Rodríguez, Huáscar. La choledad antiestatal

Huáscar Rodríguez. La choledad antiestatal. El anarcosindicalismo en el movimiento obrero boliviano (1912-1965), Muela del Diablo, 2010.

La tesis que moviliza las reflexiones de Rodríguez sobre el anarcosindicalismo en Bolivia se podría sintetizar como sigue: los ácratas bolivianos (que bregaron por la conformación de una matriz de acción y resistencia) concebían a Bolivia como una sociedad colonial étnicamente estratificada, debido a lo cual no soslayaron las reivindicaciones indígenas como un eje central de su accionar revolucionario (72).

Esta tesis cubre un espectro temporal dentro del cual se despliega el anarcosindicalismo boliviano y que va desde 1912, fecha de la fundación de la Federación Obrera Local (FOL), hasta 1965, año de la disolución de la Federación Obrera Femenina (FOF). El impulso que guía este recorrido es en principio histórico-político, sin embargo, no se trata aquí de un revisionismo histórico que intenta ajustar imprecisiones de la coyuntura oficial de Bolivia. Al contrario, el análisis de Rodríguez es deconstructivo de esta capa oficial y lo hace a través de un proceso de rearticulación documental, desarchivador o anárquico en tal sentido, pues Rodríguez intenta poner al descubierto el accionar de diferentes organizaciones sociales que operaron a contrapelo de la compleja historia política de Bolivia durante la primera mitad del siglo XX.

En tal sentido, un rasgo que destaco de este trabajo es el contrapunto entre lo oficial y un corpus documental valioso y hasta cierto punto periférico que extrae de diferentes fuentes. El acervo de este corpus es variado: periódicos y revistas anarquistas, cartas, manifiestos, reseñas y entrevistas a líderes y activistas, es decir, fuentes orales que Rodríguez personalmente elaboró para esta investigación o aquellas que recupera del registro del Archivo de Historia Oral Andina que en los años 80 Silvia Rivera, Zulema Lehm, et al., establecieron y que derivó en el trabajo pionero de los estudios anarquistas en Bolivia, Los artesanos libertarios y la ética del trabajo (1988).

Considero que la presentación y en ciertos casos el uso interpretativo de estas fuentes conforman tanto un aporte de rescate archivístico como una puesta en escena de otra memoria histórica que hace posible una reinterpretación de los procesos y cambios políticos de la formación social en Bolivia. En tal entendido, el rastreo y rescate de documentos permite visualizar procesos de lucha y rebelión frente a las oligarquías que se consolidaron en la transición al siglo XX, vale decir, luego de la revolución federal de 1899 que enfrentó a conservadores y liberales (ambas fracciones de una misma élite oligárquica).

El caso del gobierno de Bautista Saavedra (1921-1926) resulta también ejemplar al respecto. Saavedra fue un político republicano que mediante golpe de estado y un hábil ejercicio de persuasión a la clase indígena se posiciona en el poder luego de doce años de gobiernos liberales. Sin embargo, su gestión llevó a la práctica medidas anti-populares aunque paradójicamente barnizadas con pigmentación obrera, lo cual lo hizo responsable de dos masacres que han marcado la historia de Bolivia en los años 20 (las masacres de Jesús de Machaca y de Uncía). Rodríguez demuestra que ambos acontecimientos tuvieron como movimientos sociales de resistencia y de base una articulación cada vez más cohesionada entre activistas del anarquismo libertario, federaciones obreristas locales y movimientos indígenas aymaras: “[D]ebajo del discurso pro-obrero, y del ataque retórico contra el latifundismo que demagógicamente lanzaba Saavedra, subyacía la intención de poner a raya al naciente movimiento laboral y campesino-comunitario que amenazaba con levantarse peligrosamente ante las condiciones de pobreza que se vivían en el país” (34).

Pero el libro se concentra en el complejo pero decisivo desarrollo del movimiento anarquista en Bolivia, el cual entra en tensión también con lecturas conciliadoras que lo subsumen a una lectura marxista que intenta justificar desde esa ala ideológica la emergencia del sindicalismo obrero boliviano. Rodríguez en desmedro de esta lectura marxista, que se “oficializa” desde los libros de Guillermo Lora, presenta un proceso de conformación de la conciencia de clase (trabajadora y creadora) no desde el lente distorsionador e importado del marxismo, sino desde la organización de sus bases de acción y de sus registros documentales dispersos y periféricos donde participan protagónicamente los “grupos culturales obreros” que existían ya desde 1906 (38), estos últimos, al menos, como un intento por pensar la complejidad del movimiento obrero vinculado con una población artesanal y manufacturera muy receptiva hacia el ideario anarquista que llegaba por un circuito informal desde Chile, Uruguay o desde los “crotos” o anarco-viajeros argentinos (28).

El libro organiza esta trayectoria en cinco capítulos, que rastrean siempre los levantamientos indígenas y populares frente a la influencia liberal, y apoya/amplía algunas reflexiones agregando tres apéndices muy útiles para ingresar en un análisis que sitúa al anarquismo en escenarios de expansión y rebelión producidos en diferentes contextos: el cholaje/mestizaje y el anarquismo (aspecto que constituye un eje de todo el libro, si asumimos la afirmación de Rodríguez cuando dice que el anarquismo boliviano es un “anarquismo cholo” (259) y por lo mismo forma parte del visitado “laberinto del mestizaje”); una vindicación del intelectual y anarquista aventurero Cesáreo Capriles y su revista Arte y Trabajo (1921-1922); y un apunte crítico final sobre la recepción o negación del anarquismo (que tuvo como epicentros de acción a las ciudades de La Paz y Oruro) al interior de la historiografía oficial del movimiento obrero.

Y un último aspecto que quisiera destacar. Rodríguez es consciente que sus extensos recursos documentales (orales y escritos) son menos un legajo fiel de los acontecimientos que un corpus de “docuficciones”, como los llama en una nota aparentemente marginal. Su intento de reconstrucción histórica, basada en los postulados de Hayden White y en Tamayo, se constituye, entonces, en una “aventura semiológica” donde se dan encuentro versiones de los hechos y acciones concretas, arte y trabajo, o mejor, en palabras de Rodríguez, la potencia creativa del trabajo con los ambiguos sentimientos antiestatistas.

En tal sentido, la frase: “Chayanta fue el escenario de reiterados abusos producidos por los latifundistas movilizados por intereses extranjeros cada vez más amenazados por la acción rebelde rural”, no queda exenta de ser finalmente una generalización más dentro de la vasta constelación de los microcosmos sociales, del pormenor rebelde, minoritario, inasible de la “choledad antiestatal” en Bolivia, y que Rodríguez comienza a desplegar en estas páginas.

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  1. No sé nada del tema. Por otra parte me parece interesante la manera cómo presentas el texto de Rodríguez. Te comento tres notas/preguntas, Rodolfo, espero aporten algo:

    1) ¿No es un tanto contradictorio decir que el análisis que plantea Rodríguez es deconstructivo/anarquista y al mismo tiempo una aventura semiológica? Me explico, si el quehacer de Rodríguez es más el de la reivindicación y el del “poner al descubierto” ciertas estructuras que subyacen en la sociedad boliviana (colonial étnicamente estratificada), ¿hasta que punto, la aventura semiológica no es en sí la construcción de nuevos signos? Si bien, me parece que esta contradicción es un tanto infranqueable, bien parece que Rodríguez, o es muy consciente de ello y no lo menciona porque esta información está sobreentendida, o no es consciente de ello y al caer en este enredo más que reificar formaciones diferentes, las trae a la oficialidad del mismo discurso del cual renegaron éstas.

    2) ¿Qué tanto estarían rozando los límites de ficcionalización los diversos discursos periféricos que Rodríguez rescata para conformar una oposición diferente y anarquista contra los modelos estatales? De ser ficciones, entonces, existe una suerte de mistificación de los procesos históricos, ¿no?, y esta mistificación es, como mencionas, o menciona Rodríguez, ambigua, y al tener esta característica, entonces, se vuelve bastante complicado afirmar que alguno de estos productos artísticos, o literarios puedan ser unívocos. Esto quiere decir, que se descartan otras lecturas posibles de estas “docuficciones”, (¿o entiendo mal?). Si bien, apoyado en White, la pregunta en Rodríguez caería en ¿cómo distinguir la propagando política de literatura?, o mejor, ¿cómo encontrar esa potencia creativa de los ambiguos sentimientos antiestatistas, si esta misma potencia es compartida por la fuerza del estado al imponerse como fuerza de control y poder?, ¿no será que esta misma ambigüedad es punto de partida para ambas fuerzas antagónicas?

    3) El párrafo de cierre me parece muy revelador al respecto de la deconsrucción de generalizaciones. Por otra parte, el despliegue de estos microcosmos sociales, ¿no caería este despliegue en una microsegregación de diferentes movimientos contestatarios que aunque pugnen por fines similares, al ser únicos y diferentes sean más segregados que unificadores y conciliadores? ¿No es más opresora esta organización de movimientos, que la cohesión estatal?

    Rodolfo, ante todo una disculpa, muchos de estos temas son totalmente ajenos. Veo el texto por lo que leo de ti. Espero algo de esto te sirva, ojalá lo podamos discutir.

    Saludos

    Ricardo

  2. Rodolfo, muchas gracias por esto. Tampoco sé nada (hasta ahora!) del anarquismo en Bolivia. Por lo que entiendo, el país latinoamericano en el que el anarquismo tuvo más influencia es Argentina, debido a tradiciones llevadas por migrantes europeos. Así que te pregunto si eso fue el caso en Bolivia también. Pareces decir que no, que de hecho la influencia en Bolivia fue más bien interna a América Latina. También me pregunto si todavía quedan rastros del anarquismo boliviano dentro de la escena política actual. Supongo que no, pero quizás sí.

    • Hola Jon, primero disculpas por la tardanza en esta respuesta. Es cierto, el anarquismo en América Latina tuvo un fuerte desarrollo en Argentina y también en Chile, en el sector minero donde hubo presencia boliviana importante. Huáscar Rodríguez consigna precisamente que hubo migrantes obreros que llegaban de Oruro y que se establecieron en Chile y se hicieron líderes federalistas. También está el caso de Luis Cusicanqui, una figura representativa del anarquismo boliviano que de joven estuvo en Iquique (Chile) junto a Jacinto Centellas y Luis Abaroa, lugar donde se vinculó, según afirma Rodríguez, con ideas libertarioas y sindicalistas, pues leyó a Bakunin, Reclus y Tolstoi. Cusicanqui fue un mecánico tornero activista fundador de La Antorcha, una publicación local que utilizaba estratégicamente para desplegar su labor de propaganda y agitación. En La Antorcha se publica, por ejemplo, un manifiesto importante el 4 de junio de 1924, documento que Rodríguez destaca y comenta. Es interesante notar que La Antorcha era también un periódico anarquista que se publicaba en esas fechas en Argentina y que anotició sobre el posible fusilamiento de Cusicanqui a manos de sus carceleros. Esta campaña en defensa de Cusicanqui articuló a otros periódicos ácratas de la época, La Protesta de Perú, La Antorcha de Argentina y El Hombre de Uruguay,los cuales difundieron la noticia de la represión contra Cusicanqui.
      También vale la pena mencionar, siguiendo el trabajo de Rodríguez, la influencia anarquista de un trabajador ferroviario que llegó a Bolivia desde Argentina a principios del siglo XX, para apoyar la insurgencia de la Federación Obrera del Trabajo en Oruro, su nombre fue Francisco Villa.
      Finalmente, comentaría que la ciudad de Oruro, por el tema del transporte ferroviario y por el hecho de que se constituyó desde principios del siglo XX en la ciudad de desarrollo comercial y migratorio más importante (Oruro, la ciudad de Hilda Mundy), era el paso directo por donde también circularon las ideas anarquistas que llegaban de Argentina y Chile, muy probable también mediante los llamados “crotos” o aventureros anarquistas, como Francisco Villa.

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