Paradiso, el destino como definición vital

Ahora que hemos llegado al final de Paradiso, creo que quizás ahora pudiésemos “releer” esta novela en sentido inverso, es decir, reconstruir la trama –dejando de lado el barroquismo y los cultismos– desde la última línea hasta la primera (paradójicamente la novela termina con la frase “podemos empezar”). Al hacer este ejercicio nos encontramos con que, finalmente, más allá de la narración lo que realmente ha guiado todos los senderos de la novela ha sido el destino. En otras palabras, quizás ahora sí estemos ante una novela donde más bien haya destino y no narración o, mejor aún, la narración esté supedita al destino. Y, por supuesto, esta operación supone –lo que es más importante– que los mismos personajes estén dominados por el peso de su destino y su agencia ante este sea casi nula.

Así, entonces, entendemos que la filosofía vital, diríamos, que se esboza en Paradiso es la de que en la vida el destino que nos toca vivir –ya sea por azar, ya sea porque algo o alguien así lo quiso– marca indefectiblemente el camino que habremos de transitar. Y la huella de ese destino que nos ha tocado –o no ha escogido– está siempre presente como una manera de remarcarnos quiénes somos y acaso quiénes seremos. La siguiente cita de la abuela Augusta va por ese lado: “La cara de ella reflejaba la tristeza de un destino que se reitera en su amargura” (477; mi énfasis).

Esta reiteración del destino en la novela parece reflejarse sobre todo en las prematuras muertes masculinas: el padre del coronel José Eugenio; él mismo; Alberto Olaya; Andrés Olaya. Los dos primeros eran pilares familiares que desmoronaron a sus respectivas familias y de cuyos escombros que les dejó el terremoto del destino poco a poco fueron sobreviviendo los que quedaron. En el caso de los hermanos Olaya, Alberto muere de modo absurdo en medio de una vida caótica, lo que hace pensar que su muerte solo cobra sentido dentro de un destino que exige una seguidilla de muertes que empezó con la de su propio hermano Andrés (y, en este caso, si uno repasa esta historia, es como si cada detalle que propició su muerte fuese más bien una cadena azarosa paradójicamente al servicio de un destino: justo se sube al elevador, que justo tenía una tabla sin ajustar, porque justo el encargado fue llamado, porque justo era el cumpleaños de una niña, y, encima de todo, él no quería estar en esa feria… en fin, mucho azar para que, al final, todo sea simplemente casualidad, podríamos decir para seguir en el juego).

Entonces quizás por eso podamos entender por qué la trama como tal es tan escueta: todo ya está dado de antemano. Lo que se narra son, por un lado, los hechos que el destino tenía preparado y, por otro, lo que cada familia hace para sobreponerse a éste. Tal vez debajo de toda la maraña retórica esté, finalmente, escondido el destino; quizás sea el “arma escondida”. Lo curioso es que está tan bien escondido que está perfectamente a la vista.

Terminamos de leer la novela, por tanto, podemos empezar a discutir más. Es nuestro destino.

Paradiso, el destino como definición vital

Ahora que hemos llegado al final de Paradiso, creo que quizás ahora pudiésemos “releer” esta novela en sentido inverso, es decir, reconstruir la trama –dejando de lado el barroquismo y los cultismos– desde la última línea hasta la primera (paradójicamente la novela termina con la frase “podemos empezar”). Al hacer este ejercicio nos encontramos con que, finalmente, más allá de la narración lo que realmente ha guiado todos los senderos de la novela ha sido el destino. En otras palabras, quizás ahora sí estemos ante una novela donde más bien haya destino y no narración o, mejor aún, la narración esté supedita al destino. Y, por supuesto, esta operación supone –lo que es más importante– que los mismos personajes estén dominados por el peso de su destino y su agencia ante este sea casi nula.

Así, entonces, entendemos que la filosofía vital, diríamos, que se esboza en Paradiso es la de que en la vida el destino que nos toca vivir –ya sea por azar, ya sea porque algo o alguien así lo quiso– marca indefectiblemente el camino que habremos de transitar. Y la huella de ese destino que nos ha tocado –o no ha escogido– está siempre presente como una manera de remarcarnos quiénes somos y acaso quiénes seremos. La siguiente cita de la abuela Augusta va por ese lado: “La cara de ella reflejaba la tristeza de un destino que se reitera en su amargura” (477; mi énfasis).

Esta reiteración del destino en la novela parece reflejarse sobre todo en las prematuras muertes masculinas: el padre del coronel José Eugenio; él mismo; Alberto Olaya; Andrés Olaya. Los dos primeros eran pilares familiares que desmoronaron a sus respectivas familias y de cuyos escombros que les dejó el terremoto del destino poco a poco fueron sobreviviendo los que quedaron. En el caso de los hermanos Olaya, Alberto muere de modo absurdo en medio de una vida caótica, lo que hace pensar que su muerte solo cobra sentido dentro de un destino que exige una seguidilla de muertes que empezó con la de su propio hermano Andrés (y, en este caso, si uno repasa esta historia, es como si cada detalle que propició su muerte fuese más bien una cadena azarosa paradójicamente al servicio de un destino: justo se sube al elevador, que justo tenía una tabla sin ajustar, porque justo el encargado fue llamado, porque justo era el cumpleaños de una niña, y, encima de todo, él no quería estar en esa feria… en fin, mucho azar para que, al final, todo sea simplemente casualidad, podríamos decir para seguir en el juego).

Entonces quizás por eso podamos entender por qué la trama como tal es tan escueta: todo ya está dado de antemano. Lo que se narra son, por un lado, los hechos que el destino tenía preparado y, por otro, lo que cada familia hace para sobreponerse a éste. Tal vez debajo de toda la maraña retórica esté, finalmente, escondido el destino; quizás sea el “arma escondida”. Lo curioso es que está tan bien escondido que está perfectamente a la vista.

Terminamos de leer la novela, por tanto, podemos empezar a discutir más. Es nuestro destino.

La familia, núcleo catalizador en «Paradiso»

de Una Familia Habanera – Eloisa Lezama LimaEl concepto de familia es uno de los rasgos que siempre nos ha definido a los latinos. Las obras del Boom en que hemos estado incursionando en nuestro curso representan un gran matiz de núcleos familiares. Es más, muchos de los destinos e identidades de nuestros personajes fueron forjados y moldeados en sus hogares. Un matrimonio que sobrevive las deplorables condiciones de un yerbal engendra el personaje mesiánico Cristóbal, en Hijo de Hombre. Una familia acomodada, fracturada y disfuncional procura dar sólida y férrea formación a su hijo en La Ciudad y los perros. La esposa e hija aguardan La muerte Artemio Cruz para poner fin a lo que fue una parodia familiar. Los personajes centrales de Un lugar sin límites, si bien rompen cualquier molde o estereotipo al tratarse de un padre-madre que engendra una hija, tienen vínculos de sangre y son, a su manera, una familia.

Al adentrarnos en los vaivenes narrativos de Paradiso, observamos que la familia del coronel José Cemí se constituye en el ancla del relato. José Lezama Lima nos invita a entrar a un ambiente familiar lleno de sensaciones intensas y donde la alegría de vivir y la muerte desempeñan un papel preponderante. Es en ese entorno familiar donde se cuaja el relato. Es en el sendero del transcurso lineal del acaecer generacional de donde se desprenden las intrincadas ramificaciones imaginarias que lo caracterizan.

La historia familiar no sólo proporciona a la obra de una estructura a la narración sino que se constituye en agente formativo y revelador. En las figuras de los padres del Coronel descubrimos dos tendencias distintas a la hora de criar al muchacho. El padre procura formar su fortaleza y voluntad. Así lo demuestran los episodios de la bañera con hielo y de la piscina del capítulo VI. Curiosamente, es la prematura ausencia de figuras masculinas, con la muerte del Coronel y su tío Alberto lo que despierta en José una cercana convivencia con los muertos y los vivos, el sueño y la vigilia, que sustentan mucho de sus relatos.

La madre, por otro lado, como representante del matriarcado que predomina en la familia, opone una postura mucho más mediática y mentora. Aparte del tradicional rol materno que procura compensar la ausencia del padre, transformándose en fiduciaria espiritual del legado paterno, Rialta cumple una función crucial en su hijo. Haciendo alarde a su elegancia y gracia criolla, en el capítulo IX introduce un aspecto clave en la novela: la vocación poética de José Cemí. La madre interpreta la enfermedad de su hijo como una virtud y una marca de los dioses: “Todos dicen que el que tiene esa enfermedad está protegido como el jiquí contra los rayos, que es una enfermedad protectora como una divinidad” (131).
A diferencia de las otras obras en que las familias cumplían una función circunstancial en los relatos, en Paradiso, la familia es la cuna donde todas las nociones formativas de José Cemí se van amalgamando. En ella se confronta con la prevalente realidad de la muerte, el mundo de la amistad, las revelaciones del sexualidad, pero sobre todo, es el ente catalizador que lo llevará a la iniciación en la poesía y, en última instancia, a la creación de Paradiso.

Una metonimia de símiles

En esta ocasión estamos frente al reto de intentar construir el sentido de la novela a partir de una nueva forma de narrar; donde las imágenes son muchas veces más importantes que la propia narración. A veces las descripciones de los objetos y situaciones son tan detallados que pareciera que estos objetos tienen la misma importancia que los personajes, por ejemplo cuando en el capitulo dos se describe con detalle una lámpara adornada de animales y figuras mitológicas. En este sentido, las imágenes en la novela son tan importantes como la propia narración, como es el caso de la poesía. Por esta característica podríamos apresurarnos a decir que Paradiso podría ser tal vez un gran poema novelado.

Los símiles son ampliamente utilizados en la literatura, tanto en la moderna como en la antigua. Dante es un claro ejemplo de esto. El símil es una figura retórica detallada muy bien por Aristóteles que consiste en la comparación expresa entre una cosa y otra, para dar una idea eficaz de una de ellas. Al establecer la comparación por semejanza, se trasladan las características simbólicas o físicas de uno a otro. En Paradiso, es precisamente esta figura retórica la que abunda; lo novedoso en la novela, es que para completar la descripción física o la acción de los personaje se utilizan las comparaciones cultistas, de origen Griego, Egipcio o Maya entre otras. Ejemplos:

Baldovina se desesperaba, desgreñada, parecía una azafata que con un garzón en los brazos…109

El torso anchuroso de Zoar, lucía como un escaparate de tres lunas y parecía el de otro animal de tamaño mayor…114

Alzo su mano derecha, como en una aelgoría del siglo XVIII…145

Pero los insignificantes vecinos de Jacksonville se burlaban de que, no obstante ser su mano regordeta e inquisitoriamente larguirucha, incorreccionaba las octavas, y la intgervención del registro flauta de su instrumento provocaba chirridos nerviosos ¨como¨ los cortes en el membrillo helado…153

Como bien se puede observar, en estos ejemplos es que el nexo de comparación que generalmente se utiliza es el ¨como¨y en menor grado el ¨parecía¨.

Una metonimia de símiles

En esta ocasión estamos frente al reto de intentar construir el sentido de la novela a partir de una nueva forma de narrar; donde las imágenes son muchas veces más importantes que la propia narración. A veces las descripciones de los objetos y situaciones son tan detallados que pareciera que estos objetos tienen la misma importancia que los personajes, por ejemplo cuando en el capitulo dos se describe con detalle una lámpara adornada de animales y figuras mitológicas. En este sentido, las imágenes en la novela son tan importantes como la propia narración, como es el caso de la poesía. Por esta característica podríamos apresurarnos a decir que Paradiso podría ser tal vez un gran poema novelado.

Los símiles son ampliamente utilizados en la literatura, tanto en la moderna como en la antigua. Dante es un claro ejemplo de esto. El símil es una figura retórica detallada muy bien por Aristóteles que consiste en la comparación expresa entre una cosa y otra, para dar una idea eficaz de una de ellas. Al establecer la comparación por semejanza, se trasladan las características simbólicas o físicas de uno a otro. En Paradiso, es precisamente esta figura retórica la que abunda; lo novedoso en la novela, es que para completar la descripción física o la acción de los personaje se utilizan las comparaciones cultistas, de origen Griego, Egipcio o Maya entre otras. Ejemplos:

Baldovina se desesperaba, desgreñada, parecía una azafata que con un garzón en los brazos…109

El torso anchuroso de Zoar, lucía como un escaparate de tres lunas y parecía el de otro animal de tamaño mayor…114

Alzo su mano derecha, como en una aelgoría del siglo XVIII…145

Pero los insignificantes vecinos de Jacksonville se burlaban de que, no obstante ser su mano regordeta e inquisitoriamente larguirucha, incorreccionaba las octavas, y la intgervención del registro flauta de su instrumento provocaba chirridos nerviosos ¨como¨ los cortes en el membrillo helado…153

Como bien se puede observar, en estos ejemplos es que el nexo de comparación que generalmente se utiliza es el ¨como¨y en menor grado el ¨parecía¨.

Paradiso (1966) por José Lezama Lima

Después de leer sobrevivir la primera mitad de Paradiso (1966) por José Lezama Lima, me quedo con algunas cuestiones y observaciones:

-          De todas las obras del “Boom” que hemos leído hasta ahora, esta novela, para mí, más destaca la renovación y experimentación de lenguaje que caracteriza la literatura de este movimiento literario. Leí algunos pasajes en español, y otros en ingles pero a mí me parece más como el idioma Lezama-lima: un lenguaje en sí mismo. El autor utiliza un lenguaje poético y un estilo barroco mezclado con vocablos cubanos y puntuación irregular.

-          También vemos la tendencia de no seguir una secuencia lógica en el tiempo. El lector debe construir la historia a través de una serie de “flash-backs”, empezando en el tercer capítulo que trata a la emigración de los Olaya y ocurre de nuevo en el cuarto capítulo que trata a la historia del padre de José Cemi, el protagonista de la novela. Otras veces la acción detiene completamente y el autor rellena la pausa con una descripción minuciosa de cualquier objeto (sea la lámpara del Capitán Viole en el segundo capítulo, o sean las plantas que ve Alberto Olaya antes de sucumbir a su muerte trágico en el accidente del taxi.

-          La semana pasada habíamos discutido los rasgos autobiográficos de la novela El lugar sin límites, pero en esta novela hay más que rasgos: hay una paralela distinta entre Jose Cemi y Jose Lezama Lima, sin mencionar los paralelos entra la mayoría de los parientes del protagonista y los de Lezama Lima. Además hay semejanzas en el espacio – La Habana, la trama – ataques del asma en su juventud, y en los personajes reales – su padre, el coronel por ejemplo.

-          Me asombra que alguien, a saber, Gregory Rabassa, se había atrevido traducir esta obra.

-          Me pregunto, ¿Desde cual perspectiva de lectura debe el lector leer esta obra? Y, es más, ¿a cuál género literario pertenece esta obra? Es casi un hibrido de novela-poesía-ensayo. Puede ser una novela por la estructura, los personajes de ficción y la acción ficticia, un poema por el lenguaje repleto de metáforas y un ensayo por su fin didáctico; es decir, exponer el teoría poética de Lezama Lima.

 

 

El Paradiso de la figura retórica

Leer el libro de Lezama Lima es una hazaña. El lector se enfrenta a un desafío, desde las primeras página entiende que para seguir en la lectura tendrá que hacer un compromiso con el libro: tendrá que admitirle que no puede con todas las metáforas, elipses, perífrasis, alusiones, pleonasmos… y que para llegar al cabo de cada capítulo tendrá que dejar de lado su curiosidad en descubrir todas las citas, todas las referencias y anécdotas que el narrador disemina en el texto. La misma narración queda escondida; liebre entre los arbustos sale rápida para desaparecer enseguida en otro matorral, dejando al cazador sin alternativas sino esperar que salga de vuelta, quién sabe cuando.

Entre los largos intervalos, una exhibición desmesurada de sabiduría taxonómica que parece burlar al lector lo enreda en una telaraña desde la cual parece no haber escape. En las primeras páginas del libro, aprendemos que una de las obras presente en la biblioteca del Coronel Cemí es la Enciclopedia Británica, una obra que me imagino debe haber sido muy querida por Lezama, puesto que la cantidad de personajes históricos y mitológicos presente en la novela es portentosa; se mezclan en los acontecimientos: dioses griegos, hindúes y precolombinos; heroes y demonios; arquitectos, pintores y músicos; soldados y políticos…

A veces la narración parece un pretexto para poder encajar otro referente mítico, otro nombre ilustre, como si este fuese el gran deleite del escritor cubano: el hacernos sentir rodeados por esta plétora de siluetas notables en un estilo de escritura que muchos han llamado barroco, y que yo denominaría más bien plateresco. Pero no creo que sea así, sino que toda esta gran maquinaria de palabras y figuras retóricas son una manera de dar cariño a los miembros de las familias que se hallan en esta primera mitad del libro. En vez de aturdirnos con acontecimientos, descripciones psicológicas, aventuras improbables y otros armatostes tan comunes en la literatura barata, Lezama prefiere que el narrador nos de retales de las vidas de los Cemí y de los Olaya sin dramatizar, con sutileza, sin enseñarnos toda la tela sino bocetos que andan asumiendo con simplicidad – en contraste con el embrollo del corpus en el que se halla – el fil rouge de la novela. Con qué ligereza se describen las muertes, con qué flema se describen los amores, hasta las proezas eróticas de Farraluque (otro enlace con la biblioteca del Coronel y su Felipe Trigo); todo, quizás, como para sugerir que las historias personales son demasiado complejas para que se puedan describir de manera exhaustiva en un libro, y que mejor entonces dar espacio a la fantasía y a la cultura académica.

fachada

Paradiso y la imagen poética

En la introducción de este texto, Eloisa Lezama Lima hace muchos comentarios muy útiles para la contextualización de esta obra de su hermano; el que me pareció lo más iluminante fue esto: “Las imágenes se convierten en personajes y los personajes y sus metáforas se enlazan a mitos o a otros símbolos, pero la imagen es previa.”

Creo que de allí—de la primacía de la imagen—podemos intentar a enfrentarnos con el texto de Paradiso. Sé que, por mi parte, esto ha sido la única manera de darle un poco de sentido a esta extraña obra. Esto tal vez explica la experiencia frecuente de la lectura en que una metáfora que pretende a explicar un tal objeto o un escenario se pierde en sí mismo. De repente, en cualquier momento, el lenguaje empieza a enriquecerse por motivos extraños e indescifrables. En otros momentos, salta una escena completamente surrealista sin ningún enlace aparente al desarrollo de la narrativa. Estas interrupciones abruptas en la experiencia coherente de la lectura refleja, creo yo, que Lezama Lima no se interesa en reflejar una realidad estable o coherente sino una realidad fantasmagórica donde lo material, lo lingüístico, y lo mitológico se envuelven en una sola representación.

“Mama, a scene in Pompei, a scene… desde entonces esa frase contemplaba situaciones paradojales y en la familia reaparecía burlonamente como si saltase por las ventanas con la cara tiznada.”  Aquí se ve entonces tal vez la agencia de la imagen para Lezama Lima—una escena en Pompeya—como actor en la novela. Pero también es una frase, una construcción lingüística que sale más allá de una significación para convertirse en una entidad con sus propios efectos materiales y vida dentro de la familia.

Es esta característica de la novela que simultáneamente me frustra y me interesa. Es una manifestación literaria de una absoluta continuidad entre el mundo material y el mundo imaginario. Es, más que una novela, una poema que se sitúa en primer plano el imagen—que para Lezama Lima es siempre un imagen bello, frágil, y barroco.

Paradiso y la imagen poética

En la introducción de este texto, Eloisa Lezama Lima hace muchos comentarios muy útiles para la contextualización de esta obra de su hermano; el que me pareció lo más iluminante fue esto: “Las imágenes se convierten en personajes y los personajes y sus metáforas se enlazan a mitos o a otros símbolos, pero la imagen es previa.”

Creo que de allí—de la primacía de la imagen—podemos intentar a enfrentarnos con el texto de Paradiso. Sé que, por mi parte, esto ha sido la única manera de darle un poco de sentido a esta extraña obra. Esto tal vez explica la experiencia frecuente de la lectura en que una metáfora que pretende a explicar un tal objeto o un escenario se pierde en sí mismo. De repente, en cualquier momento, el lenguaje empieza a enriquecerse por motivos extraños e indescifrables. En otros momentos, salta una escena completamente surrealista sin ningún enlace aparente al desarrollo de la narrativa. Estas interrupciones abruptas en la experiencia coherente de la lectura refleja, creo yo, que Lezama Lima no se interesa en reflejar una realidad estable o coherente sino una realidad fantasmagórica donde lo material, lo lingüístico, y lo mitológico se envuelven en una sola representación.

“Mama, a scene in Pompei, a scene… desde entonces esa frase contemplaba situaciones paradojales y en la familia reaparecía burlonamente como si saltase por las ventanas con la cara tiznada.”  Aquí se ve entonces tal vez la agencia de la imagen para Lezama Lima—una escena en Pompeya—como actor en la novela. Pero también es una frase, una construcción lingüística que sale más allá de una significación para convertirse en una entidad con sus propios efectos materiales y vida dentro de la familia.

Es esta característica de la novela que simultáneamente me frustra y me interesa. Es una manifestación literaria de una absoluta continuidad entre el mundo material y el mundo imaginario. Es, más que una novela, una poema que se sitúa en primer plano el imagen—que para Lezama Lima es siempre un imagen bello, frágil, y barroco.