Esta novela que al principio me dio la impresión que iba a ser bien difícil de leer por su coloquialidad, resulto siendo mi favorita hasta ahora. Le atribuyo tal efecto a la similitud con el leguaje de la gente del común de Colombia. En esta novela hay muchas expresiones de la gente del común que se asemejan mucho a como la gente se expresa en mi país, no solo cuando se siente rabia, por ejemplo, cuando se dice ‘hijoeputa’, sino también en otras como “me cago de risa” (141). Otro aspecto muy importante que resalto es que refleja el tiempo y las divisiones del tiempo, en horas, pero que la medida del tiempo a través del relato de la protagonista, va mas allá y toma muchas más dimensionalidades que transcurren la localidad y la inmediatez de lo nacional. Yo digo que esta novela no solo es representativa de El Salvador, sino de muchas personas que han sido víctimas de la guerra en América Latina, gente del común y del corriente, que siempre son los más afectados al final del día.
Hay también una conexión directa con la naturaleza y la gente del campo demuestra la armonía con que trabajan el medio del campo y su forma de vivir está bien sincronizada con su entorno. Es así que la simplicidad de vivir está a flor de piel durante toda la narración. En esta comunidad del Kilometro, hay un sentido muy grande de comunidad y todos perciben ser iguales a los otros. Nadie es más que nadie. De otra forma, la iglesia juega un papel crucial en toda la historia. Al principio, y como en muchos otros países de Latino América, la iglesia silo se limita a ser colectora del diezmo, de rezar en Latín, de quitarles lo poco que tienen a estas pobres gentes que creen en los sacerdotes ciegamente. Ellos ven en la muerte, el siguiente paso hacia la salvación. Luego se ve en la historia como la iglesia también toma responsabilidad por el pueblo y tratan de sacarlos de la pobreza fundando cooperativas comunitarias que ayudan al bienestar colectivo de todo el pueblo y sus fincas. Por eso la protagonista confiesa diciendo, “ahora hay una preocupación por estar bien con en la tierra y la misa se da en español” (22). Y los malos de la novela ya no son la iglesia, sino que se los que toman ese papel son las fuerza armadas del gobierno, o sea, ‘la guardia’. La guardia se convierte en su peor enemigo, y a quienes piensan diferente y no hacen lo que se les ordena son acusados de comunistas o ‘rojos’. La protagonista dice: “Los curas habían estado influenciando a la gente del común para que vivieran mejor y las autoridades y los patronos no estaban de acuerdo”. El marido de la protagonista, José, ya no viene a dormir a la casa porque teme que le vayan a hacer daño. La vida se pone cada vez más difícil y dicen que son muchos en el país y que también está lleno de pobres. Aquí se ve la inestabilidad social y la inequidad interna.
Se recuerdan tiempos mejores, el uso de la memoria se hace presente para escapar del presente que agobia constantemente a la gente del común. La gente que no puede pelear, que son campesinos, que solo desea vivir en paz. También se representa la presencia Norteamérica y como se les culpa a los salvadoreños de ser atrasados, de ser perezosos, de tener la religión incorrecta, y hasta se les culpa por haber sido conquistados por los conquistadores equivocados: los españoles en vez de los ingleses. Al final de la novela, se acude al saber de los sentimientos y se asegura que las visiones, la intuición femenina, y lo que se aprende de toda una vida, no se puede descartar y debe ser entendido como conocimiento valido. “Me lo dijo el corazón, y mi corazón hasta ahora nunca me ha mentido”.