejor. Al menos esa fue (es) la noción de tantos hombres que en el nombre del amor desmedido a la patria usaron (usan) el poder para crear un régimen totalitario. El ejemplo más fanático tiene bigotes cortos. Se conoce su brazo derecho en alto y su temperamento rabioso; su rictus inmutable ante los niños muertos; su llamado a la nueva Alemania unida y jamás vencida. Adolfo Hitler fue un hombre que creyó en la limpieza étnica. La raza era su nación.
Hoy nadie duda de que Hitler era lo que un estudioso como Carlton J.H. Hayes ha llamado ejemplo de nacionalismo integral. Es decir, un hombre que coloca su patria por encima de todo. Por eso atacó a los judíos que vivían en Alemania, los convirtió en extranjeros y les negó la ciudadanía; por eso prohibió la inmigración de cualquier ciudadano del mundo que no fuera alemán. Nacionalizó la educación, llevó a cabo reformas económicas acordes con los principios del socialismo nacional (y no del marxismo), condenó la corrupción del Parlamento y se erigió como la autoridad central. El nacionalismo fue su religión y para eso impartió su dogma a los jóvenes de manera rigurosa en escuelas y universidades. Eran sus ‘reservistas’. El genocidio que vino después es siniestra historia conocida. Lo mismo pasó con Mussolini.
EL CASO PERUANO
¿Existe, ha existido, nacionalismo en el Perú? “Hubo varios gobiernos nacionalistas, aunque ninguno lo fue en un sentido completo e integral. Cáceres puede ser catalogado como tal, aunque firmó el contrato Grace, que terminó de someter el país al capital extranjero”, asegura el historiador Antonio Zapata. Según el estudioso, todo nacionalista es patriota, pero no todo patriota hace de la nación el eje de su planteamiento: “Piérola fue patriota, fue fundador del partido ‘demócrata’ y dejó el nacionalismo para su archirrival: Cáceres”. En esta campaña electoral dos nombres han sido señalados para explicar el discurso nacionalista: Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. “Ambos fueron muy patriotas y vibraron con el Perú, pero, ninguno fue nacionalista. El uno estuvo por el populismo y el otro por el socialismo”, remata el historiador.
¿Todo régimen nacionalista es totalitario? Gisele Velarde, filósofa y especialista en Ética y Política, explica: “Aun cuando tenemos la trágica historia del Nacional Socialismo Alemán, el riesgo de que se puedan volver totalitarios depende de la sociedad donde se desarrolla el sentimiento nacionalista. En el Perú ese riesgo es real, pues compartimos con el totalitarismo un rasgo central en su origen, que es la existencia de grandes masas sin pertenencia y esto es peligroso, pues es muy fácil que se aglutinen detrás de un líder y que se dejen engañar en miras a un ofrecimiento mínimo de sentido, del cual sus vidas están desprovistas por completo. Tener grandes mayorías que no pueden competir ni vivir está de la mano con la ausencia o abdicación al pensamiento”.
Alguien ha dicho que el nacionalismo es una enfermedad que se cura con los viajes. Habría que agregar que, además de alistar maletas, urge visitar una biblioteca.
EN EL PERÚ. ‘No creo que estemos en la hora del nacionalismo ni que esta ideología pueda ayudar en forma efectiva a resolver los graves males sociales del Perú. Antes que ideologías encubridoras, un enfermo tan delicado como el Perú requiere diagnósticos y soluciones más racionales. Con pasión y afán por el Perú, pero con cabeza fría’, sentencia el historiador Antonio Zapata.
Candidatos 2006
El Comercio, 30 de abril del 2006. Por Gisele Velarde, filósofa

OLLANTA HUMALA . No es nacionalista; él se dice –se vende– como uno. Exalta el tema del racismo porque le conviene y esto es “pan comido” en el Perú. El recurso le permite manipular y mentir a una gran mayoría de personas totalmente excluidas y resentidas. Esto cala muy bien, pues esta gente no tiene nada que perder. Hay tres cosas interesantes detrás de este supuesto nacionalismo: (1) una ausencia de pertenencia de gran parte de los peruanos que va ligada a actitudes autodestructivas; (2) la manifestación creciente de actitudes prerreflexivas, pulsionales o instintivas dado el decrecimiento de la racionalidad entre nosotros, y (3) el deseo (inconsciente) de no asumir la responsabilidad ante nuestras vidas y delegarla en otro, lo cual es propio en épocas de crisis cultural donde surgen sentimientos nacionalistas.
ALAN GARCÍA. No es realmente un nacionalista y no puede serlo, pues no tenemos los elementos que permiten un nacionalismo real en el Perú. En todo caso, sus pretensiones han sido más bien estatistas. Su idea y concepción de la social democracia es trasnochada y no sabe cómo articularla en el Perú tampoco: por eso también le es más conveniente bailar que hablar.

Written by Michael Ha

April 30th, 2006 at 5:28 pm

Posted in Political Parties

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