La semana pasada empezamos a discutir la relación entre escritura/escritora, y he tenido esta relación en cuenta durante la lectura de esta segunda parte también. Es claro que aquí tenemos dos niveles de escritura (la novela en sí y el diario de María Eugenia que consta la segunda parte de esta novela), y además es obvio que existe dos escritoras, o sea, una autora (de la Parra) y una escritora (María Eugenia). Así, se puede cuestionar una nueva relación: la de autora/escritora. Hago esta distinción a propósito, aunque reconozco que la respuesta no es tan sencilla. Sin embargo, creo que esta distinción sería adecuada (y, además, pertinente) para discutir esta obra que se caracteriza por un doble texto. De hecho, esta técnica literaria del doble texto y múltiples autores/escritores no es nueva, sino se remonta al siglo XVII y la primera novela moderna, Don Quijote (1605, 1615). Cervantes (autor) descubre y publica los manuscritos de historiador musulmán (escritor). Más reciente con la publicación de Cien Años de Soledad (1967) Gabriel García Márquez (autor) nos ofrece una compilación de los pergaminos de un gitano, Melquiades (escritor). En estos dos textos, a partir de los primeros capítulos las palabras que lee el lector (otro jugador importante en este proceso) son las de este escritor / personaje creado por el autor.
Estos diferentes roles de autor/escritor no son intercambiables. El escritor carece algo que el autor posee. El autor concibe la trama, mientras que el escritor simplemente actúa como el vehículo para relatarla para el lector. Es decir, la historia se origina con el autor. Cualquiera persona puede ser escritor, como habíamos establecido con nuestras firmas el jueves pasado, pero no todos pueden asumir el papel de autor.
Y para ir más allá de esta distinción, me refiero también a algo que anotamos en clase el jueves pasado: el fenómeno de que en esta obra la autora, en efecto, ha escrito unas pocas palabras: “PRIMERA PARTE: UNA CARTE MUY LARGA DONDE LAS COSAS SE CUENTAN COMO EN LAS NOVELAS” (p. 7) Entonces, surge otra distinción importante entre autor/escritor: un autor a menudo no escribe, mientras que un escritor siempre escribe. Esto sigue siendo la norma de la segunda parte de Ifigenia, aunque podemos distinguir que a diferencia de ofrecernos en la primera parte una carta larguísima escrita por la protagonista, una sin pausa y sin interjección por parte de la autora, en esta segunda sección de la Parra ejerce más poder a través de un segundo papel de editora. La editora de Ifigenia ha dividió el diario de María Eugenia en capítulos, y el resultado es un texto más parecido a una novela que un diario. Teresa de la Parra eligió no sólo la cantidad de páginas en cada capítulo, sino también nos ha ofrecido un subtítulo (o, tal vez un prologuito) al principio de cada uno. Leemos, por ejemplo en la página 87,
CAPÍTULO II
En donde María Eugenia Alonso describe los ratos de suave con-
templación pasados en el corral de su casa y en donde a su vez apa-
rece también Gabriel Olmedo
Así, la autora se convierte en editora también. Y, para referirme otra vez a la conexión con el Quijote, estos prologuitos suenan alarmante semejantes a los escritos por Cervantes (por ejemplo, el del Capitulo XVIII de la primera parte: “Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas.”) El rol de la editora, entonces, es elegir cuales aventuras de María Eugenia son “dignas de ser contadas”.
Este es una reflexión muy sabia . Te encomendo por tu análisis de Teresa de la Parra como editora del diario de Maria Eugenia. Quiero añadir que en ser una editora, de la Parra, el trabajo de Maria Eugenia esta siendo mediada por ella. Hay que ser atenta a los posibles redactos del su trabajo. No solo estamos leyendo la escritura de Maria Eugenia, pero también los cambios y posible agregaciones de Teresa de la Parra.