La sangre de la aurora (2014) por Claudia Salazar Jiménez es una novela única en el corpus de literatura del posconflicto en Perú. La mayoría de las novelas más conocidas sobre el conflicto fueron escritos por hombres y sus personajes principales son hombres (La hora azul; Abril Rojo; Adios, Ayacucho; Un lugar llamado Oreja de Perro). En obras anteriores el papel de la mujer es casi siempre de ser una víctima indígena de la violencia y muchas veces entra en una relación sexual con el narrador costeño. La sangre de la aurora sigue tres mujeres muy distintos: una mujer indígena, una fotoperiodista y una senderista. Aunque todas experimentan la violencia de la época, ninguna de las personajes les falta la agencia como las víctimas y las mujeres en obras anteriores.
A pesar de romper con otros autores al tratar a las mujeres en una manera más auténtica que otras obras, Salazar Jiménez sigue influenciada por la fotografía y la visualidad tal como otros autores del conflicto y posconflicto. Melanie, la fotoperiodista de novela, ejemplifica los temas de la visualidad dentro de la novela. Durante la primera parte de la novela, ella discute con varios limeños acerca de lo que está pasando en la sierra. Nadie ha salido de Lima y todos usan lo que han visto en las noticias (la censura se pone en duda la autenticidad de lo que ven) para hablar de la situación. En la segunda mitad de la novela, ella viaja a una zona peligrosa de la sierra andina para tomar fotos y hacer entrevistas. Es aquí que la novela explora el papel de la fotógrafa y la fotografía en general.
Lo más interesante de esta exploración es la relación entre la cámara y la fotógrafa. Después de encontrarse con la violencia en un pueblo pequeño de la sierra, ella se pregunta el propósito de mirar. Ella dice “a veces prefiero no mirar, que sea la cámara el único testigo…Mil tomas no me bastan…kilómetros de rollos no alcanzan…Que la cámara vea” (60). Aquí la pregunta de Salazar Jiménez para los de la época no es “¿Cómo no pudieron entender lo que pasaba?” sino “¿Querían ver lo que pasaba? ¿Están dispuestos ser testigos de tanto horror?”. Tal vez no. Por eso Melanie imagina la posibilidad de tener un testigo mecánico en vez de mirar. El hecho de crear un archivo es más importante que ser testigo de lo que pasó. Lo más importante es proteger y capturar la historia, y de formar un archivo. En este caso, es el archivo que recuerda que es testigo “eterno”. Parece que Salazar Jiménez explora aquí cuán difícil es para nación confrontar un pasado violento. Puede ser que es una crítica hacia los archivos fotográficos como Yuyanapaq (cuyo nombre “para recordar” se revela aquí como bastante ambiguo). Pero tal vez simplemente es admitir lo difícil de ser testigo de tanto dolor.