la voz narrativa fragmentaria
by mrruby
Para hablar de estas obras colectivamente, y en un sentido más profundo que una coincidencia cronológica, me parece que hay referirme a una fragmentación formal. La única cosa más o menos constante de cada libro es una experimentación con la temporalidad y, más aun, la voz narrativa que mayormente se representa de una forma múltiple y desestabilizada. Hijo de hombre, La muerte de Artemio Cruz, La cuidad y los perros, y La traición de Rita Hayworth ciertamente demuestran estas características. Aún la obra que presenta una voz narrativa más estable y constante, Cien años de soledad, se marca por un desestabilización última cuando el lector se entera de que Melquíades ha escrito el texto y aún se representa a sí mismo recordándolo.
En las últimas semanas he estado leyendo simultáneamente las obras del ‘boom’ y—para otra clase—unas obras del siglo XIX significativos por ser unas representantes fundamentales del “realismo clásico.” Hablamos en esta otra clase como ya en estos primeros momentos del realismo se puede identificar un deslizamiento de la voz narrativa que está en un intersticio entre una voz omnisciente y una voz personal. Por ejemplo, en un tal Jane Austen, se habla de un “estilo indirecto libre” como una mezcla de narración en tercera persona con insinuaciones de una evaluación interna personal del narrador anónimo.
Entonces, hay que decir que el realismo—y por extensión, la novela—siempre ha sido, desde una perspectiva, una forma fragmentaria, si no más porque tiende a una univocidad intrínsicamente inestable. Las investigaciones de Roland Barthes en S/Z por ejemplo sirven para demostrar que, aparentemente desde el principio, la superficie calma del realismo ha sido atravesada por códigos distintos. La convención del realismo, entonces, es más bien una acumulación de convenciones establecidas por unas cuestiones históricas.
Por eso, digo que lo distinto de las obras del ‘boom’ es que apropian esta fragmentación como punto de partida para la elaboración de la narrativa. En el realismo clásico, la fragmentación se marginaliza para que pueda surgir una narrativa ‘objetiva’ de distintos personajes, sus emociones, y sus relaciones. En las obras del ‘boom,’ la fragmentación es paradójicamente la ‘base’ por la cual emerge una narrativa que el lector reconoce como más o menos coherente. En otras palabras, una narración abiertamente fragmentaria, que por su elemento experimental ya suspende la incredulidad del lector, obtiene el ‘objetivismo’ que el narrador tradicional toma sin derecho mientras todavía se adhiere a la verosimilitud.
Para mí, esta idea provoca otra interpretación posible del comentario famoso de García Márquez: decía que, para él, su obra nunca era ‘realismo mágico’ sino puro realismo. La interpretación convencional—porque es la que ofrece García Márquez—es que la realidad latinoamericana es tan fantástica que se necesita irrupciones mágicas para representarla. En contraste, quiero sugerir que la idea de que García Márquez escribía puro realismo tiene menos que ver con la realidad latinoamericana que con el hecho de que el realismo siempre ha sido una forma atravesada por códigos distintos y elementos heterogéneos. En otras palabras, no es tan inconcebible que García Márquez introduciría otro código—el código del mágico—a la agregación de códigos que componen el realismo.
Para concluir, quiero proponer la idea de que la voz narrativa fragmentaria de las obras del ‘boom’ sirve para elaborar la historia coherente de una persona (e.g. La Artemio Cruz de Artemio Cruz) o de una comunidad (e.g. Hijo de Hombre) mientras representando que estos mismos conceptos son fragmentarios, anacrónicos, y siempre incompletos. O sea, para narrar la vida completa de Artemio Cruz es necesario invocar otras voces, incluyendo las voces recordados en el grabador, y tres diferentes perspectivas (yo, tú, él) para construir un sujeto coherente. En este sentido, la voz narrativa fragmentaria sirve para ilustrar en una forma literaria la idea de Gilles Deleuze que siempre existe una “fracture in the I, which means that another always thinks in me, another who must also be thought.” (Difference and Repetition)