Zavaleta Mercado, René. Lo nacional-popular en Bolivia

Zavaleta Mercado, René. Lo nacional-popular en Bolivia, Martí Soler ed., Siglo XXI, 1986, 273 pp.

  1. Lo nacional-popular en Bolivia es un libro póstumo e inconcluso. Durante los últimos años de su vida Zavaleta Mercado venía realizando un proyecto de investigación sobre la formación de lo nacional-popular en Bolivia. Afirma su editor Martí Soler que se trata de un trabajo de largo aliento. Los tres primeros capítulos que se publican en esta edición son los textos que quedaron de este proyecto y aunque presentan un nivel de elaboración no fueron revisados por el autor para su publicación. Esta aclaración es necesaria pues el lector se halla frente a un trabajo in progress, es decir, frente a una elaboración por cierto teórica que va trazando sus surcos y tentando hipótesis, así como precisando conceptos que alcanzan en algunos casos interpretaciones novedosas para entender el periodo al cual se aboca este trabajo, a saber, el periodo de la post revolución nacionalista hasta 1980, que Zavaleta visualiza a partir de un análisis sucinto de las explicaciones causales emergentes durante la Guerra del Pacífico en el siglo XIX (1879-1884) y la Revolución Federal de 1899.
  2. Partiendo de una lectura de Gramsci, Zavaleta propone pensar la nación en Bolivia como un proceso de construcciones hegemónicas. Sin embargo, el asunto consiste en pensar este proceso no solamente como la articulación de un discurso ideológico, sino como un objeto crítico, en permanente tensión negativa, ya sea como la conformación de un “capitalismo irracional” (178), que Zavaleta opone al momento constitutivo inglés (174-77), o desde su carácter de imposibilidad en tanto formación homogeneizadora. Zavaleta, al abordar este punto en diferentes momentos del libro, reintroduce la idea del límite en el uso de teorías generales para entender “lo boliviano” a la hora de pensar los hechos históricos concretos. El razonamiento que despliega Zavaleta podría resumirse de la siguiente manera: “para sostener una teoría general, el mundo tendría que estar homogeneizado. O en otras palabras: Bolivia es un país imposible porque es radicalmente heterogéneo, un territorio heterogéneo socialmente incognoscible, como seguramente otras sociedades también lo son” (cita que extraigo del texto sobre Mundy presentado al clustter). Quizás por esta razón en este libro es notable el esfuerzo de implantar un corpus conceptual nuevo que haga posible, a su vez, un acercamiento distinto a la condición abigarrada de Bolivia. “[L]a ciencia social es el estudio de la excepcionalidad significativa” (176), escribe Zavaleta, y tal excepcionalidad no fue el resultado de fuerzas maniqueas o marcadamente opuestas, sino de un entramado político que es todo menos una imagen totalizada en términos de relaciones sociales. Podría afirmar, incluso, que para Zavaleta aquello que está totalizado no es cognoscible bajo un solo patrón de conocimiento. Para Zavaleta la producción del conocimiento local sería la única posibilidad de lograr una producción de teoría adicional que permita pensar lo boliviano como una “nación” particular. La pregunta está en cómo y bajo qué condiciones de posibilidad es dable esta “teoría adicional”. Zavaleta la rastrea en dos momentos constitutivos de la historia política en Bolivia, la la Revolución Federal (1899) y la Revolución Nacionalista (1952), los cuales le permiten explicar y comprender gran parte de los hechos de insurgencia y rebelión indígena que los anteceden y continúan. Para Zavaleta un momento constitutivo es la gran determinación en la configuración de una forma primordial, forma que se refiere al surgimiento de lo que llama una “disponibilidad” decisiva y su consecuente proceso de “autodeterminación” colectiva. En términos de multitud lo nacional-popular vendría a encarnar ya no una idea capitalista de nación como sustancia socializada homogénea, sino de una especie de pachakutismo transpersonal de doble faz que se establece, por ejemplo, en la relación entre Pando y Zárate Willka durante el levantamiento indígena/federal de 1899: “no había nadie que supiera hasta qué punto la esforzada y sin duda tenebrosa multitud general de la raza aymara cumplía en efecto este papel lateral de amenaza-testigo, de informante geográfico o de fuerza de cansancio y hasta qué punto era algo que tenía su propio designio. En otras palabras, nadie sabía en qué grado [Zárate Willca] defendía a los paceños y a La Paz misma y en qué medida los cercaba” (153).
  3. La diferencia o “hiato histórico” (140) entre lo señorial y lo indio-popular como dos estirpes o dos “programas históricos” (130), le permite a Zavaleta entender ese “algo que se construye en el encuentro con lo indio” (131). “El pasado pesa” (123) y por lo mismo se abre una dimension de construcción histórica y reconstrucción de una memoria que son aquí entendidos como procesos troncales que despejan el hecho de que en Bolivia el proyecto nacional, ya sea capitalista o socialista, se enfrenta no solo a la autodeterminación indígena sino también a lo que había de no capitalista en los propios agentes de dominación. Siguiendo este razonamiento Zavaleta afirma que “lo que había de capitalista en Bolivia estaba siempre determinado por lo que había de no capitalista en Bolivia” (110). Lo “no capitalista” se refiere, en este caso y por un lado, al desperdicio señorial de aquello que se obtenía de un modo capitalista (aspecto que ya fue común en la devastación colonial y la crisis española en los siglos XVI y XVII), pero también por el otro, a la resistencia e imposibilidad de hacer de lo indio un todo nacional. Si bien Zavaleta reconoce que una nación que no abarca a todo el pueblo no es verdaderamente nacional, resulta que en la visión de la casta señorial, que se da desde los periodos histórico-políticos de la Guerra del Pacífico con Chile a fines del siglo XIX hasta la llamada revolución nacionalista de 1952, los indios no solo no eran el alma de esta “nación”, sino que eran el obstáculo fundamental para que ella existiera (119). Zavaleta, en todo caso, trata de hilar más fino y busca en la conformación del acervo social los modos en los que se establecen procesos de interpelación a la oligarquía, en la convivencia entre imágenes contradictorias que dan cuenta de esta propia formación (106), o bien, en la formación de una multitud que existe a raíz de momentos de crisis: “es la crisis del estado y sobre todo su desflecamiento hegemónico el hueco por donde ingresa la constitución de la multitud” (117). Así por ejemplo, analiza cómo Belzu desde la oligarquía o Katari desde la base indígena interpelaron a la masa. Sin embargo, Belzu y Katari, según Zavaleta, eran portadores de una bandera progresista bajo la cual la fuerza artesanal, los forasteros agricultores y los ccajchas (cf. 112) formaron parte del acervo social del que surgirá después el proletariado (118).
  4. Las dos estirpes en Bolivia, entonces, plantean en germen aquello que será uno de los aportes más relevantes del libro, hacer una caracterización del abigarramiento político, social y cultural en Bolivia. La noción de formación social abigarrada (donde lo múltiple y diverso conviven en “verdaderas densidades temporales” (Las masas en noviembre)) emerge en el escenario mismo de los procesos de transformación y de autodeterminación, pues surge para dar cuenta de la falta de articulación de los modos de producción (para decirlo en términos marxistas), pero fundamentalmente, de otras dimensiones de lo social donde el capitalismo (en los periodos estudiados) se desarrolló débilmente y sin unidad política. Una formación social abigarrada se caracteriza, en este sentido, por la coexistencia de diversas temporalidades o tiempos históricos heterogéneos. Esta complejidad es la que Zavaleta se propone analizar, sobre todo, en la segunda parte del libro referida al mundo del “temible Willca”, donde se comprende cómo la presencia e irrupción de los indígenas en la historia y la vida política acaba sobre-determinando la modalidad que adoptará la ideología de la casta señorial dominante en Bolivia.

Pablo Zárate Willca [1871-1900]

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  1. Rodolfo,
    me llama la atención esto de lo abigarrado, primero porque parece, en cierta medida una suerte de signo a seguir dentro de la propia narrativa que se deja ver en los diversos textos que has presentado en el blog y segundo porque, tentativamente, sería un signo, quizás, característico de ciertas formas de pensar de eso que entendemos como latinoamérica. Desde esta perspectiva, lo abigarrado para Zavaleta me parece bastante bastante cercano al concepto del post anterior (ch’xqui). Así, pareciera que la idea del montaje identitario, social, etc, se concibe desde diversos ángulos, ya sea desde la imagen andina con el ch’xqui, o desde la desarchivación. Para todo caso hay un emplaste, reposicionamiento y superposiciones de signos.

  2. Hola Ricardo, gracias por el comentario. Es así como lo planteas, existe una conexión directa entre lo abigarrado en Zavaleta y la palabra ch’ixi que Rivera pone sobre la mesa. En realidad es Rivera quien retoma el concepto de Zavaleta e intenta reajustarlo con el suyo, quizás redimensionarlo, pues en Sociología de la imagen hay una valoración positiva de Zavaleta pero también leemos un intento por trascenderlo. Por ejemplo esta cita: “Pero hay que reconocer también hasta qué punto el mito occidentalista ha sido compartido por la intelectualidad radical y de izquierda. Baste mencionar que el propio René Zavaleta, el crítico más agudo, junto a Almaraz y Reinaga, de las falacias y ambigüedades de la cultura revolucionaria, publicó en 1963 el libro Estado Nacional o pueblo de pastores, negando toda fuerza liberadora a las masas indígenas y cholas y postulando un ideal de modernidad totalmente moldeado sobre un imaginario occidente cultural. La crítica del mito occidentalista que he propuesto aquí convoca a una mirada descolonizadora, que permita deconstruir los discursos estatales y logocéntricos de la derecha y la izquierda” (142-43).

  3. Este es otro libro que me gustaría estudiar… entre otras razones, para ver hasta que punto se aproxima a lo que llamo yo la “poshegemonía,” no obstante el hecho de que (según lo que dices tu) “Partiendo de una lectura de Gramsci, Zavaleta propone pensar la nación en Bolivia como un proceso de construcciones hegemónicas.” Porque claro, si a la vez “Zavaleta reconoce que una nación que no abarca a todo el pueblo no es verdaderamente nacional,” me parece que está entonces diciendo que esos proyectos hegemónicos siempre fallan. Y me pregunto si ese fracaso tenga que ver con la distinción (si es que lo hay en Zavaleta) entre multitud y pueblo . A ver…

    • Pienso que al ser un libro inconcluso y póstumo hay muchos conceptos que no quedan claramente delimitados, como los de pueblo y multitud, por ejemplo, aunque sí creo se sugieren líneas de fuga para explorar aun más aquello que Zavaleta encuentra en la imposibilidad de lograr un proyecto nacional si solo se trabaja en base a modelos europeos, es decir, en la necesidad de imbricar lo local con lo “universal”. Zavaleta habla de “actos colectivos de conocimiento”, esto me parece interesante, pues estos “actos” vendrían cargados de “densidades temporales”, es decir, del particularismo histórico de cada región. Zavaleta habla de “masas”. En el libro Las masas en noviembre, por ejemplo, señala a propósito de lo anterior que “cada valle es una patria, en un compuesto en el que cada pueblo viste, canta, come y produce de un modo particular y habla todas las lenguas y acentos diferentes sin nque unos ni otros puedan llamarse por un instante la lengua universal de todos”. Este abigarramiento, tal como sugieres, implicaría proyectos hegemónicos siempre truncos. En la cita se puede ver que la idea de pueblo no va del lado de la idea de nación como algo unificado sino del lado de la multiplicidad… Zavaleta sí diferencia, en este sentido, clase obrera y multitud, hay un artículo donde aborda este tema.

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