Hay mucho que desempacar en la primera mitad de la novela Lituma en los Andes, pero me gustaría enfocarme en la representación de los habitantes de Naccos. Desde el principio de la novela, se presentan los habitantes del pueblo como personas inescrutables. Lituma los describe con “caras inexpresivas, los ojitos glaciales con que lo observaría la gente de Naccos” (9). También dice que tienen “cabezas negando, monosílabos, miradas huidizas, bocas y ceños fruncidos, presentimiento de amenazas” (13). Son inescrutables, pero a la vez son primitivos y supersticiosos. Lituma pregunta al Tómas “¿De veras los indios creen eso?” (9). Vargas Llosa presenta a Dionisio y a Adriana en una manera parecida. Adriana describe como una mujer “sin edad” (21). Además, dice que ella “les adivinaba la suerte con naipes, cartas astrológicas, leyéndoles las manos o tirando al aire hojas de coca e interpretando las figuras que formaban al caer” (21). Ella practica artes “supersticiosos” y representa una ambigüedad que Vargas Llosa utiliza para representar a casi todos los de la sierra.
Ellos no solo son ambiguos pero también ambivalentes. No hablan de la violencia que experimentan y supuestamente no dicen nada de Sendero Luminoso. Lituma pregunta “¿cómo era posible que, con todo lo que pasaba cada día a su alrededor, nunca los hubiera oído hasta ahora hacer un solo comentario sobre Sendero Luminoso?” (21). Lo peor y más peligrosos de esta representación inescrutable y bárbara de los indios es sugerir que la gente indígena de Perú son responsables por la violencia que experimentan durante esta época. No es producto del estado o del terrorismo, pero de las supersticiones y barbaridad de los Andes.