García Linera, Álvaro. La potencia plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia. Antología y presentación de Pablo Stefanoni. CLACSO, 2009, pp. 530.
¿Nosotros? La historia vista como un todo organizado es en el fondo un elogio de los que dicen nosotros en su empleo inclusivo. En términos más locales diríamos, por ejemplo, que el nombre “indio” cuando se lo trata de manera inclusiva se llama “indigenismo” o quizás también “indianismo”, un gesto que incluye y al mismo tiempo censura aquello que insiste como grito ininteligible y amenaza al discurso totalizador de la historia. La gramática distingue en ese pronombre (un poco misterioso) dos modalidades enunciativas: una inclusiva, cuando el que lo pronuncia incluye al interlocutor; y otra exclusiva, cuando el que lo pronuncia excluye al interlocutor. Esta distinción destaca que las formaciones culturales han explorado diversas variantes del nosotros inclusivo sin prestar atención a lo que quedaba concentrado detrás de la otra modalidad de enunciación.
¿Hay la sociedad? La lectura del malestar postmoderno se clarifica a partir de una idea del discurso como un lazo social basado en la inconsistencia del lenguaje y no en lo social como un espacio igualitario entre semejantes. En este sentido, el lazo social es transindividual, pero al mismo tiempo se sostiene críticamente en un campo intersubjetivo, donde lo que prevalecen son las articulaciones posibles de una red simbólica siempre fallida que regula de diferentes maneras las relaciones sociales. Un lazo igualitario, señala Lacan al respecto, conduciría inevitablemente a la guerra, y la guerra es la más clara manifestación de la pulsión de muerte en la actualidad. La explosión de la pulsión de muerte durante la Primera Guerra Mundial le enseña a Freud, por ejemplo, una profunda verdad sobre la imposibilidad de las relaciones igualitarias: el descubrimiento de que el odio es inseparable del amor. Freud instaló esta idea en el centro de su pensamiento sobre el malestar en la cultura y esto mismo le reveló, según señaló J.A. Miller en “Psicoanálisis y sociedad”, la estrecha relación que existe entre el avance tecnológico y la autodestrucción del hombre. Así fue, prosigue Miller, cuando Freud preguntó en una carta a Einstein de 1932 qué iba a hacer con su descubrimiento de la materia y la energía, es decir, “el secreto de lo que mantiene todo junto”, descubrimiento que sabemos fue la base de la bomba atómica. Einstein, según cuentan los papeles de su archivo, no le respondió absolutamente nada.
Propongo estas interrogantes como trasfondo a estas notas sobre la selección/compilación que presenta Pablo Stefanoni de los textos de Álvaro García Linera publicados entre 1989 y 2005 (salvo el último, inédito, que fue escrito el año 2008 durante su segundo año vicepresidencial). Un trasfondo necesario, pienso, pues los conceptos de “sociedad” y “Estado” que propone García Linera, en su intento por fundir marxismo con realidad andina (Stefanoni dixit), son abordados desde una óptica que no depone la idea de una unidad social cohesionada en un “nosotros” o “comunidad nacional” (458), la cual se acercaría, incluso, a la dinámica de un nuevo “Estado en transición” (García Linera propone cuatro fases de este proceso de conformación), donde confluyen, según afirma, una “correlación política de fuerzas entre bloques y clases sociales con capacidad de influir en la implementación de decisiones gubernamentales” (502).
En otras palabras, esta compilación de artículos propone un recorrido nítido, repetitivo, casi cronológico de una reflexión sociopolítica que vista retrospectivamente, sienta las bases ideológicas de la llegada al poder del Movimiento al Socialismo en el año 2006, y que prosigue con cierto capricho hasta hoy, valga decirlo. Stefanoni, en este sentido, realiza una cauta pero a su vez astuta selección que refleja los entretelones discursivos de este intelectual en el arco temporal de poco más de 15 años (el último artículo, como mencioné anteriormente, es el que sintomáticamente plantea las nociones de “Estado en transición” y “punto de bifurcación”, este último, definido como “punto de conversión y estabilización del desorden del sistema en orden” (524)).
El gesto reformista y a su vez conservador, si vale la paradoja, resuena a lo largo de estos textos. Por ejemplo, cuando García Linera descompone la noción de ciudadanía para de esta manera achicar las distancias entre voluntad social y gestión estatal, plantea inmediatamente que el estado boliviano atraviesa “procesos de autounificación institucional creciente” (434). García Linera es un creyente fervoroso de la restauración y reestructuración del Estado, aunque su visión de partida sea buscar, debajo del pensamiento crítico de Marx, el espíritu agrario en proceso de enajenación y la vitalidad de la masa en movimiento. El horizonte de expectativas que se percibe en lo aparentemente innovador de cada uno de los textos es finalmente la “autounificación institucional” y la eficiencia igualitaria que viene de las pulsaciones emanadas de la sociedad civil. Todo esto como condición ineludible para la construcción de un proyecto nacional, no tanto plurinacional, que traía entre manos.
La pregunta que subyace es si tal restauración antineoliberal logra trascender los espacios hegemónicos donde el Estado hace posible una nueva administración de la ciudadanía y donde en “Estados de transición”, según señala García Linera, se debe incluir la fuerza poblacional de los movimientos sociales. Las múltiples entradas y caminos que proponen los textos compilados por Stefanoni en este libro, por más que se planteen como alternativos, renovadores o vindicadores del ayllu y el sindicalismo obrerista, terminan replicando la frase ancestral/popular de que todos los caminos conducen a Roma. Es decir, la lectura renovada del marxismo que descarta la idea de una revolución social como obra estatal por encima de la sociedad, o bien, la vindicación de la implicancia institucional de los movimientos sociales de fines del siglo XX, pasando por la relevancia sindicalista de los movimientos obreristas y las insurgencias de las masas indígenas kataristas en el siglo XXI, terminan solapadas en una idea de Estado correlacional, sí, pero centralizador también, que integra y se reconstituye a través de nuevas formas de ciudadanía y de un sindicalismo para entonces ya institucionalizado o institucionalizable. La ciudadanía, que no incluye la externalidad más fundamental que resiste a los Estados de exclusión, a pesar de quebrantarse cuando irrumpe la muchedumbre politizada, no deja escapar la idea de que “el sindicato es el modo en que la población adquiere ciudadanía” (186).
Si bien el sindicato, según García Linera, fue “la única organización de clase obrera del siglo XX” (224), agregamos en Bolivia, el nuevo obrerismo del siglo XXI logra una recuperación de su capacidad de acción, a través de la “producción de un horizonte de acción autodeterminativo” (247). Esta idea, que considero entre las más sugerentes del libro y que se articula al “muchedúmbrico exceso indígena-comunal frente a los poderes dominantes”, no llega a articularse a una tradición anarquista que, según se vio a partir de los trabajos de Huáscar Rodríguez y el propio Pablo Stefanoni, llegaría a encauzar una fuerza de rebelión con base en una autodeterminación común. García Linera hace caso omiso de esta larga y compleja tradición del anarquismo en Bolivia y Latinoamérica. Su punto de partida (y de llegada) es dar cuenta de un posible y añorado proyecto de construcción nacional aunado en un proyecto de reformismo social (62). Si el indio es el límite de comprobación del Estado (177), lo relevante de esta “comunidad imaginada” es, para García Linera, avanzar lo más posible en el “Estado de transición” para consumar un nuevo principio de orden estatal y consolidar finalmente el Estado (439-40), sin olvidar, según reafirma, que “pese a los profundos procesos de mestizaje cultural, aún no se ha podido construir la realidad de una comunidad nacional” (458). El último parágrafo del libro, escrito el año 2008, acaba así: “el punto de bifurcación y su cualidad van a definir la personalidad y la cualidad del nuevo Estado hacia el porvenir” (525).
Rodolfo,
perdona el retraso. Te dejo el comentario/pregunta de esta entrada. Igual ya que estás en Vancouver podríamos discutirlo en persona.
Coincido contigo en que los medios por los cuáles García Linera propone “nuevos” modos de organización llevan hacia el mismo derrotero. No obstante, a mi parecer, al menos en lo que he leído de Bolivia, sintetizado por ti, y ahora desde la perspectiva de Linera, una de las preocupaciones radicales de los movimientos sociales es la de nominalzarse, antes incluso que la de organizarse. En este sentido, cuando mencionas que la de idea de lograr la “producción de un horizonte de acción autodeterminativo” es la más sugerente del texto de Linera, ¿no es que esta misma frase ya está de entrada configurada por esa falla/preocupación estructural de nombrarse a sí mismo, presente en los movimientos sociales bolivianos (por no decir de todas partes)?
saludos
Dices que lo que encontramos aquí es “una reflexión sociopolítica que vista retrospectivamente, sienta las bases ideológicas de la llegada al poder del Movimiento al Socialismo.” Me interesa esa frase “vista retrospectivamente.” Porque por un lado, claro, lo que está intentando hacer García Linera es articular una visión hacia el futuro (ese progresivismo también implícito en el mismo nombre del movimiento “al socialismo”). Por otro lado, sin embargo, con el angel de la historia no puede hacer más que “ver retrospectivamente,” intentando analizar e interpretar las fuerzas que le han llevado a este punto. O sea que aquí vemos (me parece) una relación complicada con la (idea de la) historia, y con la (idea de un) proyecto hacia el futuro.