Ya a la mitad de lectura de Hijo de hombre, un par de preguntas han terminado por germinarse en mí: ¿cuál es la trama de la novela?, ¿quién o quiénes son los protagonistas? Sin duda, estas dudas surgen debido a que tengo internalizado un detector de estos elementos que este texto reta. Y eso, por supuesto, hay que agradecerlo (así como el reto de leer un texto donde los antecedentes de las historias narradas son revelados a posteriori, retando así al típico relato lineal). Pero mientras las preguntas laten, al mismo tiempo una tentativa respuesta me revolotea: la Historia.
Y digo Historia y no historias, pues creo que no se trata simplemente de los relatos de ciertos personajes y ciertos lugares (Itapé, Sapukai, Takurú-Pukú y sus ensangrentados yerbales). Se trata, más bien, de la Historia del Paraguay profundo de las primeras décadas del siglo XX. A través de los narradores (a veces encontramos a uno en primera persona -el militar rebelde, traidor y traicionado por el alcohol-, otras veces es omnisciente) se nos presentan personajes realmente memorables –don Macario Francia, Gaspar Mora, el ex revolucionario Casiano Jara/Amoité, su esposa e hijo, el enigmático médico extranjero, etc.- que iluminan un periodo de tiempo y una época particular de Paraguay. Sin embargo, es imposible dejar de sentir que esos pueblos paraguayos que se retratan también dibujan a todos los pueblos de la Latinoamérica profunda, también explotados, polvorientos, condenados, sojuzgados, envenenados, pero, sobre todo, sobrevivientes.
Si bien es cierto que, como decía, ningún personaje realmente es el personaje, sino que todos configuran una gran Historia, sí creo que el personaje concreto de Macario Francia es una especie de metáfora del modo en que la novela concibe el modo de contar la Historia. Con esto quiero decir que Macario Francia, con sus cataratas, sus silencios calculados, su trashumancia, su rebeldía personifica un tipo de relatos que no son los que se encuentran en los libros oficiales de historia y pretenden ser objetivos (si es que tal cuestión existe; no lo creo). Por el contrario, se trata de relatos informales, acaso con ciertos sesgos y distorsiones, pero por eso mismo más reales y humanos; un tipo de relatos aplastados por la modernidad (y de allí que me parece que no es casual que don Macario muera cuando llega el ferrocarril, símbolo inequívoco del “progreso”) que la novela trata de rescatar. (En este punto no puedo dejar de recodar al narrador de Los funerales de la mamá grande de García Márquez, quien se apura en contarnos los hechos antes de que lleguen los historiadores a distorsionarlo todo. Una intención así, me parece, representa don Macario y, a su vez, el proyecto narrativo de la novela al juntar todos estos relatos y hacer una Historia).
Todo esto, a su vez, me hace reflexionar en torno a la inclusión de Hijo de hombre dentro del Boom. Los autores del Boom rompen con una tradición de realismo socialista que como premisa pretendía la creación de relatos/denuncia o novelas/documento de las injusticias regionales. Ellos van más allá de eso rompiendo con los esquemas tradicionales, pese a que sus textos en sí mismos son también en gran medida una denuncia, como seguramente iremos viendo. En ese sentido, me pregunto –y quizás, si a los demás les parece relevante podemos comentarlo en clase– si Hijo de hombre es una especie de bisagra entre la tradición pre-Boom y este. ¿Es, de alguna manera, Hijo de hombre, una novela/documento o, más bien, se halla en el tránsito de este tipo de narrativa hacia una que experimenta con la forma y, de este modo, vuelve el contenido menos dogmático?
Si de latidos hablamos, a mi me palpitó, a lo largo de la lectura, el título de la obra. En el primer episodio narrado se inicinúa una asociación entre el Hijo de hombre, título con que es identificado Jesús en los Evangelios y el Cristo engendrado en la madera por Gaspar Mora. Con el correr de los relatos la posible analogía se diluye, pero mi curiosidad permanece. Habrá que esperar al final, ya que como bien dices, los antecedentes serán revelados a posteriori.
Muchas gracias por tu comentario, Silvia. Sí, a mí también me parece enigmático el título. Quizás sea porque, como Jesús en la Biblia, el hijo de hombre latinoamericano está condenado a una crucifixión, solo que constante y sin redención (al menos hasta el momento). Pero como bien dices, ya iremos viendo.
Sobre tu última pregunta… veremos. O no. Pero por ahora, después de haber leído un solo libro, no estamos en buenas condiciones para decir nada (creo) sobre el “Boom” en sí. Pero es una buena pregunta, y en algún momento volveremos a ella.
Mientras tanto, claro que (entre otras cosas) lo que está en juego es la posibilidad de representar la Historia a través de historias. Si, por ejemplo, el hecho de tenera *una* trama, *un solo* narrador no sería en sí delatar o traicionar a la Historia. O si es que realmente existe “la Historia” (con mayusculas), en vez de una cantidad de historias, cuentos, aproximaciones.
Mientras tanto, estoy de acuerdo de que Macario es una figura clave. Pero también Miguel Vera. Representan (o incarnan… esta también es una novela sobre encarnación, y de allí, creo, Silvia, nace la importancia del título) dos modos opuestos y/o por lo menos diferenciados de contar la(s) historia(s): oralidad y escritura, por decirlo en la manera más sencilla, demasiado sencilla.