Cien años de soledad: una novela contranatural e inmoral

En “La dialéctica de la soledad”, apéndice del célebre ensayo El laberinto de la soledad (1959), dice Octavio Paz: “La soledad, que es la condición misma de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad desaparecerán. La plenitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo, nos esperan al fin del laberinto de la soledad” (212).

No pude dejar de recordar el texto citado tras terminar de (re)leer Cien años de soledad. En ese texto, Paz describe, además, a la soledad humana como una carencia que tratamos de resolver por todos los medios (con énfasis en el amor: “las penas de amor, son penas de soledad”[212]). Los personajes de Cien años…, sin embargo, contravienen esta naturaleza humana. Buena parte de la estirpe Buendía (y quienes se adhieren a ella, como Rebeca o Fernanda) termina más bien entregándose a la soledad, encerrándose en ella o, como el coronel, entendiendo que la buena vejez es un “pacto honrado con la soledad”. La casa, más de una vez, es sellada, es decir, aislada. Y, finalmente, el último sobreviviente termina absorto en la más absoluta soledad mientras todo se disuelve a su alrededor.

Entonces, quizás, es por este acto contranatural de entregarse a soledad y regodearse con ella que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (334); para ellos, que se perdieron en laberinto de la soledad no habrá reposo ni dicha. Así, ni los disparates de José Arcadio Buendía, ni la maldad de Amaranta, ni las guerras y levantamientos del coronel, ni las parrandas de Aureliano ni el incesto de Amaranta Úrsula, etc. son los excesos que explican el apocalíptico final de la estirpe; el verdadero exceso que explica el fin trágico es justamente haber hecho un pacto con la soledad que, finalmente, termina por cobrar la factura. Y, por supuesto, la consecuencia más triste de esta condición no es la desaparición física, sino el olvido. Finalmente, uno termina existiendo porque es recordado por los demás y muere no cuando deja de latir el corazón sino cuando ya nadie se acuerda de nuestra existencia. Macondo, por lo tanto, y sus habitantes no existieron jamás: han sido borrados de la historia y, por ende, olvidados. El olvido es la muerte sin posibilidad de resurrección.

Por otro lado, como comenté en clase, algo quería agregar sobre el “realismo mágico” y su implicancia, digamos, ética en la literatura latinoamericana. En el prólogo de la antología de cuentos McOndo (1996), titulado “País de McOndo”, Alberto Fuguet y Sergio Gómez citan, porque están en completo acuerdo, al poeta chileno Óscar Hahn, quien irónicamente comenta lo siguiente sobre García Márquez y el realismo mágico:
“Cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en tierras de América fue recibido con gran alborozo y veneración por los isleños, que creyeron ver en él a un enviado celestial. Realizados los ritos de posesión en nombre de Dios y de la corona española, procedió a congraciarse con los indígenas, repartiéndoles vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento. Casi quinientos años después, los descendientes de esos remotos americanos decidieron retribuir la gentileza del Almirante y entregaron al público internacional otros vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento: el realismo mágico. Es decir, ese tipo de relato que transforma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que pone a la misma altura la levitación y el cepillado de dientes, los viajes de ultratumba y las excursiones al campo”.

Para estos autores, además, “Vender un continente rural cuando, la verdad de las cosas, es urbano (más allá que sus sobrepobladas ciudades son un caos y no funcionen) nos parece aberrante, cómodo e inmoral” (9). En suma, su queja está fundada en que, después de Cien años de soledad, Latinoamérica ha sido cubierta bajo el manto exotista del realismo mágico y, en consecuencia, se refuerza y perpetúa el estereotipo que encontramos denunciado, por ejemplo, en la canción “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos” del grupo de rock chileno Los prisioneros. (Aquí el link donde se puede escuchar la canción: https://www.youtube.com/watch?v=oED3w_1CZyQ )

En fin, dejo esto aquí, pues da para mucho más. Quizás algo podamos discutir en clase.

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2 Responses to Cien años de soledad: una novela contranatural e inmoral

  1. Luca Oluic says:

    Bruno, y qué tendría que decir yo del personaje estereotipado del italiano Pietro Crespi? Como si todos los italianos fuéramos cultos, elegantes y guapos… well, that is actually true… ;-D

  2. Bruno says:

    Jaja, bueno, pero te faltó decir que también se dejan morir de amor, como se diría en el Quijote. Pero sí, es un estereotipo (uno más).

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