La Muerte de Artemio Cruz (1962) por Carlos Fuentes

 

Es interesante que hemos leído esta obra inmediatamente después deleer Hijo de Hombre por Roa Bastos, incluso si la racionalización era de leerlas por el año de publicación, porque los aspectos semejantes entre los dos con respecto a la estructura, la narración, y los temas centrales crean una progresión natural desde el uno al otro. De nuevo nos hallamos con el desafío de estar atento a la historia de la vida del protagonista, Artemio Cruz, mientras que el relato salta desde una época a otra; no en orden cronológico, sino en lo que parece un orden aleatorio. Por lo menos Fuentes nos proporciona las fechas de cada época, las que sirven como capítulos, para que el lector sepa la edad del protagonista y los otros personajes. Este mosaico de fragmentos construye el personaje y su historia. El autor prepara al lector para esta estructura a partir de la primera página:

                               Contraigo los músculos de la cara, abro el ojo derecho y lo veo reflejado en las                                 incrustaciones de vidrio de una bolsa de mujer. Soy esto. Soy esto. Soy este viejo con las facciones partidas por los cuadros desiguales del vidrio. (115)

A mí, esta imagen sugiere la teoría del psicoanalista francés Jacques Lacan, la del estado del espejo. Aunque en realidad Artemio Cruz es un viejo, en su lecho, es como si fuera un niño que se reconoce en el reflejo por primera vez. Vemos esta introspección en los momentos de dolor (a la vez físico y mental)por las malas decisiones que ha hecho en su pasado. Para mí es lo más evidente en la época de 1939 en que está atormentado por la muerte de su hijo, así como sus propias malas acciones: de profundis clamavi / de profundis clamavi (341).

Sin embargo, la fragmentación de la narrativa hace aun más compleja debido a tres líneas narrativas dentro de cada época; otra semejanza a Hijo de Hombre, aunque la obra de Roa Bastos sólo tenía dos: la de Miguel Vera y la otra de la tercera persona. En la narrativa triple de Artemio Cruz tenemos el yo, en que Cruz cuenta la historia en primera persona, en el presente; el , el subconsciente de Cruz, cantándose su propia historia en el futuro para encontrar sentido de su vida; y el él, que cuenta la historia de Cruz y los otros personajes en la tercera persona. A través de esta fórmula triple narración, y a lo largo de la novela, aparece de nuevo esta idea de las historias diferente como parte de una gran Historia, como Bruno había escrito en su blog en la primera semana. En el caso de Artemio Cruz, a diferencia de la Historia de Paraguay en Hijo de Hombre, tenemos la Historia de México, personificado por un protagonista que simboliza el país después de la revolución; al principio ideólogo pero al fin un cuerpo corrupto.

Otro aspecto congruente entro los dos es la narrativa circular, en este caso Cruz cuenta su propia historia al revés, desde su lecho hasta su nacimiento, y de repente el relato gira de nuevo a su muerte en la mesa de operaciones. Me quedo con algunas preguntas después de leer esta novela compleja. A mí, me parece como su vida era caracterizada por la muerte, y con este podemos, quizás, leer el titulo desde otra perspectiva. No me refiero a las muertes múltiples por sus manos corruptos, sino las que a causa de la trama a crean su corrupción. Pienso específicamente en las muertes de su madre, de Lunero, de su hijo.

También me llamaron la atención algunos detalles que me tienen intrigada, como el uso de los colores y el lujo a lo largo de la novela, específicamente la abundancia de azul (347) y la presencia de los perros, ya sean sus ladridos que pueden señalar muerte eminente o sean sus collares intricados que Fuentes siempre describe en detalle. Además, me pregunto si hay algo significativo en la imagen de la ventana, porque Cruz siempre ruega a las mujeres que se abran la ventana en su habitación (creo que eso ocurre en casi todos los “capítulos”). Hay mas, por supuesto, pero ya he escrito demasiado… así, llegaré a clase hoy con mas cuestiones de comentarios con respecto la obra elegida para esta semana.

Las dos muertes de Artemio Cruz

El libro de Fuentes no es un texto fácil: no es fácil seguir la narración, que sigue adelante (y atrás) a sollozos, y tampoco es fácil ir arrastrando página tras página la lectura de un cuento sobre un personaje moribundo que desvela todo su sufrimiento y toda su amargura.

Artemio Cruz se puede claramente ver como una metáfora de México, de su historia y su desarrollo político, pero es también testimonio con su vida de las grandezas y pequeñeces humanas.

Hubo para mi dos Artemios: el hombre que muere simbólicamente junto a Tobías y Gonzalo Bernal, quien, no obstante ya haya conocido la violencia, queda íntegro, fiel a la imagen que tiene de si mismo, y que intentará replicar en su hijo; y el hombre que nace después de la traición en el calabozo, un hombre desencantado, sin escrúpulos, ambicioso y decadente.

De la primera vida de Cruz sabemos algo de su infancia y adolescencia, mucho de su experiencia de soldado revolucionario. Durante esta experiencia sale una de las relaciones más importante de su vida, y que es la joya del libro: el amor con Regina. Es éste un relato de lo más conmovedor y entrañable, principalmente protagonizado por la joven amante. Esta muchacha no solamente quiere a Artemio de manera genuina y noble, entregando su cuerpo y corazón a un soldado que pudiera ser matado en cualquier momento, y dándole la fuerza y la ternura que él necesitaba sin pedir nada en cambio, y que por su amor elije olvidar y olvidarse (aunque eso no será totalmente posible), de la manera brutal en la cual Cruz la había raptado y violado en sus primer encuentro.

La segunda vida de Cruz tiene nacimiento con los Bernales: Gonzalo antes y luego Gamaliel y Catalina. Catalina es una Némesis de Regina, cuyo matrimonio con Artemio es al principio dual: pasión-repulsión, calor-frío, para luego volverse casi totalmente nulo, siendo el odio de la hija y hermana más fuerte que la libido de la amante. Después del fallecimiento de Lorenzo, Catalina (y por ende de Teresa, su continuación generacional) hasta reprochará(n) a Artemio la culpa indirecta de esa muerte. La historia de Catalina nos explica la razón de su deniego final al entregarse al marido: contrariamente a Regina, ella deja los rencores ser más fuertes de la esperanza. Sin embargo no será esto lo que Artemio le (les) reprochará en su cama de muerte, sino el hecho que, a pesar de odiarle nunca tendrá (tendrán) el coraje y la valentía de dejarle, quedándose más comoda(s) en en lujo que él le(s) siguió proporcionando.

MAC es una novela amarga, que habla de muchas cosas al mismo tiempo: la historia mexicana, la vida de un tycoon, las relaciones entre hombre y mujer y hombre e hijo, pero siempre con una particular atención a los detalles, casi que allí, en esos detalles, esté la clave de la vida según los narradores de la novela. Los detalles en las narraciones sobrepasan los acontecimientos de manera asombrosa.

murales

El “nuevo mundo” de Artemio Cruz

Casi nunca es justa reducir una novela a un tratamiento puramente simbólica—o sea interpretación alegórica. Hacer eso es, muchas veces, ignorar lo que es irreducible de la narrativa en sí. La Muerte de Artemio Cruz—sin embargo—parece pedir este tipo de interpretación; es decir, hay momentos en la novela en que Carlos Fuentes explícitamente hace una relación entre la figura de Artemio Cruz y la nación Mexicana pos-revolucionaria. (por ejemplo, dice don Gamaliel: “Artemio Cruz. Así se llamaba, entonces, el nuevo mundo surgido de la guerra civil” (155)). Nos permite, creo yo, hacer la pregunta ¿qué quiere decir Fuentes con respeto a la historia mexicana con este casi intolerable personaje?

Esta novela me hace pensar en un proceso de descomposición en que cada parte de un mecanismo o organismo que antes funcionaba sin notarse ahora se revela individuamente. Este proceso no se divide para Artemio Cruz en las categorías de procesos psicológicos y procesos biológicos, sino los dos ámbitos se consideran juntos hasta el punto en que los excrementos físicos representan los recuerdos dolorosos surgidos de la memoria.

Tenemos aquí entonces lo que me parece la excavación de un proceso en que se constituyó una persona. Si aceptamos la identificación afirmado por don Gamaliel que Artemio Cruz el nombre del “nuevo mundo surgido de la guerra civil,” tal vez se puede concluir que Fuentes quiere interrogar la memoria histórica de un país. En otras palabras, hace la pregunta, ¿Cómo llegamos hasta aquí?

La respuesta que recibimos, a través de una narración bastante fragmentada, es que fue un proceso de decepción idealista. No es que Artemio Cruz siempre ha sido así—el había podido amar profundamente (aunque siempre con algo de reservo). Ha tenido relaciones verdaderamente profundas con Lunero, Regina, Lorenzo, (¿Laura?). Su única problema es, en sus palabras, que sobreviví. Y cada vez que ha sobrevivido se ha transformado en una persona más cínica, cruel, materialista etc. Al mismo tiempo, representa las grandes fallecimientos idealistas en la historia de Mexico. En el proceso de transformarse en un país capitalista y globalizada con tanta pobreza se ha pasado momentos en que se veía un destino diferente. El proyecto de Fuentes, para mí, con esta novela es catalogar estos momentos y, al mismo tiempo, analizar la conciencia fragmentada del país.

 

El “nuevo mundo” de Artemio Cruz

Casi nunca es justa reducir una novela a un tratamiento puramente simbólica—o sea interpretación alegórica. Hacer eso es, muchas veces, ignorar lo que es irreducible de la narrativa en sí. La Muerte de Artemio Cruz—sin embargo—parece pedir este tipo de interpretación; es decir, hay momentos en la novela en que Carlos Fuentes explícitamente hace una relación entre la figura de Artemio Cruz y la nación Mexicana pos-revolucionaria. (por ejemplo, dice don Gamaliel: “Artemio Cruz. Así se llamaba, entonces, el nuevo mundo surgido de la guerra civil” (155)). Nos permite, creo yo, hacer la pregunta ¿qué quiere decir Fuentes con respeto a la historia mexicana con este casi intolerable personaje?

Esta novela me hace pensar en un proceso de descomposición en que cada parte de un mecanismo o organismo que antes funcionaba sin notarse ahora se revela individuamente. Este proceso no se divide para Artemio Cruz en las categorías de procesos psicológicos y procesos biológicos, sino los dos ámbitos se consideran juntos hasta el punto en que los excrementos físicos representan los recuerdos dolorosos surgidos de la memoria.

Tenemos aquí entonces lo que me parece la excavación de un proceso en que se constituyó una persona. Si aceptamos la identificación afirmado por don Gamaliel que Artemio Cruz el nombre del “nuevo mundo surgido de la guerra civil,” tal vez se puede concluir que Fuentes quiere interrogar la memoria histórica de un país. En otras palabras, hace la pregunta, ¿Cómo llegamos hasta aquí?

La respuesta que recibimos, a través de una narración bastante fragmentada, es que fue un proceso de decepción idealista. No es que Artemio Cruz siempre ha sido así—el había podido amar profundamente (aunque siempre con algo de reservo). Ha tenido relaciones verdaderamente profundas con Lunero, Regina, Lorenzo, (¿Laura?). Su única problema es, en sus palabras, que sobreviví. Y cada vez que ha sobrevivido se ha transformado en una persona más cínica, cruel, materialista etc. Al mismo tiempo, representa las grandes fallecimientos idealistas en la historia de Mexico. En el proceso de transformarse en un país capitalista y globalizada con tanta pobreza se ha pasado momentos en que se veía un destino diferente. El proyecto de Fuentes, para mí, con esta novela es catalogar estos momentos y, al mismo tiempo, analizar la conciencia fragmentada del país.

 

Artemio, el hombre que supo amar

Durante las últimas dos semanas, a propósito de Hijo de hombre, veíamos la desgraciada fortuna de aquellos que creyeron en la Revolución, es decir, en el cambio. Ahora, con La muerte de Artemio Cruz, tenemos otra perspectiva de los “excombatientes”, la de aquellos que, como el personaje central de la novela, fueron parte de una lucha revolucionaria y que, finalmente, lograron realmente un cambio; pero un cambio egoísta y corrupto, por supuesto, cuyo precio es el de la traición de los ideales (si es que alguna vez los hubo realmente).

Don Artemio Cruz, sin duda, representa, dentro de todo el simbolismo de la chingada muy bien explicado por Octavio Paz en El laberinto de la soledad, al “chingón”, el “mero chingón”. Sin embargo, Artemio Cruz, el niño que vivía al lado de Lunero, era literalmente, por más crudo y soez que suene, un “hijo de la chingada”: el hijo de una violación sexual. El “logro” vital del personaje es “superar” este status primigenio, darle la vuelta y ser él el “chingón”, el que se “chinga” a sus enemigos, el que, finalmente, “chinga” a la patria –un simbolismo de la madre– con su corrupción. En otras palabras, él “venga” la violación de su madre, ese oprobio del cual él es fruto, siendo él, finalmente, el “violador”, como si así su origen pudiese ser borrado.

Sin duda, Artemio Cruz es un símbolo de la peor corrupción institucionalizada, del oportunismo rapaz, del cinismo, etc. Sin embargo, creo que la genialidad de la novela radica en que no es un personaje que se pueda catalogar de “repulsivo”. Creo que, con todos los anticuerpos que sus acciones pueden generar, es posible al menos “comprender” a Artemio y hasta sentir cierta compasión por él. Y esto se siente cuando nos damos cuenta que, realmente, Artemio Cruz fue un hombre que supo amar.

Gran parte de la novela nos muestra que Artemio amó: amó a Lunero, por quien llegó a cometer un crimen; amó a Regina: “amé a Regina, se llamaba Regina y me amó, me amó sin dinero, me siguió, me dio la vida allá abajo…” (120) pese a que su encuentro inicial fue una violación que ambos transforman en una fantasía en la playa y es por ella que, además, abandonó a su pelotón y tuvo “su primer llanto de hombre” (80) cuando la encontró colgada; amó, al menos al inicio, a Catalina, pese a que su acercamiento fue oportunista: “La quería. Supo, al tocarla, que la quería. Debía hacerle comprender que su amor era real, aunque las apariencias lo desmintieran” (54; mi énfasis). Amó a su hijo Lorenzo, pese a que lo dejó ir a la Guerra Civil Española (¿quizás en un modo de resarcir su propia traición a la Revolución mexicana?). Probablemente, también, amó a la refinada Laura y a Lilia, aunque más bien en el caso de ellas al parecer lo que quería era no estar solo (y este es otro rasgo que nos muestra la dimensión humana del personaje).

El problema es que, al final, toda esta capacidad de amar termina siendo sobrepasada por la ambición desmedida de un hombre que, incapaz realmente de superar el trauma de su origen, elige la coraza de hombre poderoso, chingón de chingones. Todo, finalmente, se pudre dentro de él, hasta sus viseras. Su vida podrida por su corrupción se termina por somatizar en sus entrañas, precisamente en sus intestinos (espacio simbólico, pues finalmente es donde se procesa todo el “miasma”; miasma en el cual él vivió inmerso y que lo hizo don Artemio Cruz), que finalmente sucumben al infarto mesentérico –o isquemia mesentérica, por usar el término médico– que lo lleva a la muerte. Quizás, al final de todo el “arte mío” de Artemio termina por ser su propia cruz.

Finalmente, creo que no está demás remarcar el estupendo manejo del narrador en segunda persona que tiene Carlos Fuentes. En su novela corta Aura –contemporánea a La muerte de Artemio Cruz; ambas aparecen en 1962– termina de demostrarnos su genial capacidad de narrar desde este complicado punto de vista.

Artemio, el hombre que supo amar

Durante las últimas dos semanas, a propósito de Hijo de hombre, veíamos la desgraciada fortuna de aquellos que creyeron en la Revolución, es decir, en el cambio. Ahora, con La muerte de Artemio Cruz, tenemos otra perspectiva de los “excombatientes”, la de aquellos que, como el personaje central de la novela, fueron parte de una lucha revolucionaria y que, finalmente, lograron realmente un cambio; pero un cambio egoísta y corrupto, por supuesto, cuyo precio es el de la traición de los ideales (si es que alguna vez los hubo realmente).

Don Artemio Cruz, sin duda, representa, dentro de todo el simbolismo de la chingada muy bien explicado por Octavio Paz en El laberinto de la soledad, al “chingón”, el “mero chingón”. Sin embargo, Artemio Cruz, el niño que vivía al lado de Lunero, era literalmente, por más crudo y soez que suene, un “hijo de la chingada”: el hijo de una violación sexual. El “logro” vital del personaje es “superar” este status primigenio, darle la vuelta y ser él el “chingón”, el que se “chinga” a sus enemigos, el que, finalmente, “chinga” a la patria –un simbolismo de la madre– con su corrupción. En otras palabras, él “venga” la violación de su madre, ese oprobio del cual él es fruto, siendo él, finalmente, el “violador”, como si así su origen pudiese ser borrado.

Sin duda, Artemio Cruz es un símbolo de la peor corrupción institucionalizada, del oportunismo rapaz, del cinismo, etc. Sin embargo, creo que la genialidad de la novela radica en que no es un personaje que se pueda catalogar de “repulsivo”. Creo que, con todos los anticuerpos que sus acciones pueden generar, es posible al menos “comprender” a Artemio y hasta sentir cierta compasión por él. Y esto se siente cuando nos damos cuenta que, realmente, Artemio Cruz fue un hombre que supo amar.

Gran parte de la novela nos muestra que Artemio amó: amó a Lunero, por quien llegó a cometer un crimen; amó a Regina: “amé a Regina, se llamaba Regina y me amó, me amó sin dinero, me siguió, me dio la vida allá abajo…” (120) pese a que su encuentro inicial fue una violación que ambos transforman en una fantasía en la playa y es por ella que, además, abandonó a su pelotón y tuvo “su primer llanto de hombre” (80) cuando la encontró colgada; amó, al menos al inicio, a Catalina, pese a que su acercamiento fue oportunista: “La quería. Supo, al tocarla, que la quería. Debía hacerle comprender que su amor era real, aunque las apariencias lo desmintieran” (54; mi énfasis). Amó a su hijo Lorenzo, pese a que lo dejó ir a la Guerra Civil Española (¿quizás en un modo de resarcir su propia traición a la Revolución mexicana?). Probablemente, también, amó a la refinada Laura y a Lilia, aunque más bien en el caso de ellas al parecer lo que quería era no estar solo (y este es otro rasgo que nos muestra la dimensión humana del personaje).

El problema es que, al final, toda esta capacidad de amar termina siendo sobrepasada por la ambición desmedida de un hombre que, incapaz realmente de superar el trauma de su origen, elige la coraza de hombre poderoso, chingón de chingones. Todo, finalmente, se pudre dentro de él, hasta sus viseras. Su vida podrida por su corrupción se termina por somatizar en sus entrañas, precisamente en sus intestinos (espacio simbólico, pues finalmente es donde se procesa todo el “miasma”; miasma en el cual él vivió inmerso y que lo hizo don Artemio Cruz), que finalmente sucumben al infarto mesentérico –o isquemia mesentérica, por usar el término médico– que lo lleva a la muerte. Quizás, al final de todo el “arte mío” de Artemio termina por ser su propia cruz.

Finalmente, creo que no está demás remarcar el estupendo manejo del narrador en segunda persona que tiene Carlos Fuentes. En su novela corta Aura –contemporánea a La muerte de Artemio Cruz; ambas aparecen en 1962– termina de demostrarnos su genial capacidad de narrar desde este complicado punto de vista.

Las tres personas de Artemio Cruz: el yo, el tú y el él.

La muerte de Artemio Cruz

La compleja técnica narrativa es lo que primero aflora y confunde al lector de esta obra. Carlos Fuentes apela a un estilo que demanda la activa participación y atención del lector, quien fácilmente puede perderse en este laberinto de tiempos, espacios y personajes. A pesar de estos escollos, los innovadores recursos estilísticos del escritor mexicano, logran una unidad y continuidad magistral que sostienen el drama y el suspenso en la obra.

A través de la compleja estructura de un relato en primera, segunda y tercera persona, La muerte de Artemio Cruz constituye una crítica novelesca a la traición individual y colectiva de los ideales de la Revolución mexicana. Cruz, al borde de la muerte rememora con “flash backs” y reflexiones con su propia conciencia su historia personal y la mexicana.

El libro comienza con la sugestiva expresión “yo despierto”. Esta narración en primera persona –el “yo psicológico de Artemio Cruz- se sitúa en el tiempo presente de la novela. El 10 de abril de 1959 el personaje está rodeado de amigos y familiares, que aguardan su muerte. En ese estado en que se entrecruzan conversaciones, escuchas de grabaciones y expresiones de dolor, el enfermo navega por el presente y el pasado, la realidad y el delirio.

La segunda persona demanda una interpretación más desafiante. El “yo” recuerda incidentes que le ocurrieron, pero como a manera de espejo, se refiere a sí mismo como “tú”. El primer testimonio de este recurso aparece al inicio cuando Artemio recuerda lo ocurrido el día anterior e inicia el relato con “Tu, ayer hiciste lo mismo de todos los días” (12). Esta estrategia narrativa se complica con el uso del tiempo futuro con el pronombre “tú”: “Tú vivirás setenta y un años sin darte cuenta” (76), “Tú la pronunciarás, es tu palabra” (121). Este tiempo futuro da a la narración un tinte fatalista o determinista difícil de descifrar.  Pero, tal vez sea otro juego donde el “yo” que es omnisciente conoce el futuro del “tú”, una especie de alter ego.

El pasado está relatado a través de la tercera persona y es donde encontramos el hilo narrativo. La novela rompe todo esquema cronológico ya que, dentro del marco temporal que comienza con la muerte de este “él” y concluye con su nacimiento, se relatan sucesos como al azar. Estas historias y recuerdos sólo responden a la espontaneidad con que surgen en la mente y los delirios del moribundo. Los referentes que ayudan al lector a encontrar un orden en este mundo, que continuamente raya un entorno surrealista, son las fechas.

Carlos Fuentes, abocado a romper con todo convencionalismo narrativo, procrea en la persona de Artemio Cruz una trinidad que convive en el pasado, presente y futuro. Sorprendentemente, su creación pone orden en el caótico mundo de este moribundo.