La preocupación por los textos testimoniales en los estudios culturales se dio debido a que este tipo de narrativas ofrecían y quizás aún ofrecen una respuesta a las tensiones entre hegemonía y subalternidad. Se espera que estos textos se constituyan, por su carácter referencial y vivencial, no en simulacros de la realidad sino en una suerte de nueva presencia de los acontecimientos, en una zona invertida de re-presentación de los hechos narrados. Esta presencia retorna en el discurso testimonial “desde abajo”, tal el énfasis de los estudios subalternos, pero también desde el límite de un lenguaje que simboliza una huella de lo real muchas veces irrepresentable. Encuentro algunas dificultades en esta valoración.
Primero, la confianza puesta en el testigo, siendo éste una voz en primera persona que asume su lugar de enunciación desde el lugar de la verdad, pero que a su vez, requiere de un mediador cultural, un compilador e intérprete que articula por escrito su discurso oral. “Me llamo…”, “Si me permiten hablar…”, ¿quién habla, en última instancia, si se otorga al testigo la posibilidad de crear su propia historia y negociar sus condiciones de veracidad? El punto a favor que es posible conceder a los discursos testimoniales es, en principio, el haber alcanzado ese lugar de enunciación, pero un Yo que habla es siempre un lugar, si no completamente dudoso, al menos heterogéneo.
Segundo, “testificar” es un ejercicio que hacen los sujetos hablantes todos los días, mucho más en situaciones de dominio en las cuales inevitablemente se hallan inmersos. “Testificar” involucra un movimiento evocatorio, quiero decir, una dinámica oscilatoria entre narración y memoria. Sin memoria no habría nada que testificar, pues viviríamos en una insoportable realidad tautológica, a la cual muchas veces nos aproximó el realismo literario, tal como recuerda Cornejo Polar. Tampoco “testificar” se relaciona con la exacerbación de la memoria, al contrario, se sabe que la parodia de Funes el memorioso es un ejemplo emblemático de la refutación del nominalismo. Un lenguaje que busca ser verídico eliminando de la mente los conceptos generales para reflejar con precisión lo que “realmente” se da en nuestra precepción, es un lenguaje que desafía la capacidad humana de la memoria. En otras palabras, y tal el efecto paródico de Funes, si tuviéramos una palabra concreta para cada objeto específico no podríamos elaborar recuerdo alguno. El nódulo patógeno no se recuerda, diría Freud, solo hay capas que se superponen a la manera de “recuerdos encubridores”.
Tercero, pero si concedemos a la memoria el privilegio de narrar los acontecimientos, traumáticos o no tan traumáticos, sabemos, nos lo recuerda Benjamin a propósito de Proust, que es la memoria involuntaria aquella que cobra dominio sobre nosotros: “Proust no ha descrito en su obra la vida tal y como ha sido, sino una vida tal y como la recuerda el que la ha vivido” (18) y, más aun, una vida hecha de tiempos entrecruzados de manera involuntaria. El carácter derivativo de los recuerdos parece estar en la base de toda movilización de la memoria en un proceso narrativo. No existió el sueño sino aquello que desde el presente traducimos y reconstruimos de él… y esta representación está compuesta de capas, condensaciones, desplazamientos, montajes que terminan en simulacros de una “realidad” de la cual no sabemos o que apenas recordamos. Sin embargo, en los textos testimoniales no hay tiempo para los sueños ni para el devaneo placentero en torno a nuestra niñez. Los textos testimoniales se caracterizan por ser sobre todo “narrativas de urgencia”. Este es el lugar con el cual se enfrenta el lugar de enunciación de un testigo. La urgencia de un “real” en principio irrepresentable.
Cuarto, los discursos hegemónicos no quieren saber nada acerca de “lo real”. Su interés es el dominio y el modelamiento de un corpus homogéneo capaz de ser controlado y manipulado. Promover la hibridez o el mestizaje forma parte de esta misma estrategia. La hegemonía es la ilusión de la síntesis dialéctica o la supresión de la contradicción (aufhebung hegeliana) en diferentes niveles. Pero el habla subalterna que se abre paso en un discurso testimonial, como el de Domitila Barrios de Chungara, trae la urgencia de la condición de la mujer trabajadora en Bolivia, de su condición de mujer minera. La crítica observa que tal urgencia trae consigo la posibilidad de una inversión de la posición hegemónica dando paso a un narrador capaz de auto-determinar sus propios proyectos de representación, a partir de otro discurso imaginado en los mismos términos hegemónicos. Pienso que sería más interesante atribuir al gesto testimonial de “urgencia” el privilegio, acaso epistemológico, de un tipo de conciencia crítica que juega estratégicamente con la ilusión sobre la cual se construye cualquier discurso de autoridad.
Quinto, fue en principio Spivak quien mencionó que no es suficiente con negar o deconstruir el poder, se trata también del intento de construcción de otra ideología, a la larga, otra historia, explotando la capacidad del sujeto subalterno de ejercer un “esencialismo estratégico”. Instaurar un orden distinto a través de un discurso esencialista que utilizamos para nuestros fines, en el fondo tan egoístas como los discursos monológicos coloniales, suena más a un cinismo estratégico que a un proceso de autodeterminación. Un “esencialismo estratético” sería, desde mi punto de vista, leer la denuncia de explotación de Domitila Barrios, primero, como un medio parcialmente útil (la huelga de hambre en diciembre de 1977 logró disipar la dictadura de Banzer, aunque no eliminó los regímenes dicatoriales en Bolivia), y segundo, como el resultado de una acumulación abigarrada de elementos históricos, políticos y culturales que en el fondo ejerce un “esencialismo estratégico”, que tiende también a instaurar un discurso normativo hegemónico, aunque inverso.
Sexto, parece que en el testimonio como “narrativa de urgencia” todo intento de reivindicación política tiende a una instrumentalización esencialista de la identidad. El movimiento feminista de Barrios no es una excepción a esta premisa. Sin embargo, ¿qué significaría ejercer una lucha por el antiesencialismo? ¿Significaría abandonar la posibilidad de ser un informante común? Si Domitila habla por todas las mujeres trabajadoras marginadas y explotadas en Bolivia, ¿no es esta versión feminista (Domitila en un video-entrevista niega la universalización del feminismo) una variante del esencialismo de Neruda cuando afirma, desde las alturas de Machu Picchu, “yo vengo a hablar desde tu boca muerta”? ¿La primera no refiere un problema de distinción, el segundo sí?
Séptimo, he dejado la tarea del traductor para el final cuando debería haber comenzado con ella. La compilación de un corpus testimonial y los diferentes procesos intervencionistas que implica, refuerzan la idea de que la memoria, contrariamente a las habilidades de Funes, no es un mecanismo infalible. Interlocutores como Veizzer “intervienen” en el establecimiento del texto con una conciencia aparentemente clara de que aquello que llaman “testimonio” se refiere a un proceso que transcribe aquello que de forma oral se ha narrado. Las tres partes del libro que Veizzer organiza (la descripción de su pueblo, la narración de su vida y la presentación de las minas en 1976) se disponen en un hilo narrativo casi lineal, a pesar de que provienen de una acumulación de “numerosas entrevistas” en tiempos diversos, de diferentes “intervenciones en la Tribuna”, así como de “exposiciones, charlas y diálogos que desarrolló con grupos de obreros, estudiantes y empleados universitarios, habitantes de barrios populares, exiliados latinoamericanos residentes en México y representantes de la prensa, radio y televisión” (2). Si el “testimonio” de Barrios se hubiera realizado hoy, ya podemos imaginar en las encrucijadas de comunicación digital en las que Veizzer seguramente se vería comprometida, por ejemplo, al compilar los mensajes de audio que seguramente proliferarían ad infinitum. Si para Veisser importa, citando a una periodista sueca, el hecho de que Domitila “vivió lo que otras hablaron” (2), esa “vida” es una “acumulación originaria” y también “imaginaria”, quiero decir, representable, de acontecimientos que deben ser traducidos y organizados en palabras escritas. Que hable Domitila, sí, pero quizás antes valga la pena suponer, ya que hemos mencionado a Borges de soslayo, que también en el testimonio cuenta, y mucho, la idea de que “el original es infiel a la traducción”.