Cosmopolitismo, nacionalismo, vanguardia

Rosenberg plantea que las vanguardias latinoamericanas funcionaron dentro de los discursos literarios de manera interruptiva. Al explorar los límites de lo nacional, las vanguardias “interrumpen” estos proyectos mediante recursos teoréticos (manifiestos, conjeturas estéticas, etc.) y tecnocráticos (exploración formal, experimentación cinemática, etc.). Pero a la larga no resultó suficiente el enfrentamiento contra la cultura nacional. El punto importante fue demarcar qué llegaba a constituir la posibilidad latinoamericana con respecto a la situación política y al crecimiento de la economía global, aspectos que estaban en juego en muchos textos vanguardistas de los años 20 y 30. Para Rosenberg el intento por demarcar el lugar de enunciación del “espíritu nuevo” de las vanguardias pasa por su reacción frente al nacionalismo, pero también por su esfuerzo de reacomodación crítica en la lógica de producción/consumo dentro de la economía global. Esto es parcialmente cierto, aunque no suficiente. Schwartz, por ejemplo, propone que el conflicto entre cosmopolitismo y nacionalismo es una polémica cultural constante y compleja, que tuvo en las vanguardias precisamente un punto significativo de conciencia crítica, que trascendía, por ejemplo, el modernismo positivo de Darío cuando afirmaba “Buenos Aires, cosmópolis y mañana!” (PP). Para Schwartz el conflicto surge porque los intelectuales y artistas fueron cobrando “mayor conciencia de su alteridad en relación con los pueblos que los colonizaron” (493). Por supuesto, este impulso fue el que derivó durante el siglo XIX y parte del XX en la “búsqueda de una afirmación nacional” (493), sin embargo, el surgimiento de las vanguardias europeas, además de acrecentar este fervor, llegaba para producir nuevos interrogantes en la tradición literaria e identidad cultural latinoamericana. ¿Cómo subirse al carro del “espíritu nuevo” sin descuidar lo “propio” y lo “local”? Para Rosenberg esta problemática tiene que ver con el grado de negociación de los conceptos de “lo tradicional” y “lo nuevo” que los textos vanguardistas llevaron a cabo, pues al cuestionar el proyecto global, teleológico y utópico de la modernidad, no necesitaron salirse de ese marco para ejercer su resistencia (aspecto que aporta al análisis de la noción de “modernidades periféricas”). Rosenberg percibe una doble imposibilidad en este proceso: primero, la vuelta al pasado pre-moderno fue inasequible porque implicaba la réplica de los discursos coloniales (aquí un aspecto que las vanguardias andinas problematizarán notablemente y que no fue visto por Rosenberg), y segundo, el fracaso en la asimilación de los utopismos futuristas y progresistas de la modernidad no se consumó del todo porque los contextos sociohistóricos eran notablemente distintos. Ambas imposibilidades, vale la pena resaltar, fueron asumidas en términos temporales siguiendo la misma linealidad moderna. En este sentido, Rosenberg abre un lugar intermedio (espacial) en el cual sitúa a los vanguardistas de su interés (Arlt, De Andrade, Huidobro, Vallejo, básicamente), bregando por re-articular el proyecto de la modernidad desde diferentes posiciones de negociación y resistencia, posiciones que para este crítico son geopolíticas, pues los vanguardistas en Latinoamérica conciben el proyecto moderno y el suyo también en términos de espacialidad.* Para argumentar esta interpretación Rosenberg visualiza dos estrategias (también bastante mencionadas por otros) de esta lógica geopolítica (no temporal) en los textos vanguardistas: el “simultaneísmo” (dinámica espacial discontinua que mapea la totalidad en términos paradójicos (37)) y el “cosmopolitismo” (pensado esta vez como ejercicio discrepante de entendimiento global (40)). En suma, para Rosenberg la polémica entre tradición/modernidad o nacionalismo/cosmopolitismo es crítica porque cuestiona y hace ambiguas la rigidez de estas clásicas oposiciones. Los textos vanguardistas, en este sentido, dislocan los discursos lineales y evolutivos, enfatizando un presente que se satura sincrónicamente en respuesta a los esencialismos (pasado) y utopismos (futuro) que marcaron otros discursos.

Schwartz ofrece una interpretación distinta acerca de las respuestas vanguardistas latinoamericanas frente a la idea amenazante de no convertirse en “víctima del modelo importado” (494), es decir, refutaciones al cosmopolitismo ingenuo del periodo inicial de las vanguardias europeas: la antropofagia (De Andrade), la crítica al culto del “color local” (Borges), el anti-regionalismo (Mario de Andrade), el retorno a lo autóctono (Vallejo), el indigenismo vanguardista (Mariátegui). A pesar de los aportes documentales de Schwartz para la comprensión de la polémica entre cosmopolitismo y nacionalismo en las vanguardias, pienso que el debate estético-cultural alcanza un punto de discusión importante a partir de la lectura que abre Monasterios en torno a las vanguardias andinas**, precisamente porque su campo de desarrollo, no abordado en profundidad por Schwartz aunque sí sugerido, denuncia el escepticismo con el cual la sensibilidad moderna procesó las prácticas plebeyas que configuraban espacios nuevos de auto-representación (152). El cosmopolitismo de Mariátegui revelado en la “Advertencia” de sus Siete ensayos (1928), “creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales” (1), resulta insuficiente y no del todo provechoso para dar cuenta de la “sensibilidad” que buscaba Vallejo*** y, a su manera, el grupo Orkopata de Puno encabezado por Churata. Para Monasterios la “conversión” de esta sensibilidad se traduce como “sensibilidad indígena” a partir del debate que se produjo entre Vallejo y Churata en 1927. Se entiende que este debate fue una respuesta tajante a la polémica entre el cosmopolitismo y nacionalismo en el marco vanguardista, pero también se entiende que este debate ventiló sus argumentos con el fin de articular una nueva estética andina que surgía, según Vallejo, frente al rechazo de la experimentación vanguardista y a la incapacidad de sus congéneres “para crear o realizar un espíritu propio” (421).

* Me parece interesante contrastar el entrelazamiento espacial/crítico que establece Rosenberg entre vanguardias y cosmopolitismo, con la recepción que hacía Benjamin de este fenómeno en 1929, cuando situaba la emergencia del surrealismo, por ejemplo, como “un delgado arroyuelo alimentado por el húmedo aburrimiento de la Europa de la post-guerra” (43). Voy a profundizar en esta lectura de Benjamin en una próxima entrada.

** En siguientes entradas me referiré al proceso de conformación de las vanguardias andinas como un fenómeno de imbricación de los campos literario y político, en tensión a las vanguardias históricas europeas y americanas.

*** En “Poesía Nueva” (1926) escribe Vallejo: “Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna, han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad” (300).

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