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Cien años de soledad: una novela contranatural e inmoral

En “La dialéctica de la soledad”, apéndice del célebre ensayo El laberinto de la soledad (1959), dice Octavio Paz: “La soledad, que es la condición misma de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad desaparecerán. La plenitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo, nos esperan al fin del laberinto de la soledad” (212).

No pude dejar de recordar el texto citado tras terminar de (re)leer Cien años de soledad. En ese texto, Paz describe, además, a la soledad humana como una carencia que tratamos de resolver por todos los medios (con énfasis en el amor: “las penas de amor, son penas de soledad”[212]). Los personajes de Cien años…, sin embargo, contravienen esta naturaleza humana. Buena parte de la estirpe Buendía (y quienes se adhieren a ella, como Rebeca o Fernanda) termina más bien entregándose a la soledad, encerrándose en ella o, como el coronel, entendiendo que la buena vejez es un “pacto honrado con la soledad”. La casa, más de una vez, es sellada, es decir, aislada. Y, finalmente, el último sobreviviente termina absorto en la más absoluta soledad mientras todo se disuelve a su alrededor.

Entonces, quizás, es por este acto contranatural de entregarse a soledad y regodearse con ella que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (334); para ellos, que se perdieron en laberinto de la soledad no habrá reposo ni dicha. Así, ni los disparates de José Arcadio Buendía, ni la maldad de Amaranta, ni las guerras y levantamientos del coronel, ni las parrandas de Aureliano ni el incesto de Amaranta Úrsula, etc. son los excesos que explican el apocalíptico final de la estirpe; el verdadero exceso que explica el fin trágico es justamente haber hecho un pacto con la soledad que, finalmente, termina por cobrar la factura. Y, por supuesto, la consecuencia más triste de esta condición no es la desaparición física, sino el olvido. Finalmente, uno termina existiendo porque es recordado por los demás y muere no cuando deja de latir el corazón sino cuando ya nadie se acuerda de nuestra existencia. Macondo, por lo tanto, y sus habitantes no existieron jamás: han sido borrados de la historia y, por ende, olvidados. El olvido es la muerte sin posibilidad de resurrección.

Por otro lado, como comenté en clase, algo quería agregar sobre el “realismo mágico” y su implicancia, digamos, ética en la literatura latinoamericana. En el prólogo de la antología de cuentos McOndo (1996), titulado “País de McOndo”, Alberto Fuguet y Sergio Gómez citan, porque están en completo acuerdo, al poeta chileno Óscar Hahn, quien irónicamente comenta lo siguiente sobre García Márquez y el realismo mágico:
“Cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en tierras de América fue recibido con gran alborozo y veneración por los isleños, que creyeron ver en él a un enviado celestial. Realizados los ritos de posesión en nombre de Dios y de la corona española, procedió a congraciarse con los indígenas, repartiéndoles vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento. Casi quinientos años después, los descendientes de esos remotos americanos decidieron retribuir la gentileza del Almirante y entregaron al público internacional otros vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento: el realismo mágico. Es decir, ese tipo de relato que transforma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que pone a la misma altura la levitación y el cepillado de dientes, los viajes de ultratumba y las excursiones al campo”.

Para estos autores, además, “Vender un continente rural cuando, la verdad de las cosas, es urbano (más allá que sus sobrepobladas ciudades son un caos y no funcionen) nos parece aberrante, cómodo e inmoral” (9). En suma, su queja está fundada en que, después de Cien años de soledad, Latinoamérica ha sido cubierta bajo el manto exotista del realismo mágico y, en consecuencia, se refuerza y perpetúa el estereotipo que encontramos denunciado, por ejemplo, en la canción “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos” del grupo de rock chileno Los prisioneros. (Aquí el link donde se puede escuchar la canción: https://www.youtube.com/watch?v=oED3w_1CZyQ )

En fin, dejo esto aquí, pues da para mucho más. Quizás algo podamos discutir en clase.

La soledad en Macondo: expresiones y desenlace

Gabriel García Márquez - Cien años de soledad - Macondo

En nuestra clase pasada consideramos el tema de la soledad en Cien años de soledad. Ahora, al concluir su lectura tengo una más clara visión de cuánto este tema ha permeado la novela y sus personajes. Percibo que García Márquez al desarrollar el ciclo de creación, evolución y decadencia de este núcleo humano ficticio fue dando pinceladas que traslucían este rasgo y condición, pero el lector no se percata de su significancia hasta ser testigo –y partícipes- del fin y juicio apocalíptico que se descarga sobre el pueblo en el cuadro final.

El tema de la soledad se presenta en una escalada recurrencia a medida que se acerca la caída del telón. Observaciones como: “José Arcadio Segundo consagró toda una vida de soledad y silencio a la crianza de unos niños que apenas recordaba que eran sus hijos y sus nietos.” (303), “Aureliano y Fernanda no compartieron la soledad, sino que siguieron viviendo cada uno la suya” (305), y como cuando a los vínculos entre Aureliano y José Arcadio se dice: “Aquel acercamiento entre dos solitarios de la misma sangre estaba muy lejos de la amistad”. (315)

La observación de Úrsula, la gran matriarca, al aludir que “Meme no revelaba todavía el signo solitario de la familia” (223) ya había puesto en evidencia esta particularidad tal vez genética común de los Buendía. José Arcadio murió solo amarrado a un árbol, Amaranta se refugió en la casa por décadas, y así casi todos.  Sin embargo, entre los muchos, Aureliano es el gran solitario por excelencia.

Esta innata soledad que sella la identidad de la diferentes generaciones de Buendías termina siendo la causa de la extinción del clan y Macondo. Sobre sus criaturas la voz narrativa desata su ira con un contundente juicio final. En este pueblo donde fermentaba el individualismo, el egoísmo, la ausencia de Dios y de principios morales, la soledad se torna en común denominador y, en última instancia, en un camino sin salida. Es por eso que la obra -y su historia- se clausura, cerrándose sobre sí misma.                “…todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (351)

La micro creación garciamarquiana guarda ciertas resonancias con la bíblica: hay un paraíso, una caída, un diluvio, pero a diferente de las Escrituras, no hay un elemento o personaje salvífico y su apocalipsis es contundentemente desesperanzado.  Nos preguntamos qué analogías buscaba el escritor en este final. Nos preguntamos si su moraleja no apuntaba a esta dicotomía entre soledad versus solidaridad. De ser así su obra es una denuncia de amplios espectros: lo social, lo político y, en última instancia, del individuo moderno.

Las cosas existen porque están escritas

Para esta primera parte se podría hablar mucho de la efectividad y el manejo particular del lenguaje y la forma dentro de una narrativa real ingeniosa, pero quisiera empezar diciendo mi primera impresión acerca del narrador o los narradores que cuentan la historía o las historías dentro de la novela. La posición desde la que se cuenta la novela es desde la de un narrador o narradores cuya característica narrativa principal desde las formas de la oralidad es primero contarnos directamente lo qué pasó para luego decirnos cómo pasó, dándole a la historia más fluidez  y creándo más espectativas en los lectores; me parece que esta forma de narrar es una de las formulas más utilizadas de las tradiciones orales dode la importancia de la anécdota se centra en la manera de cómo sucedieron las cosas. Es así que al principio de la novela se nos cuentá que el Coronel Aureliano Buen día iba a estar recordando frente al peloton de fusilamiento, para posteriormente contarnos como llegó a esa circunstancia;

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”3

Como se puede apreciar en la cita ésta estrategia narrativa también está relacionada con un tiempo especial donde el presente, pasado y el futuro se encuentra condensados en una misma imagen.

En otro ejemplo se puede observar la misma estructura; luego que el narrador anuncia la muerte de Melquiadez (la segunda) inmediatamente comienza a narrar cómo sucedió; para luego completer con una imagen donde el presente, pasado y future se juntan en una sola imagen;

“La armonía recobrada sólo fue interrumpida por la muerte de Melquíades. Aunque era un acontecimiento previsible, no lo fueron las circunstancias…”31

Para finalmente terminar con la imagen donde se juntan pasado presente y futuro;

“Melquíades correspondió a aquel esfuerzo de comunicación soltando a veces frases en castellano que tenían muy poco que ver con la realidad. Una tarde, sin embargo, pareció iluminado por una emoción repentina. Años después, frente al pelotón de fusilamiento, Arcadio había de acordarse del temblor con que Melquíades le hizo escuchar varias páginas de su escritura impenetrable, que por supuesto no entendió, pero que al ser leídas en voz alta parecían encíclicas cantadas.”32

De igual manera en el caso de la muerte de Remedios, se anuncia directamente la muerte de Remedios para luego contarnos como pasó. Por otro lado, Macondo está organizado como un espacio donde las imágenes y características de la cultura popular; arte, estrategias narrativas, formas de vivir y sentir la vida, donde lo grotesco, lo exagerado y lo épico se interelaciónan haciendo de Macondo el lugar donde la vida y la muerte se entrecruzan en el mismo plano de la realidad. Un ejemplo de esto es el regreso de la muerte de Melquiades y el costante retorno de la muerte de Prudencio Aguilar que incluso envejece como Arcadio o el barco corsario fantasma del pirata Huges que es visto por el hijo mayor de José Arcadio Buen día

Macondo es visitado cada cierto tiempo por unos gitanos que son los “otros” y para ellos la vision del mundo es completamente diferente; el mismo significante que para los personajes de la aldea significan en su valor de uso osea su valor práctico para los gitanos los mismos significantes tienen otro significado. Es así que en la página 14 se describe a los gitanos;

“… no eran heraldos del progreso sino mercachifles de diversiones. Inclusive cuando llevaron el hielo, no lo anunciaron en función de su utilidad en la vida de los hombres, sino como una simple curiosidad de circo”14

 

Las cosas existen porque están escritas

Para esta primera parte se podría hablar mucho de la efectividad y el manejo particular del lenguaje y la forma dentro de una narrativa real ingeniosa, pero quisiera empezar diciendo mi primera impresión acerca del narrador o los narradores que cuentan la historía o las historías dentro de la novela. La posición desde la que se cuenta la novela es desde la de un narrador o narradores cuya característica narrativa principal desde las formas de la oralidad es primero contarnos directamente lo qué pasó para luego decirnos cómo pasó, dándole a la historia más fluidez  y creándo más espectativas en los lectores; me parece que esta forma de narrar es una de las formulas más utilizadas de las tradiciones orales dode la importancia de la anécdota se centra en la manera de cómo sucedieron las cosas. Es así que al principio de la novela se nos cuentá que el Coronel Aureliano Buen día iba a estar recordando frente al peloton de fusilamiento, para posteriormente contarnos como llegó a esa circunstancia;

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”3

Como se puede apreciar en la cita ésta estrategia narrativa también está relacionada con un tiempo especial donde el presente, pasado y el futuro se encuentra condensados en una misma imagen.

En otro ejemplo se puede observar la misma estructura; luego que el narrador anuncia la muerte de Melquiadez (la segunda) inmediatamente comienza a narrar cómo sucedió; para luego completer con una imagen donde el presente, pasado y future se juntan en una sola imagen;

“La armonía recobrada sólo fue interrumpida por la muerte de Melquíades. Aunque era un acontecimiento previsible, no lo fueron las circunstancias…”31

Para finalmente terminar con la imagen donde se juntan pasado presente y futuro;

“Melquíades correspondió a aquel esfuerzo de comunicación soltando a veces frases en castellano que tenían muy poco que ver con la realidad. Una tarde, sin embargo, pareció iluminado por una emoción repentina. Años después, frente al pelotón de fusilamiento, Arcadio había de acordarse del temblor con que Melquíades le hizo escuchar varias páginas de su escritura impenetrable, que por supuesto no entendió, pero que al ser leídas en voz alta parecían encíclicas cantadas.”32

De igual manera en el caso de la muerte de Remedios, se anuncia directamente la muerte de Remedios para luego contarnos como pasó. Por otro lado, Macondo está organizado como un espacio donde las imágenes y características de la cultura popular; arte, estrategias narrativas, formas de vivir y sentir la vida, donde lo grotesco, lo exagerado y lo épico se interelaciónan haciendo de Macondo el lugar donde la vida y la muerte se entrecruzan en el mismo plano de la realidad. Un ejemplo de esto es el regreso de la muerte de Melquiades y el costante retorno de la muerte de Prudencio Aguilar que incluso envejece como Arcadio o el barco corsario fantasma del pirata Huges que es visto por el hijo mayor de José Arcadio Buen día

Macondo es visitado cada cierto tiempo por unos gitanos que son los “otros” y para ellos la vision del mundo es completamente diferente; el mismo significante que para los personajes de la aldea significan en su valor de uso osea su valor práctico para los gitanos los mismos significantes tienen otro significado. Es así que en la página 14 se describe a los gitanos;

“… no eran heraldos del progreso sino mercachifles de diversiones. Inclusive cuando llevaron el hielo, no lo anunciaron en función de su utilidad en la vida de los hombres, sino como una simple curiosidad de circo”14

 

El espacio(-tiempo) de la soledad

Intenté en esta lectura de Cien Años de Soledad trazar la presencia de este concepto (¿estado?¿sentido?) de la soledad. Me parece que tiene una operación en el texto casi espectral que infiltra la narración cada cuando como modo de caracterizar los personajes de la familia Buendía (especialmente los jóvenes). Por ejemplo, la descripción que recibimos de las primeras experiencias sexuales del adolescente José Arcadio es de una “ansia atolondrada de huir y al mismo tiempo de quedarse para siempre en aquel silencio exasperado y aquella soledad espantosa” (38). Entonces, la soledad en este momento se caracteriza por un confluencia de emociones paradójicas: ansia de huir y quedarse. Aquí tenemos tal vez una soledad de la juventud dentro de la que uno quiere escaparse y integrarse con el mundo exterior y simultáneamente quedarse joven para siempre.

Digo yo, esta asociación de la soledad con la juventud alude hacia una asociación más general entre la soledad y el tiempo. No tenemos que ir más allá del titulo para encontrar evidencia de esta asociación, sin embargo, la primera mención de la soledad dentro del texto llega con una referencia inextricable al tiempo—la descripción del galeón español:

“Toda la estructura parecía ocupar un ámbito propio, un espacio de soledad y de olvido, vedado a los vicios del tiempo y a los costumbres de los pájaros.” (21)

El “espacio de la soledad” entonces es un mundo aparte, donde el paso del tiempo no se experiencia en la misma manera como en la sociedad común. Tiene el encantamiento de la juventud pero también se marca por una ansia hacia el exterior, el desconocido, el mundo del tiempo pero también de la muerte.

Podemos entender desde allí entonces la juventud extraña del mundo al comienzo de la novela: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había  que señalarlas con el dedo” (9).  Es una aldea que permanece joven por el estado aislado; la falta de integración con el mundo afuera resulta en un estado idealista y abstraído como lo de la juventud: “Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto” (18). Y los que mueren primeramente vienen de afuera de la aldea: Melquíades y Remedios.

Creo que se puede hablar aquí de una subordinación del tiempo al espacio. El “espacio de la soledad” en esta novela conserva el poder de cambiar la experiencia del tiempo. Por lo menos, tenemos aquí una fabricación del tiempo-espacio, donde el paso del tiempo acelera en cuanto que la intuición del espacio expande.

El espacio(-tiempo) de la soledad

Intenté en esta lectura de Cien Años de Soledad trazar la presencia de este concepto (¿estado?¿sentido?) de la soledad. Me parece que tiene una operación en el texto casi espectral que infiltra la narración cada cuando como modo de caracterizar los personajes de la familia Buendía (especialmente los jóvenes). Por ejemplo, la descripción que recibimos de las primeras experiencias sexuales del adolescente José Arcadio es de una “ansia atolondrada de huir y al mismo tiempo de quedarse para siempre en aquel silencio exasperado y aquella soledad espantosa” (38). Entonces, la soledad en este momento se caracteriza por un confluencia de emociones paradójicas: ansia de huir y quedarse. Aquí tenemos tal vez una soledad de la juventud dentro de la que uno quiere escaparse y integrarse con el mundo exterior y simultáneamente quedarse joven para siempre.

Digo yo, esta asociación de la soledad con la juventud alude hacia una asociación más general entre la soledad y el tiempo. No tenemos que ir más allá del titulo para encontrar evidencia de esta asociación, sin embargo, la primera mención de la soledad dentro del texto llega con una referencia inextricable al tiempo—la descripción del galeón español:

“Toda la estructura parecía ocupar un ámbito propio, un espacio de soledad y de olvido, vedado a los vicios del tiempo y a los costumbres de los pájaros.” (21)

El “espacio de la soledad” entonces es un mundo aparte, donde el paso del tiempo no se experiencia en la misma manera como en la sociedad común. Tiene el encantamiento de la juventud pero también se marca por una ansia hacia el exterior, el desconocido, el mundo del tiempo pero también de la muerte.

Podemos entender desde allí entonces la juventud extraña del mundo al comienzo de la novela: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había  que señalarlas con el dedo” (9).  Es una aldea que permanece joven por el estado aislado; la falta de integración con el mundo afuera resulta en un estado idealista y abstraído como lo de la juventud: “Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto” (18). Y los que mueren primeramente vienen de afuera de la aldea: Melquíades y Remedios.

Creo que se puede hablar aquí de una subordinación del tiempo al espacio. El “espacio de la soledad” en esta novela conserva el poder de cambiar la experiencia del tiempo. Por lo menos, tenemos aquí una fabricación del tiempo-espacio, donde el paso del tiempo acelera en cuanto que la intuición del espacio expande.

Cien años de soledad (1967), Gabriel García Márquez

Mi experiencia con esta obra ha sido un ciclo de empezar y volver a empezarla, de leer y releerla…pues, por lo menos hasta llegar a la mitad del libro. Tengo tres diferentes copias, más una de mi esposo – algunas versiones en inglés y ahora la versión Catedra que compré para este curso- pero por algún motivo me encuentro incapaz de terminar con la lectura de esta novela. Sin embargo, este es un círculo vicioso que superaré por fin debido a los requisitos de este curso.

En contemplar mi experiencia con esta novela, me di cuenta de que la repetición de los nombres me inhibe como lector, al igual que la estructura cíclica que García Márquez eligió. Sin embargo, después de leer la primera mitad de nuevo esta semana me llamó la atención la relación entre este tema de los nombres semejantes y la estructura cíclica.

Cien años de soledad narra la historia de la familia Buendía, enfocándose en siete generaciones a lo largo de un siglo. José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán fundaron el pueblo de Macondo, y allí se establecieron una familia y una vida para ellos. El patriarca y su mujer, quienes son primos, tienen tres hijos: José Arcadio, Aureliano y Amaranta. Estos nombres se repetirán en las siguientes generaciones de manera cíclica como la historia, y al igual que José Arcadio y Úrsula, la mayoría de los Buendía se irá relacionando y procreando entre ellos mismos. Por supuesto hay excepciones, pero todavía en estos casos los nombres todavía permanecen dentro de la familia, como es el caso de los 17 Aurelianos. Esta repetición parece subrayar la persistencia del pasado para la familia Buendía.

Aunque cada Aureliano, Arcadio, Amaranta y también Remedios tienen una apariencia física bastante distinta de su tocayo, parece que se hereden unas características de sus antepasados. En general los José Aracadios tienen una fuerte presencia; no sólo en sus cuerpos fuertes pero también en sus acciones impulsivas. Por ejemplo, José Aracadio Buendía mata a Prudencio Aguilar y después se huye con su esposa, mientras su hijo del mismo nombre decide abandonar a su familia para una chica gitana, y al regresar se atreve a rescatar a su hermano de la muerte inminente. Por otro lado, los Aurelianos son más pasivos y retraídos. A mí me parece que la única excepción son los gemelos José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo. Sin embargo, este argumento no tiene validez porque el autor nos indica que en un juego de confundir a sus compañeros acerca de sus identidades, es posible que se hubieran confundido ellos mismos.

Igualmente, el lector se confunde en el laberinto que es el árbol genealógico de los Buendía. Las líneas se convierten borrosas entre un personaje y otro, al igual que las líneas entre los capítulos de la novela. Debido al título engañoso, el lector espera un relato contado cronológicamente a lo largo de cien años, pero no es así. Los capítulos no se distinguen claramente, salvo una ruptura en la tipificación en la página. No se identifican ni por título, ni número. Para mí, esta técnica añade a la estructura cíclica. Digo esto porque los sucesos se repiten, están fragmentados y desarrollados en diferentes capítulos, no siempre en orden cronológico. Incluso la muerte no impide ciertos personajes de entrar de nuevo en la trama. Los miembros de la familia están atrapados en un ciclo (y a la vez alimentan este ciclo) que no se pueden escapar: los cien años de soledad.

Cincuenta años de soledad

Admito candidamente que no me entusiasma mucho la idea de escribir sobre CAS; a distancia de casi cincuenta años (y cincuenta años es también la mitad de cien, como la mitad del libro que hemos leído hasta ahora) el número de personas que se han ocupado de este fenómeno literario es directamente proporcional al número de las copias vendidas, y me pregunto si todavía tiene sentido querer sacar de la obra algo original y no repetido.

Empezaré diciendo lo obvio: CAS es una obra maestra en la cual todo ser humano se puede identificar; sea en una situación o en un personaje, la universalidad de la obra es manifiesta y de allí viene mucho de su éxito. Me acuerdo haber leído este libro cuando tenía alrededor de dieciséis años, prestado por una amiga a quien alguien se lo había recomendado, y me acuerdo que yo y mis amigos hablábamos de CAS como de un texto imprescindible, mítico, capaz de dividir el mundo entre quien lo había leído y quien no.

En esa época considerábamos CAS un libro de culto para todo hombre de izquierda: la lucha del Coronel Buendía era lo más apreciado de la obra, punto desde el cual se discutía si la revolución estallaría pronto o tarde en Italia, como defendernos del imperialismo estadounidense y quién iba a ser nuestro coronel durante la resistencia. Medio a escondidas, entre los amigos más confiados, nos acordábamos también de las páginas más eróticas del libro, pensando, en el fondo, que bien pudiesen ser si no verdaderas, verosímiles.

A distancia de muchos años, considero mi primera lectura de CAS como extremadamente naif, ingenua, y por eso me interesa tanto: es una lectura visceral, fruto del instinto mucho más que de la reflexión. Es la misma actitud que se halla en los personajes del libro, quienes viven sus vidas a través de sus pasiones, guiados por las entrañas más que por el cerebro.

Sin embargo mi lectura hoy en día no puede apartarse de mi condición actual, que por bien o por mal, es muy diferente a la que tenía en mi adolescencia; un estado parecido al Macondo primitivo, que todavía podía parecer, aunque retrogrado, arcádico y limpio. Así que mi lectura actual se dirige hacia una visión mucho más amarga e inquietante: CAS cómo una biblia nihilista. Que García Márquez haya incluido elementos de clara resonancia bíblica me parece claro, pero es una biblia que, buscando entre las lineas, no nos da ninguna respuesta. Melquíades llega a Macondo, y como Prometeo trae con él las mirabolantes invenciones alquímicas: Macondo, y en particular los Buendía, nunca serán los mismos. El progreso, las invenciones, las máquinas, serán siempre un obstáculo más que una ayuda para los macondinos. Ni siquiera la belleza (contrariamente a lo que decía Miškin en El idiota) salvará el mundo: al revés, será – junto al amor, la guerra, la política, la ciencia, la educación, el arte, la religión – causa de perdición y de muerte.

Sin las mujeres, ni un año de soledad

Lo intuí hace exactamente diez años cuando todavía era joven e indocumentado, lo noté hace unos años ya como estudiante universitario de pregrado y lo corroboré ahora: Cien años de soledad es una novela en cuya trama la figura femenina es clave, indispensable; diría, incluso, que sin las mujeres, la historia de Macondo sería imposible.

Es cierto que es gracias a José Arcadio Buendía que, finalmente, llegan a la arcadia que llega a ser Macondo (aunque, luego, ese locus amoenus cambia para mal). Pero este hombre tan sensato como disparatado (más esto último) no habría podido sobrevivir –y con él el la familia misma– sin la imponente figura de una de las mujeres más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX: Úrsula Iguarán. Esta mujer que vive más de cien años, de una fuerza física y psíquica casi sobrehumanas, que parece nunca tener un solo segundo de descanso es el pilar de la familia Buendía hasta sus generaciones remotas. Logró impedir un fusilamiento, convirtió la casa en una mansión gracias a su audacia comercial, trajo consigo nuevos aldeanos cuando fue a buscar al hijo fugado con los gitanos y hasta tuvo la voluntad de criar a un tataranieto para Papa. Casi podríamos decir, entonces, que en el diccionario debería aparecer junto al significado de la palabra matriarca, el nombre de Úrsula.

Dentro de la familia Buendía, por supuesto, hay otras mujeres muy interesantes. Empezando por Amaranta. Ella es una especie de Lucrecia Borgia del trópico, femme fatale de la ciénaga, pero al mismo tiempo virgen, religiosa devota y entregada la crianza de los nuevos descendientes que iban apareciendo. Este personaje me parece especialmente fascinante, pues conjuga la maldad pura, el egoísmo, el egocentrismo, pero al mismo tiempo un sentido de culpa que la lleva al autocastigo físico. Victimaria y víctima de sí misma, compone uno de los personajes más complejos, a mi juicio, y por eso mismo más interesantes y hasta cautivantes (entiendo, por eso, la pasión que Pietro Crespi, Aureliano José y Gerineldo Márquez sienten por ella).

Remedios, la bella, por su parte, un personaje completamente inexorable, dueña de una hermosura literalmente mortal que, sin embargo, vive en una estado de inocencia y despreocupación constante (solo el coronel la considera la más lúcida de todos). Esta mujer de belleza inaudita está cerca de aquello que Gustav von Aschenbach, el personaje de la espléndida novela La muerte en Venecia de Thomas Mann, llega a concluir sobre la belleza encarnada: “Aquel que ha conocido la belleza está condenado a seducirla o morir”. En esta caso, seducción y muerte van de la mano. Pero ella, finalmente, es elevada a los cielos, tal vez a donde siempre perteneció.

Hay, por supuesto, otras mujeres importantes. Pilar Ternera (adivinadora y matrona) y Petra Cotes (dadivosa y lujuriosa), por ejemplo. Ambas cumplieron el rol de “volver hombres” a varios de los Buendías y la primera contribuyó al aumento de la estirpe. La segunda, por su parte, con su sobrenatural poder (ligado, por supuesto, a su voracidad sexual) de hacer que los animales se reproduzcan volvió rico a Aureliano Segundo y siempre fue un refugio para él, pese a sus años.

En fin, la lista podría ser mucho más larga. Pero el punto central es que, a mi juicio, Cien años de soledad es prácticamente una novela matriarcal. Sin las mujeres, todo se hubiese disuelto ni bien empezó.