Monthly Archives: October 2014

El Lugar sin Límites

Don Alejo es la representación del poder en la novela; en sus manos están todos los hilos que controlan el pueblo, la Estación del Olivo. Él es representante del partido conservador y en base a especulación crea el pueblo De la Estación porque supone que este será en el futuro una estación que traerá beneficios para todos. Su poder consiste en manipular y saber miniciosamente la vida de los demás habitantes; se aprovecha de la gente para ganar votos y al final pretende destruir el pueblo, comprando las pocas casas y terrenos que quedan, supuestamente para que le sirva como terreno de viñedo, pero tal vez está tramando algo más.

¨No, no hay nadie como don Alejo, es único. Aquí en el pueblo es como Dios. Hace lo que quiere. Todos le tienen miedo. …. Y es tan bueno que cuando alguien lo ofende, como éste que te estuvo molestando, después se olvida y los perdona.”

Su poder solo es cuestionado por dos personajes que representan el machismo y la brutalidad. No pueden enfrentarse a él directamente porque le temen, sobre todo porque Don Anselmo tiene muchas influencias y; además, está rodeado por cuatro perros intimidantes. Sin embargo, Pancho físicamente es el prototipo del Macho aunque en el fondo también es homosexual, y eso lo sabe don Alejo que además sabe que está enamorado de la Manuela y que la quiere hacer daño. Ser homosesual en un mundo machista como la Estación del Olivo es lo peor que le puede pasar a un ser humano, al ser homesexual como la Manuela Pancho siente la necesidad de matarla. Es como si con ese acto borrara la deshorna de sus deseos. La Manuela, por otra parte, en sus buenos tiempos era la bufon de los prostíbulos y constantemente era victim de agresiones físicas y verbales por su condición. La Manuela se reconoce como mujer, pero su hija y los demás personajes del pueblo completan su identidad. La primera lo llama Padre, que a Manuela no le gusta y los segundos lo llaman Maricon, Por su parte, la Manuela se refiere a la gente del pueblo como ignorantes. Don Alejo también está en la postrimeria de la muerte su poder empieza a languidecer como él, por eso ya no es tan efectivo como antes; la Manuela y la Japonesita comienzan a sospechar de lo que está tramando, por eso la Japonecita deciden no venderla la casa.

El Lugar sin Límites

Don Alejo es la representación del poder en la novela; en sus manos están todos los hilos que controlan el pueblo, la Estación del Olivo. Él es representante del partido conservador y en base a especulación crea el pueblo De la Estación porque supone que este será en el futuro una estación que traerá beneficios para todos. Su poder consiste en manipular y saber miniciosamente la vida de los demás habitantes; se aprovecha de la gente para ganar votos y al final pretende destruir el pueblo, comprando las pocas casas y terrenos que quedan, supuestamente para que le sirva como terreno de viñedo, pero tal vez está tramando algo más.

¨No, no hay nadie como don Alejo, es único. Aquí en el pueblo es como Dios. Hace lo que quiere. Todos le tienen miedo. …. Y es tan bueno que cuando alguien lo ofende, como éste que te estuvo molestando, después se olvida y los perdona.”

Su poder solo es cuestionado por dos personajes que representan el machismo y la brutalidad. No pueden enfrentarse a él directamente porque le temen, sobre todo porque Don Anselmo tiene muchas influencias y; además, está rodeado por cuatro perros intimidantes. Sin embargo, Pancho físicamente es el prototipo del Macho aunque en el fondo también es homosexual, y eso lo sabe don Alejo que además sabe que está enamorado de la Manuela y que la quiere hacer daño. Ser homosesual en un mundo machista como la Estación del Olivo es lo peor que le puede pasar a un ser humano, al ser homesexual como la Manuela Pancho siente la necesidad de matarla. Es como si con ese acto borrara la deshorna de sus deseos. La Manuela, por otra parte, en sus buenos tiempos era la bufon de los prostíbulos y constantemente era victim de agresiones físicas y verbales por su condición. La Manuela se reconoce como mujer, pero su hija y los demás personajes del pueblo completan su identidad. La primera lo llama Padre, que a Manuela no le gusta y los segundos lo llaman Maricon, Por su parte, la Manuela se refiere a la gente del pueblo como ignorantes. Don Alejo también está en la postrimeria de la muerte su poder empieza a languidecer como él, por eso ya no es tan efectivo como antes; la Manuela y la Japonesita comienzan a sospechar de lo que está tramando, por eso la Japonecita deciden no venderla la casa.

El lugar sin límites: fantasía y violencia

¿Porqué inspira la figura de La Manuela tantos actos violentos pero también la fantasía? Digo yo, es porque siempre sirve como recuerdo implícito a los otros del “lugar sin límites,” donde todo es invención y actuación.

Lo evidente es que La Manuela es simplemente el más obvio residente de este espacio de identidad fluida; los otros personajes también demuestran bastante ambigüedad que resulta difícil decir definitivamente quien son… La Japonesita es una chica adolescente pero con responsabilidades y un comportamiento más bien adultos. Don Alejo se conoce por el pueblo como un buen hombre y hasta sirve de vez en cuando como el protector de La Manuela, pero llegamos a saber todos sus actos egoístas, ambiciosos, y violentos. Finalmente, Pancho se presente como un hombre bien tímido frente al Don Alejo pero se conoce en el prostíbulo por su brutalidad.

Para mi, todo esto sirve para ilustrar la esencialidad de la actuación personal, el cual es un hecho insoportable para los hombres quienes se fundan sus identidades en una masculinidad firma. Por eso, el cuerpo de La Manuela se presenta como un sitio de reestablecer esta masculinidad por actos violentos. Sin embargo, esto llega solamente después de que el cuerpo La Manuela se presenta más bien como un sitio de fantasía para los hombres, un fantasía de escape libidinal de las restricciones sociales.

Se ve esto en esta escena donde Pancho se queda dejado estupefacto por el baile de La Manuela:

“El baile de la Manuela lo soba y él quisiera agarrarla así, así, hasta quebrarla, ese cuerpo olisco agitándose en sus brazos y yo con la Manuela que se agita, apretando para que no se mueva tanto, para que se quede tranquila, apretándola, hasta que me mire con esos ojos de redoma aterrados y hundiendo mis manos en sus vísceras babosas y calientes para jugar con ellas, dejarla allí tendida, inofensiva, muerta: una cosa.”

Vemos las dos cosas aquí: la fantasía y la violencia. El cuerpo de La Manuela inspira la violencia a través de su eroticismo, y su eroticismo se manifiesta por su transgresión de limites. Para un hombre como Pancho, quien se siente atrapado por los enlaces sociales, esta transgresión se presenta como una fantasía—pero solamente hasta un punto, porque la masculinidad, la identidad, la reglas, y las normas siempre tienen que reestablecerse.

El lugar sin límites: fantasía y violencia

¿Porqué inspira la figura de La Manuela tantos actos violentos pero también la fantasía? Digo yo, es porque siempre sirve como recuerdo implícito a los otros del “lugar sin límites,” donde todo es invención y actuación.

Lo evidente es que La Manuela es simplemente el más obvio residente de este espacio de identidad fluida; los otros personajes también demuestran bastante ambigüedad que resulta difícil decir definitivamente quien son… La Japonesita es una chica adolescente pero con responsabilidades y un comportamiento más bien adultos. Don Alejo se conoce por el pueblo como un buen hombre y hasta sirve de vez en cuando como el protector de La Manuela, pero llegamos a saber todos sus actos egoístas, ambiciosos, y violentos. Finalmente, Pancho se presente como un hombre bien tímido frente al Don Alejo pero se conoce en el prostíbulo por su brutalidad.

Para mi, todo esto sirve para ilustrar la esencialidad de la actuación personal, el cual es un hecho insoportable para los hombres quienes se fundan sus identidades en una masculinidad firma. Por eso, el cuerpo de La Manuela se presenta como un sitio de reestablecer esta masculinidad por actos violentos. Sin embargo, esto llega solamente después de que el cuerpo La Manuela se presenta más bien como un sitio de fantasía para los hombres, un fantasía de escape libidinal de las restricciones sociales.

Se ve esto en esta escena donde Pancho se queda dejado estupefacto por el baile de La Manuela:

“El baile de la Manuela lo soba y él quisiera agarrarla así, así, hasta quebrarla, ese cuerpo olisco agitándose en sus brazos y yo con la Manuela que se agita, apretando para que no se mueva tanto, para que se quede tranquila, apretándola, hasta que me mire con esos ojos de redoma aterrados y hundiendo mis manos en sus vísceras babosas y calientes para jugar con ellas, dejarla allí tendida, inofensiva, muerta: una cosa.”

Vemos las dos cosas aquí: la fantasía y la violencia. El cuerpo de La Manuela inspira la violencia a través de su eroticismo, y su eroticismo se manifiesta por su transgresión de limites. Para un hombre como Pancho, quien se siente atrapado por los enlaces sociales, esta transgresión se presenta como una fantasía—pero solamente hasta un punto, porque la masculinidad, la identidad, la reglas, y las normas siempre tienen que reestablecerse.

Las Manuelas por dentro

En Fortunata y Jacinta Benito Perez Galdós nos hacía entrar en las micaelas, una casa de corrección donde las monjas se encargaban de dar nueva forma, si no sustancia, a las mujeres “perdidas” o problemáticas de Madrid. Galdós nos abría de esta manera un mundo que tenía que quedar encerrado, enseñándonos las vidas de estas mujeres con sus problemáticas, su psicología, sus sueños y pesadillas. Setenta y nueve años después, Donoso nos abre las puertas de un prostíbulos de un pequeño pueblo chileno, en el cual nadie quiere redimir o ser redimido, dándonos a conocer los deseos y las melancolías de las prostitutas y del travestí que allí viven y trabajan.

Es una novela más bien al estilo intimista, en la cual los eventos principales no son quizá más de un puñado: la juventud de la Manuela, la elección de don Alejo a senador, la llegada de la Manuela a Los Olivos, la fiesta en el prostíbulo con Pancho. Todos estos acontecimiento están mezclados en la novela sin que haya una orden cronológica fija en el texto: tampoco hay clara separación a nivel de narrador: la primera persona se superpone al narrador omnisciente sin una rígida distinción, de forma análoga a la que ya hemos encontrado en Hijo de Hombre y en La muerte de Artemio Cruz.

Aquí el foco narrativo queda en la psicología de los personajes y particularmente de la Manuela. Llegamos a saber como su homosexualidad se origine de un miedo hacia el sexo de la mujer, visto como vagina dentada capaz de castrar al hombre. Es por esta razón que la Manuela prefiere la atrofia del miembro (le sirve solo para hacer pipí) a la perdida total; por eso la Japonesa logra hacerle tener la erección fingiendo ser ella el hombre y él la mujer. Señalamos como la Manuela, y con ella todas las prostitutas, siempre es LA Manuela: su identidad y las indentidades de éllas son marcadas en el pueblo por el apodo precedido por el artículo definido; una clara objetivación cuyo intento es privarlas de un nombre y apellido y limitarlas a seres casi ficticios, como personajes de una representación.

La vida del pueblo está dirigida por don Alejo, el patriarca todopoderoso, figura que esconde tras la sonrisa y la amabilidad el deseo de controlarlo todo y de quedarse en un espacio temporal indefinido y sin mañana, deseo que se manifiesta en sus cuatros perros negros, siempre iguales y siempre con el mismo nombre generación tras generación. Ese padre putativo de todos (y natural de muchos) acabará perdiendo todo su poder al final, derrotado por la vejez y por el tiempo que obviamente ha pasado no obstante sus esfuerzos de mantenerlo parado. La única persona que se rebela a esta paternidad es la Japonesita, quien sigue llamando papá a su papá verdadero (aunque el rol padre-hija entre los dos es a menudo invertido) y que no se pliega a las presiones de don Alejo de venderle la casa.

La Manuela no es el único personaje con tendencias homosexuales: también hay Pancho, cuya homosexualidad (o bisexualidad) reprimida desembocará en su deseo hacia el travestí en la fiesta final. La cercanía del cuñado, sin embargo, obligará a Pancho a rechazar sus deseos acabando con el acosamiento a la Manuela, en un clímax que había empezado en las primeras páginas del libro, momento muy dramático, acaso demasiado y indudablemente previsible.

En El lugar sin limite Donoso parece volcar todas sus propias inquietudes existenciales, su rabia y su odio hacia el varón. Su representación del mundo masculino es feroz: infieles, violentos, viles, mentirosos o dementes, estos son los machos en la novela. Me pregunto ¿qué pasaría si se escribiese ahora un libro donde los personajes femeninos o homosexuales fueran descritos tal y como Donoso dibuja a los hombres en la novela en cuestión?

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Un lugar sin límites. ¿Qué límites?

El lugar sin limites
El título nos remonta a una tierra sin fronteras o barreras, pero en cuanto damos nuestros primeros pasos de la mano de los personajes de El Olivo, nos encontramos con una prisión humana. Los resquebrajados vínculos sociales y las paupérrimas condiciones de vida, esclavizaban a nuestros personajes al confinamiento sin futuro y sin esperanza.

Por años el frío y la oscuridad era el gran escenario en que las vidas de prostitutas y ancianos se habían deslizado. La truncada ambición de que la electricidad llegara al pueblo había coartado los últimos hálitos de progreso. Las ambiciones de don Alejo de expandir sus viñedos y sus negociados amenazaban con reducir o borrar los lindes de la aldea.

En el aspecto humano, el elenco de la obra está constituida por una galería de fantoches humanos condicionados y condenados a sus propios límites. La Manuela, el personaje principal, era prisionero de su propia identidad de travesti, y no logró romper con los tapujos de los otros para ser aceptado como tal. Su hija, con quien cumplía el rol de madre, obstinadamente, lo llamaba “papá”. La Japonesa, con promesas y coerciones lo había subyugado para tener un encuentro sexual. Pancho Vega, lo mata a causa de su identidad. Si deslizamos nuestra óptica a otros personajes, con encontramos con La Japonesita quien, como por fuerza del determinismo, no pudo librarse de convertirse en prostituta. Hasta los perros de don Alejo son emblemáticos de un sistema carcelario del cual nadie podía huir.

¿Dónde estriba entonces la ausencia de fronteras que el título promete? Creo que Donoso se propuso crear una obra que rompiera los límites que tabúes sociales había impuesto sobre ciertas relaciones humanas de la época en que lo escribió. Es por eso que escogió a un travesti como personaje central y un prostíbulo como escenario. Pero es aquí donde encuentro la contradicción, ya que el libertinaje, si es eso a lo que Donoso se refería por “sin límites” termina en aniquilación social e individual. ¿No es esto en sí mismo un límite?

El infierno con límites

Si en Hijo de hombre discutíamos acerca de la importancia del rol de la simbología judeo-cristiana involucrada en la obra, creo que en El lugar sin límites podemos afirmar que este tópico es axial en la novela. Empezando por el epígrafe –siempre hay que prestarle mucha atención a los epígrafes– ya podemos sospechar que alguna carga religiosa habrá. Y, en efecto, la hay. La Estación El Olivo es justamente ese infierno que está en la tierra, ese espacio donde todos sus habitantes inevitablemente van a terminar calcinados (aunque no por las llamas, ciertamente, sino por los designios del capital). Casi podríamos rebautizar a la novela y llamarla El infierno con límites.

Sin embargo, dentro de este infernal panorama hay un “dios”. Y ese ser “supremo” en la novela es, sin duda, el personaje de don Alejo Cruz. Él, paradójicamente, es el dueño del infierno (aunque vive en un reducto mucho más “santo”), pero tiene “forma” de Dios: “Tan bueno él. Si hasta cara de Taita Dios tenía, con sus ojos como de loza azulina y sus bigotes y cejas de nieve” (4). Por otro lado, él tiene sus viñas (las viñas del señor), es quien podría traer la luz (la luz salvífica, la luz de la verdad) y, por supuesto, es quien puede, como con Sodoma y Gomorra, aniquilarlo todo: “[D]e pronto vio claro [Manuela] que don Alejo, tal como había cercado este pueblo, tenía ahora otros designios y para llevarlos a cabo necesitaba eliminar la Estación El Olivo” (33). Don Alejo, pues, no tiene intereses o deseos, sino designios, como el Dios católico (del Antiguo Testamento, sobre todo). Asimismo, a él también se le honra sin peros ni murmuraciones: “Pero porque se trataba de una fiesta en honor del señor y porque cualquier cosa que se relacionar con el señor era buena, por esta vez [las mujeres que dejaron ir a sus maridos al agasajo a don Alejo] no dijeron nada” (36). Claro, ¡cómo van a decir algo contra el “Señor”!

Pero así como don Alejo tiene la potestad de salvar o destruir al pueblo (él es todopoderoso), también puede hacerlo con su protegida Manuela (Manuel). Este personaje llega al pueblo y se queda con la esperanza de encontrar, por fin, un lugar estable. Aunque, claro, para esto tiene que pagar el precio de una apuesta sórdida. Pero más allá de esta parte de la novela, hacia el final vemos cómo trágicamente Manuela muere a manos de Pancho sin que don Alejo, como ella quisiera, la salve: “Y entonces Pancho, furioso, me encuentra en una esquina y me dice me das asco, anda a sacarte eso que eres una vergüenza para el pueblo. Y justo cuando me va a pegar con esas manazas que tiene, yo me desmayo… en los brazos de don Alejo” (12). No obstante, al final, a la hora de la verdad don Alejo no aparece. En su agonía Manuela podría decir: “Padre, por qué me has abandonado”. La “protección” de don Alejo se limitó realmente a una advertencia verbal a Pancho quien se libró de ella fácilmente a través del dinero. (¿Será Pancho –que anda en un camión nada menos que rojo– una especie de Satanás que, como Lucifer, se rebela, se va del “cielo”, reniega de quien tendría que adorar?)

En fin, este es solo un retazo de todo lo que se puede decir en torno a esta novela y su simbología o, más bien, simbologías.

El infierno con límites

Si en Hijo de hombre discutíamos acerca de la importancia del rol de la simbología judeo-cristiana involucrada en la obra, creo que en El lugar sin límites podemos afirmar que este tópico es axial en la novela. Empezando por el epígrafe –siempre hay que prestarle mucha atención a los epígrafes– ya podemos sospechar que alguna carga religiosa habrá. Y, en efecto, la hay. La Estación El Olivo es justamente ese infierno que está en la tierra, ese espacio donde todos sus habitantes inevitablemente van a terminar calcinados (aunque no por las llamas, ciertamente, sino por los designios del capital). Casi podríamos rebautizar a la novela y llamarla El infierno con límites.

Sin embargo, dentro de este infernal panorama hay un “dios”. Y ese ser “supremo” en la novela es, sin duda, el personaje de don Alejo Cruz. Él, paradójicamente, es el dueño del infierno (aunque vive en un reducto mucho más “santo”), pero tiene “forma” de Dios: “Tan bueno él. Si hasta cara de Taita Dios tenía, con sus ojos como de loza azulina y sus bigotes y cejas de nieve” (4). Por otro lado, él tiene sus viñas (las viñas del señor), es quien podría traer la luz (la luz salvífica, la luz de la verdad) y, por supuesto, es quien puede, como con Sodoma y Gomorra, aniquilarlo todo: “[D]e pronto vio claro [Manuela] que don Alejo, tal como había cercado este pueblo, tenía ahora otros designios y para llevarlos a cabo necesitaba eliminar la Estación El Olivo” (33). Don Alejo, pues, no tiene intereses o deseos, sino designios, como el Dios católico (del Antiguo Testamento, sobre todo). Asimismo, a él también se le honra sin peros ni murmuraciones: “Pero porque se trataba de una fiesta en honor del señor y porque cualquier cosa que se relacionar con el señor era buena, por esta vez [las mujeres que dejaron ir a sus maridos al agasajo a don Alejo] no dijeron nada” (36). Claro, ¡cómo van a decir algo contra el “Señor”!

Pero así como don Alejo tiene la potestad de salvar o destruir al pueblo (él es todopoderoso), también puede hacerlo con su protegida Manuela (Manuel). Este personaje llega al pueblo y se queda con la esperanza de encontrar, por fin, un lugar estable. Aunque, claro, para esto tiene que pagar el precio de una apuesta sórdida. Pero más allá de esta parte de la novela, hacia el final vemos cómo trágicamente Manuela muere a manos de Pancho sin que don Alejo, como ella quisiera, la salve: “Y entonces Pancho, furioso, me encuentra en una esquina y me dice me das asco, anda a sacarte eso que eres una vergüenza para el pueblo. Y justo cuando me va a pegar con esas manazas que tiene, yo me desmayo… en los brazos de don Alejo” (12). No obstante, al final, a la hora de la verdad don Alejo no aparece. En su agonía Manuela podría decir: “Padre, por qué me has abandonado”. La “protección” de don Alejo se limitó realmente a una advertencia verbal a Pancho quien se libró de ella fácilmente a través del dinero. (¿Será Pancho –que anda en un camión nada menos que rojo– una especie de Satanás que, como Lucifer, se rebela, se va del “cielo”, reniega de quien tendría que adorar?)

En fin, este es solo un retazo de todo lo que se puede decir en torno a esta novela y su simbología o, más bien, simbologías.