Tengo el corazón en la garganta, en esa forma tan extraña que pasa sólo cuando tengo miedo, nervios, felicidad y tristeza, todo junto, revuelto, al mismo tiempo. Me siento un poco como cuando viajo de Vancouver a Guatemala o de Guatemala a Vancouver. Siempre sé que lo que me espera es hermoso, que me va a hacer felíz, pero tambi én sé que lo que estoy dejando es igual. Me siento un poco así. Otro poco es diferente. Porque voy a un lugar desconocido, sola, por un camino que no conozco. Esta vez la ecuación tiene un poco más de miedo.
Acabo de pasar dos semanas demasiado lindas con Sara, Nico, Isola y el bebé que todavía no nace. El lugar: espectacular, como siempre. Ellos también. Fuimos a unos festivales de arte callejero y musica rock en pueblos que tienen más años de los que me puedo imaginar. Fuimos a nadar a playas rocosas de agua cristalina. Comimos. Sopa toscana. Pasta. Pasta. Pasta. Al pesto. Bianca. Fresca al pomodoro. Sudice. Vino. Olio di oliva. Higos recién cosechados. Pan sin sal. Quesos (s) (s). El campo de olivos, la casa vieja, la vista al mar. El almuerzo que dura tres horas: el pan, la pasta, los quesos, las frutas, el café, la digestión. El desayuno de galletas mojadas en el caffélatte. Dormir hasta tarde. Hacerse tatuajes de crayón. Ponerse calzoneta y vestido, y estoy lista.
Escribo esto y me tranquilizo un poco. Voy a Roma.