Este cuento de Alberto Méndez se enfoca en un tiempo de posguerra y sobre todo en las secuelas destructivas de la guerra, no solo en campo físico (ruinas de las ciudades, campo y las victimas), sino también en lo incalculable como lo emocional, la memoria y el dolor. Las consecuencias que deja la guerra en un país vuelto marañas , la violencia como tema central que no discrimina y que lleva a las personas a actual irracionalmente, son muchas de los temas centrales que Méndez utiliza como ejemplo dentro de sus relatos. Personalmente hablando, me centré en el último cuento, “La cuarta derrota: 1942” o “Los girasoles ciegos”, porque me conecte mucho más con la historia. En este cuento, la relación obsesiva-compulsiva del hermano Salvador no solo sirve para mostrarnos la inestabilidad que genera la guerra en la psicología de los participantes (ganadores), los de bandos opuestos como Ricardo Mazo (perdedores), sino también de las víctimas ajenas que están en la mitad de todo y que no pueden escapar de las garras feroces e indiscriminadas de la guerra. Es así que Lorenzo y su madre Elena son dos ejemplos de ello. En cuanto a los temas principales de los cuentos, en mi opinión, el miedo y el encierro son focos fundamentales en los que Méndez se basa para contar sus historias.
Mi análisis está centrado en una de las voces narrativas, la voz del hermano Salvador, la cual llega en forma de carta y a modo de confesión. Esto resulta ser en si algo contradictorio dado que y debido a que su confesión queda depositada en las manos conservadoras y doctrinales de la iglesia. Dicha confesión no podrá ser utilizada en ningún tribunal de justicia porque es mandato sagrado de la iglesia y de paso, del sacerdote, guardarla en su memoria y no hacerla pública. Es importante reconocer el papel que la iglesia juega aquí. Es un papel de escrutiñador, acosador, del lado del poder, siendo ella, la iglesia católica un instrumento de poder en sí misma. Volviendo al personaje de Salvador, él es un hombre lleno de muchas contradicciones. Esta claramente obsesionado con Elena, su feminidad lo intoxica y hasta lo hace tener pensamientos ‘pecaminosos’. Salvador nunca ve en sí mismo ninguna culpa por su modo de actuar, ni mucho menos por su modo de pensar. El creo que es Elena quien lo seduce, lo lleva a la tentación, y trata constantemente encontrar algo negativo en Elena para así justificar su mezquindad de hombre. Por su parte, Elena, y de paso la mujer, se convierte en objeto de placer, de lujuria, en la culpable. Se convierte en la personificación de la mujer mala, tal como Eva quien es quien tienta a Adán con la fruta prohibida, Elena subsecuentemente tienta a Salvador con su cuerpo y su forma feminidad. Al final de cuento, cuando Salvador parece reconocer su mala conducta, su reconocimiento llega muy tarde. Sus acciones han terminado de destruir aún más a una familia que ya estaba al borde del abismo y termina haciendo que quien había estado escondido y prisionero todo este tiempo en un cuartillo detrás del armario, salte y termine matándose sobre la calle Ayala. Irónicamente, Salvador termina siendo no el salvador de la familia, sino su destructor y desintegrador; subsecuentemente, salvador termina simbolizando y encarnado el miedo. Salvador se convierte en la personificación destructiva de la guerra.