Holloway, John. Change the World Without Taking Power, Pluto Press, [2002] 2005, pp. 767.
Percibo que el libro propone una aproximación fenomenológica y crítica al capitalismo a partir de variaciones sobre un eje central: el grito. Este eje tiene la particularidad de interpelar de manera permanente al lector instigándolo hacia la acción colectiva. Si pensamos esta palabra desde el sesgo del cambio, nos enfrentamos con la necesidad de comprender el “cómo” antes que la ontología de ese grito: cómo cambiar el mundo sin tomar el poder y no tanto qué significaría cambiar el mundo sin tomar el poder. Holloway es consciente de esta urgencia, casi metodológica, y del esfuerzo no solo reflexivo que implica dar cuenta de ese “procedimiento”. El libro, visto así, es una provocación directa a los pensadores de la izquierda latinoamericana que teorizaron el marxismo hasta sus últimas consecuencias. El libro abre una zona de conflicto y debate que interpela no solo la conceptualización de la teoría marxista sino fundamentalmente su praxis.
Esta dinámica funciona en todos los capítulos, pero fundamentalmente al final, cuando Holloway propone pensar la idea de “revolución” desde un concepto de crisis ajeno a cualquier idea de restitución del capitalismo. Holloway llega a afirmar que la crisis tiene que ver con un salto mortale (475) del capital y por tanto con un acto extremo de desarticulación de las relaciones sociales. No deja de ser interesante el recurso al italiano en esta definición, pues este gesto trae a colación la larga tradición anarquista que se incubó en Europa desde Fanelli y Malatesta, quienes pensaron la revolución como una intensificación de la crisis y una ruptura con el capitalismo de estado, aspecto que Holloway abiertamente incorpora. Pienso también que la imagen del “salto” puede servir para entender una especie de “salto fuera de la academia” que estaría proponiendo al mismo tiempo Holloway, pues se trata de una reivindicación del grito como punto de partida para entender la teoría social y política, antes que la repetición o depuración conceptual: “There is no room for the scream in academic discourse” (21).
El punto de partida, entonces, no enfatiza el análisis reflexivo sino la constitución de ese grito. El punto de partida es el punto de llegada; el hacer, el acto, la transformación…, que desde una especie de dialéctica negativa (es decir, de una crítica inmanente a la imposición de la identidad homogeneizadora del capitalismo) se convierte nuevamente en punto de partida. Dos cosas parecen preocupar a Holloway en este sentido: la constitución trans-individual de ese grito y la nueva construcción social de un “nosotros” en el cual ese grito vendría a desplegarse. En este sentido, percibo que la discusión que Holloway establece con algunos conceptos marxistas ampliamente tratados, responde a una mirada menos de re-estructuración teórica al interior de los discursos estructuralistas o postestructuralistas del marxismo que de una urgencia fenoménica transformadora. Holloway dialoga críticamente con las teorías de Luckacs, Althusser, Bloch, Foucault o Adorno buscando el giro no solo instrumental sino práctico mediante un esfuerzo re-interpretativo de las premisas marxistas, como la famosa tesis 11 sobre Feuerbach que Marx escribió en 1845: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” [Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert; es kömmt drauf an, sie zu verändern]. Al respecto Holloway comenta: esta tesis de Marx no implica abandonar la teoría, pero sí entenderla como parte de una lucha por transformar el mundo (74). Aquí cobra relevancia la distinción que propone entre done y doer, si pensamos que este último, un “hacedor” libertario, resuelve su acción en un doing como consecuencia directa del grito. A su vez, Holloway propone entender este doing como un movimiento plural creativo conformado por actos que no se sabe dónde comienzan o terminan (82), pero que en su entrelazamiento (interwined) siempre empujan más allá, vale decir, como un movimiento que se resuelve en una colectividad de hacedores (doers) del “más allá” (¿idealismo utópico?). Esta es la vía que Holloway abre para ir pensando en las posibilidades transformadoras del poder constituyente propuesto por Negri (vía Spinoza). Sin embargo, aquello que no cuaja muy bien, según mi interpretación, es que estos “hacedores del más allá” terminarían conformando un we-ness, es decir, un nosotros inclusivo representante de la “gran” subjetividad resistente a la cosificación del capitalismo y el fetichismo de la mercancía.
La palabra “nosotros”, tal como me referí en otro post, tiene sus riesgos y considero que su tratamiento tendría que trascender lo estrictamente fenoménico. Propondría, al respecto, una salida también política, retomando aquello que sugiere Rancière sobre la configuración del espacio inclusivo que en su movimiento abrazador suele no oír el otro lado de aquello que circunscribe. Escribe Rancière en “Políticas estéticas”: “El rechazo a considerar a determinadas categorías de personas como individuos políticos ha tenido que ver siempre con la negativa a escuchar los sonidos que salían de sus bocas como algo inteligible”. Que es una manera muy lacaniana y marxista de replantear la idea de “hombre político” que legó Aristóteles y perduró durante siglos, si recordamos que el filósofo estagirita proponía que “hombre político” es quien posee el lenguaje que pone en común lo justo y lo injusto, mientras que el animal solo tiene el grito para expresar placer o sufrimiento. No es difícil inferir de esta división que no basta con saber quién posee el lenguaje y quien solamente el grito. El psicoanálisis, en todo caso, optaría por interrogar ese espacio de inteligibilidad que queda afuera, que es fundamentalmente un espacio de habla y de escucha, como sugiere la cita de Rancière, en contraposición a ese otro espacio del nosotros, de aquello que consideramos nuestro gran nosotros, que se podría nombrar como el Gran Otro de la sociedad. Y aquí se abre una encrucijada: ¿cómo hacer del grito algo “inteligible” (Rancière) y “hacedor” (Holloway) sin caer en la parcelación del “uno por uno” (psicoanálisis) o del nosotros igualitario de la sociedad (utopismo marxista)?
Si in the beginning was the scream (41), en el fin quedaría algo así como la vida “que está ahí al alcance del salto que no damos”.
Roberto Valcárcel [La Paz, 1951] – Grito
Roberto Valcárcel [La Paz, 1951] – 2018
La referencia/comparación con Rancière es interesante. Pero me parece que puede haber más similtud entre las dos posiciones. No sería el grito la irrupción de la “parte sin parte” que, para Rancière, constituye el acto político en sí? Y hacerlo intelegible sería, entre otras cosas, transformar esa política en “policía” (algo que se puede enumerar y entonces también regular) hasta que venga el próximo grito…?
Hola Jon, es interesante la similitud que planteas, considerando que la idea de “parte sin parte” se puede entender como la lucha política misma, como un acto que emerge desde afuera y no es simbolizable. Esto abriría la posibilidad de asumir el grito como un movimiento perpetuo, según se puede también entender desde Holloway, es decir, como algo que retorna y repite, que no se resuelve en la inteligibilidad, es decir, en ser comprendido, registrado, organizado (en una “organización social”, por ejemplo) o inlcuso sindicalizado. Este aspecto también podría entenderse en términos temporales, vale decir, el grito es siempre futuro porque está en el pasado, algo así como el “qhipnayra” (futuro/pasado) que propone Silvia Rivera usando este vocablo aymara. El acto que vendrá está en el pasado, algo así…
Rodolfo, me llama la atención la descalificación del otro siempre por la boca, siempre por la conformación de una oralidad, ¿será que este desconocimiento en otros contactos no ha sido antes por la mirada, o por otras sensaciones? o mejor, ¿será que sólo hasta que se experimenta en el cuerpo es que se vuelve relevante lo que pasa en la transferencia acústica (per se por la boca y la descalificación de ese ruido molesto que hace el otro)?
Así es, me parece interesante el desplazamiento de lo céntrico-ocular a la boca. Siempre desde los bordes del cuerpo. Fíjate que Lacan agrega dos nuevas pulsiones a las clásicas pulsiones freudianas. La pulsión escópica, ligada a la mirada y no tanto al ver; y la pulsión invocante, ligada a la voz y no tanto al habla, esta voz aparece como mandato en el super yo, pero como grito ya llega a ser, quizás, otra cosa…