Si en Hijo de hombre discutíamos acerca de la importancia del rol de la simbología judeo-cristiana involucrada en la obra, creo que en El lugar sin límites podemos afirmar que este tópico es axial en la novela. Empezando por el epígrafe –siempre hay que prestarle mucha atención a los epígrafes– ya podemos sospechar que alguna carga religiosa habrá. Y, en efecto, la hay. La Estación El Olivo es justamente ese infierno que está en la tierra, ese espacio donde todos sus habitantes inevitablemente van a terminar calcinados (aunque no por las llamas, ciertamente, sino por los designios del capital). Casi podríamos rebautizar a la novela y llamarla El infierno con límites.
Sin embargo, dentro de este infernal panorama hay un “dios”. Y ese ser “supremo” en la novela es, sin duda, el personaje de don Alejo Cruz. Él, paradójicamente, es el dueño del infierno (aunque vive en un reducto mucho más “santo”), pero tiene “forma” de Dios: “Tan bueno él. Si hasta cara de Taita Dios tenía, con sus ojos como de loza azulina y sus bigotes y cejas de nieve” (4). Por otro lado, él tiene sus viñas (las viñas del señor), es quien podría traer la luz (la luz salvífica, la luz de la verdad) y, por supuesto, es quien puede, como con Sodoma y Gomorra, aniquilarlo todo: “[D]e pronto vio claro [Manuela] que don Alejo, tal como había cercado este pueblo, tenía ahora otros designios y para llevarlos a cabo necesitaba eliminar la Estación El Olivo” (33). Don Alejo, pues, no tiene intereses o deseos, sino designios, como el Dios católico (del Antiguo Testamento, sobre todo). Asimismo, a él también se le honra sin peros ni murmuraciones: “Pero porque se trataba de una fiesta en honor del señor y porque cualquier cosa que se relacionar con el señor era buena, por esta vez [las mujeres que dejaron ir a sus maridos al agasajo a don Alejo] no dijeron nada” (36). Claro, ¡cómo van a decir algo contra el “Señor”!
Pero así como don Alejo tiene la potestad de salvar o destruir al pueblo (él es todopoderoso), también puede hacerlo con su protegida Manuela (Manuel). Este personaje llega al pueblo y se queda con la esperanza de encontrar, por fin, un lugar estable. Aunque, claro, para esto tiene que pagar el precio de una apuesta sórdida. Pero más allá de esta parte de la novela, hacia el final vemos cómo trágicamente Manuela muere a manos de Pancho sin que don Alejo, como ella quisiera, la salve: “Y entonces Pancho, furioso, me encuentra en una esquina y me dice me das asco, anda a sacarte eso que eres una vergüenza para el pueblo. Y justo cuando me va a pegar con esas manazas que tiene, yo me desmayo… en los brazos de don Alejo” (12). No obstante, al final, a la hora de la verdad don Alejo no aparece. En su agonía Manuela podría decir: “Padre, por qué me has abandonado”. La “protección” de don Alejo se limitó realmente a una advertencia verbal a Pancho quien se libró de ella fácilmente a través del dinero. (¿Será Pancho –que anda en un camión nada menos que rojo– una especie de Satanás que, como Lucifer, se rebela, se va del “cielo”, reniega de quien tendría que adorar?)
En fin, este es solo un retazo de todo lo que se puede decir en torno a esta novela y su simbología o, más bien, simbologías.
Esta obra es una ilustración del legendario dicho “pueblo chico, infierno grande”. Allí, todo es oscuridad y desesperanza. Las relaciones sociales no podrían ser más aberrantes: una hija fruto de una apuesta, el macho del pueblo que tiene debilidad por el maricón y termina matándolo, el latidundista, quien, aunque a un paso de la muerte, no desacelera sus ambiciones.
En fin, fue apropiada tu observación del infierno, si es que así puede ser designado también al lugar donde todas las relaciones convencionales son puestas patas para arriba.
Muy bueno Bruno, te felicito. Sin embargo tengo una pregunta: ¿cómo sabes que la Manuela ha muerto?
Cito: “el cuerpo endeble de la Manuela que ya no resiste, quiebra bajo el peso, ya no puede ni aullar de dolor, bocas calientes, manos calientes, cuerpos babientos y duros hiriendo el suyo y que ríen y que insultan y que buscan romper y quebrar y destrozar y reconocer ese cuerpo de tres cuerpos retorciéndose, hasta que ya no queda nada y la Manuela apenas ve, apenas siente, ve, no, no ve, y ellos se escabullen a través de la mora y queda ella sola junto al río que la separa de las viñas donde don Alejo espera benevolente”. Para mí, aunque, como bien anotas, no se dice textualmente que muere, la violencia es tan grande que sería prácticamente que el personaje muera. Por otro lado, tiene que morir: es su destino trágico, me parece, dentro de la obra. Simbólicamente, por otro lado, queda junto al río que la separa de ese “dios” que es don Alejo que la “espera” benévolamente en el “cielo”. Desde mi punto de vista, yo interpreto esta escena como de muerte. Además, porque luego nadie sabe más de ella/él: desaparece.
No sé si esta pregunta es como la que hacíamos la semana pasada de si el Jaguar mató o no a Arana. Aquí yo me inclino casi por completo a la muerte de Manuela. Pero en todo caso posiblemente un gran tema de debate mañana.
corrección “que sería casi imposible que el personaje no muera”
Yo he pensado al asesinato cuando leí ese párrafo que citas, pero luego dudé leyendo lo que piensa la Japonesita, que tiene siete vidas, que siempre vuelve… así que, aunque sea muy probable que haya muerto, me inclino a pensar que haya sobrevivido.