Fantasías comunales

Es interesente este trabajo hermenéutico con respeto a este libro Todos los fuegos el fuego. Es como si en nuestras esfuerzos de encontrar una narrativa o una temática coherente entre los varios cuentos estuviéramos atrapado nosotros mismos un mundo cortazariano. Lo que quiero sugerir con esta afirmación es que muchas de las historias demuestran esta tentativa misma de un colectivo buscando un hilo de significación a para descifrar una situación irreduciblemente opaca.

Por ejemplo la familia de “La salud de los enfermos,” que termina ocultando la muerte de su familiar, no para la protección psíquica su mamá débil, sino para ellos mismos para que puedan seguir con la fantasía que les alivia el dolor de la trauma:

“[L]a familia llegó a preguntarse si no habría alguna influencia inconsciente, algo que desbordaba del comportamiento de todos ellos, una inquietud y un desánimo que hacían daño a mamá a pesar de las precauciones y la falsa alegría” (62).

Entonces la pregunta finalmente es, ¿qué es esta ‘influencia inconsciente’? ¿Es algo más que la aceptada propensión humana de crear la significación en cualquier situación?

Se ve esta proclividad también en “La autopista del sur”–la comunidad espontánea del embotellamiento no pueden soportar la idea de lo aleatorio de su situación y pasan el tiempo especulando sobre la causa absente. También, lo que organiza el cuento de “Reunión” es la presencia misteriosa de Luis y todas sus acciones se forman con respeto a su jefe que les ha dado los ordenes.

Me parece importante que todos estas fantasías—si se pueden describirlos así—so desarrollan un espacio comunal, o por los menos, interpersonal. Diría yo que los cuentos de Cortazar nos provocan a pensar más allá de la figura del camino personal existencial o espiritual para la significancia de la vida del hombre. Nos exigen pensar en como estos fabricaciones se elaboran comunalmente con una manera particular de organizar lo social con respeto a una visión especifica de la historia.

 

 

 

 

Todos los fuegos el fuego: una búsqueda de estéticas

Casi siempre es muy difícil al enfrentarse a una compilación de cuentos encontrarles una línea común, una reiteración que unifique los relatos bajo alguna premisa. Por supuesto, esto no tiene que ser así. De hecho, muchas veces –acaso las más de ellas– las compilaciones responden a hechos metaliterarios o simples casualidades. Creo que tal es el caso de Todos los fuegos el fuego. Desde mi perspectiva, finalmente, no hay un mismo puerto donde desembarquen todos los cuentos; cada uno tiene un universo particular que debemos desentrañar como lectores.

Sin embargo, creo que algunos cuentos del libro pueden compartir algunos rasgos en común (no de contenido, pero sí de estética). Así, por ejemplo, La autopista del sur, La isla al mediodía, Instrucciones para John Howell me parece que juegan con el absurdo, pero no en el sentido de Beckett o Ionesco en el teatro, sino simplemente en el sentido de ponernos en situaciones absurdas, irracionales, altamente improbables, inverosímiles… pero, dentro de todo, posibles. En otras palabras, se trata de situaciones que, con su absurdo esencial, nos ponen en los límites de la realidad y de lo creíble; conceptos distintos, dicho sea de paso. No son, tampoco, universos neo-fantásticos, como define Jaime de Alazraki algunos cuentos de Cortázar y Borges; nadie vomita conejos, por ejemplo. Son eventos reales, de personas comunes llevados al límite; increíbles pero posibles (casi al final de estas historias podría ponerse la famosa leyenda “aunque usted no lo crea”). Y creo que la virtud de estas historias es cuestionarnos nuestra propia realidad, que casi siempre damos por sentado que está bien centrada en los límites de lo que consideramos “normal”.

En cuentos como La salud de los enfermos, La señorita Cora (mi favorito después de La autopista al sur, confieso) y El otro cielo más bien parece haber una estética del aburrimiento. Los personajes que allí se nos presentan son mujeres y hombres que parecen tener un aburrimiento existencial, una especie de tedio superpuesto en sus vidas. Así, la madre en La salud de los enfermos se resigna a un aburrimiento que, finalmente, es el aburrimiento que le producen las mentiras que de antemano sabe y que, por tanto, inútilmente urdieron sus familiares. La enfermera Cora, por su parte, encuentra en cierto modo un alivio al aburrimiento de su rutina al cuidar a Pablito, pero finalmente regresa ella a su aburrimiento en un acto más de resignación que de convicción. Y, finalmente, el personaje en quien más se aprecia esta estética del aburrimiento es el narrador de El otro cielo, quien parece más bien entristecerse un poco cuando encuentran al asesino que mantenía a todos en acecho y en constante alerta. No es casualidad, quizás, que cuando todo eso se acaba, se termina por someter definitivamente al aburrimiento que su madre y su novia le proponen. Lo genial de estos cuentos es que, finalmente, la estética del aburrimiento nos mantiene alertas como lectores y con ganas de seguir leyendo.

La isla al mediodía, me parece, puede ser un cuento que engrane estas dos estéticas, pues estamos antes un hombre aburrido cuya vida llega a un destino absurdo que finalmente termina con un hecho completamente improbable que es que justo se estrelle el avión en esa isla que había adoptado como su nuevo hogar.

Hay otros elementos por discutir, por supuesto. El cuento que le da título al libro es de por sí una pieza única, me parece, dentro del libro. Y cada cuento, en general, propone distintas temáticas y formas que componen universos narrativos únicos, como decía al inicio. El encontrar estéticas es casi un ejercicio un poco desesperado por la búsqueda de cierta unidad que no tiene por qué existir, finalmente. Y mejor así, pues la complejidad aumenta.

Todos los fuegos el fuego: una búsqueda de estéticas

Casi siempre es muy difícil al enfrentarse a una compilación de cuentos encontrarles una línea común, una reiteración que unifique los relatos bajo alguna premisa. Por supuesto, esto no tiene que ser así. De hecho, muchas veces –acaso las más de ellas– las compilaciones responden a hechos metaliterarios o simples casualidades. Creo que tal es el caso de Todos los fuegos el fuego. Desde mi perspectiva, finalmente, no hay un mismo puerto donde desembarquen todos los cuentos; cada uno tiene un universo particular que debemos desentrañar como lectores.

Sin embargo, creo que algunos cuentos del libro pueden compartir algunos rasgos en común (no de contenido, pero sí de estética). Así, por ejemplo, La autopista del sur, La isla al mediodía, Instrucciones para John Howell me parece que juegan con el absurdo, pero no en el sentido de Beckett o Ionesco en el teatro, sino simplemente en el sentido de ponernos en situaciones absurdas, irracionales, altamente improbables, inverosímiles… pero, dentro de todo, posibles. En otras palabras, se trata de situaciones que, con su absurdo esencial, nos ponen en los límites de la realidad y de lo creíble; conceptos distintos, dicho sea de paso. No son, tampoco, universos neo-fantásticos, como define Jaime de Alazraki algunos cuentos de Cortázar y Borges; nadie vomita conejos, por ejemplo. Son eventos reales, de personas comunes llevados al límite; increíbles pero posibles (casi al final de estas historias podría ponerse la famosa leyenda “aunque usted no lo crea”). Y creo que la virtud de estas historias es cuestionarnos nuestra propia realidad, que casi siempre damos por sentado que está bien centrada en los límites de lo que consideramos “normal”.

En cuentos como La salud de los enfermos, La señorita Cora (mi favorito después de La autopista al sur, confieso) y El otro cielo más bien parece haber una estética del aburrimiento. Los personajes que allí se nos presentan son mujeres y hombres que parecen tener un aburrimiento existencial, una especie de tedio superpuesto en sus vidas. Así, la madre en La salud de los enfermos se resigna a un aburrimiento que, finalmente, es el aburrimiento que le producen las mentiras que de antemano sabe y que, por tanto, inútilmente urdieron sus familiares. La enfermera Cora, por su parte, encuentra en cierto modo un alivio al aburrimiento de su rutina al cuidar a Pablito, pero finalmente regresa ella a su aburrimiento en un acto más de resignación que de convicción. Y, finalmente, el personaje en quien más se aprecia esta estética del aburrimiento es el narrador de El otro cielo, quien parece más bien entristecerse un poco cuando encuentran al asesino que mantenía a todos en acecho y en constante alerta. No es casualidad, quizás, que cuando todo eso se acaba, se termina por someter definitivamente al aburrimiento que su madre y su novia le proponen. Lo genial de estos cuentos es que, finalmente, la estética del aburrimiento nos mantiene alertas como lectores y con ganas de seguir leyendo.

La isla al mediodía, me parece, puede ser un cuento que engrane estas dos estéticas, pues estamos antes un hombre aburrido cuya vida llega a un destino absurdo que finalmente termina con un hecho completamente improbable que es que justo se estrelle el avión en esa isla que había adoptado como su nuevo hogar.

Hay otros elementos por discutir, por supuesto. El cuento que le da título al libro es de por sí una pieza única, me parece, dentro del libro. Y cada cuento, en general, propone distintas temáticas y formas que componen universos narrativos únicos, como decía al inicio. El encontrar estéticas es casi un ejercicio un poco desesperado por la búsqueda de cierta unidad que no tiene por qué existir, finalmente. Y mejor así, pues la complejidad aumenta.

La lejania del cuerpo y el Orgasmo doloroso

Una vez superado los problemas técnicos recién puedo enviar este post. (Lo siento)

Para una novela como la que propone Lezama Lima se necesitaría más tiempo para poder saborear, disfrutar, organizar y digerir la gran cantidad de bocados simbólicos que el autor nos invita en su opípara mesa.

Para Lezama, Lima solo a través de la poesía y su multiplicidad de símbolos, entre metáforas y símiles se puede narrar la vida y la historia. Proponiendonos a los lectores que una imagen tiene mayor fuerza simbólica y poética que la sola narración de enunciados. Su frondosidad verbal responde a una forma de organizar y ver el mundo en esta novela. Entre algunos temas que la novela nos invita a digerir son; el tema de la muerte que se convierte en parte de la tragedia del ser humano, donde la separación es como la muerte y el regreso como la ausencia de ella; la amistad que es representada por Foción, Fronesis y Opiano, cada uno representa un valor distinto de ésta; otro de los temas sin duda importantes en la novella es el sexo. Las diferentes formas y prácticas que practican los personajes siempre están en el plano de lo prohibido, agregandole a estas experiencias un tipo de placer más intenso. Por ejemplo, en el capítulo dos, se narra de Martincillo, aprendiz del flautista afeminado, quién tiene encuentros prohibidos; también tenemos a Lupita quién visita subrepticiamente cada 15 días a un japonés, Luba Viole, quién intenta seducir al soldado Tranquilo cuando éste está limpiando una lámpara, Alberto Olaya quién se dedica a espiar morbósamente a los vecinos a través de la ventana, pero el mayor ejemplo de la sexualidad desbordada es en el capítulo ocho, justo en la adolescencia de José Cemí, donde el sadismo profesoral ejercida a través de las reglas se opone al Cinismo sexual mostrado por algunos alumnos como Farraluque y Leregas, en donde el falo representa para el primero su rostro y para el segundo todo su cuerpo. Farraluque experimenta su sexualidad no solo con mujeres sino tambien incluso con hombres como si el placer para él no tuviera género. Otro de los ejemplos de la sexualidad en lo prohibido es el caso del sacerdote quien practica su teoria de La lejania del cuerpo y el Orgasmo doloroso.

 

 

La lejania del cuerpo y el Orgasmo doloroso

Una vez superado los problemas técnicos recién puedo enviar este post. (Lo siento)

Para una novela como la que propone Lezama Lima se necesitaría más tiempo para poder saborear, disfrutar, organizar y digerir la gran cantidad de bocados simbólicos que el autor nos invita en su opípara mesa.

Para Lezama, Lima solo a través de la poesía y su multiplicidad de símbolos, entre metáforas y símiles se puede narrar la vida y la historia. Proponiendonos a los lectores que una imagen tiene mayor fuerza simbólica y poética que la sola narración de enunciados. Su frondosidad verbal responde a una forma de organizar y ver el mundo en esta novela. Entre algunos temas que la novela nos invita a digerir son; el tema de la muerte que se convierte en parte de la tragedia del ser humano, donde la separación es como la muerte y el regreso como la ausencia de ella; la amistad que es representada por Foción, Fronesis y Opiano, cada uno representa un valor distinto de ésta; otro de los temas sin duda importantes en la novella es el sexo. Las diferentes formas y prácticas que practican los personajes siempre están en el plano de lo prohibido, agregandole a estas experiencias un tipo de placer más intenso. Por ejemplo, en el capítulo dos, se narra de Martincillo, aprendiz del flautista afeminado, quién tiene encuentros prohibidos; también tenemos a Lupita quién visita subrepticiamente cada 15 días a un japonés, Luba Viole, quién intenta seducir al soldado Tranquilo cuando éste está limpiando una lámpara, Alberto Olaya quién se dedica a espiar morbósamente a los vecinos a través de la ventana, pero el mayor ejemplo de la sexualidad desbordada es en el capítulo ocho, justo en la adolescencia de José Cemí, donde el sadismo profesoral ejercida a través de las reglas se opone al Cinismo sexual mostrado por algunos alumnos como Farraluque y Leregas, en donde el falo representa para el primero su rostro y para el segundo todo su cuerpo. Farraluque experimenta su sexualidad no solo con mujeres sino tambien incluso con hombres como si el placer para él no tuviera género. Otro de los ejemplos de la sexualidad en lo prohibido es el caso del sacerdote quien practica su teoria de La lejania del cuerpo y el Orgasmo doloroso.

 

 

El “Paradiso” de Lezama Lima

La semana pasada había escrito que, de todas las obras del “Boom” que hemos leído hasta ahora, esta novela, para mí, más destaca la renovación y experimentación de lenguaje que caracteriza la literatura de este movimiento literario. Esta semana diría que, de manera similar, esta obra más destaca la renovación y experimentación de la narración.
Aunque, para caber dentro del horario de este curso, habíamos dividio esta obra en dos partes (la primera mitad que consta de los capítulos 1-7 y la segunda de 8-14), yo diría que realmente existen tres partes distintos en la narrativa. La primera parte se presta bien a nuestro programa de lectura porque los primeros siete capítulos informan al lector de la infancia del protagonista, José Cemi, cuidado por sus padres, cuyos historias también aprendemos en los capítulos 3 y 4.  Esta segunda “mitad” se puede dividir en dos partes en sí; así, llegamos a un relato dividido en terceras en vez de mitades. Los capítulos 8-11 más que nada narran la maduración de José Cemi, desde el liceo hasta la Univesidad de Upsalón, marcada por sus nuevas amistades que ahora  constituyan su comunidad en la carencia de la de familia (o, tal vez como una progresion natural de la adolescenia). Todas las experiences sexuales y intelectuales  contribuyan a una transición de carácter, entendimiento y madurez en el protagoinsta.
Cuando el lector por fin llega al capítulo 12,  se ve esta transición no sólo en el personaje, pero también en la forma en que escribe Lezama Lima. En esta tercera parte de la novela el ritmo se acelera y contorsiona en algo parecido al “ritmo hesicástico” de Oppiano Licario – si entiendo bien esta expresión.  El lector se pierde en las multiples líneas de narración de los multiples episodios / relatos; los que entrecruzan en un mismo espacio y momento. Es más, dentro de algunos relatos  el narrador cambia frequentemente de la tercera persona a la primera persona, y a la inversa también. A mí,  me parece como el poder creativo (al que el protagonista ha llegado en esta parte) se refleja en la falta de orden natural. Así, me pregunto si estos capítulos finales ejemplifican el “paradiso” de de Lezama Lima? …y,  si son, de hecho, una muestra para el lector de su ingeno?  Y con este pensamiento regreso de nuevo al fin ‘didactico’ de esta hibrida de novela-poema-ensayo..

Paradiso II: el escape del sueño

La semana pasada, en medio de la confusión que provocó esta novela, me enfoque principalmente en la forma barroca. Esta semana me pregunto–tanto como hace Bruno en su blog–si hay algo más allá del puro barroquismo. Durante mi lectura pensaba específicamente en lo que dijo Jon en clase sobre la posibilidad de este barroquismo como función psicológica de represión. Tal vez podemos trazar la amplificación o la disminución del barroquismo con respeto a diferentes escenarios para llegar a una teoría de como funciona para la novela.

Creo que capítulo 9, con el comienzo de Cemí a la Upsalón, podemos registrar una modificación del tono barroco. Específicamente con el relato de la manifestación estudiantil y la represión y violencia por parte de la policía, el tono resultó sorprendentemente realista. O si no realista, por lo menos fijado en la acción y la narración de lo real. Más aún, es una situación en que la palabra fracasa en su poder:
“…algunos estudiantes querían que sobre el tumulto el verbo de la justicia poética prevaleciese…Las detonaciones impedían la llegada del verbo con alas” (374).
El hecho de que esta escena perturba a Cemí profundamente se hace clara aquí:
“[I]ntuía que se iba adentrando en un túnel, en una situación en extrema peligrosa, donde por primera vez sentiría la ausencia de la mano de su padre” (377)
Se puede decir en esta situación que Cemí se ha quedado perturbado por dos cosas: 1. La muerte de su padre. 2. El fracaso del verbo poético en prevenir la violencia.
Quiero entonces avanzar le tesis de que la valorización de la palabra se asocia en la novela íntimamente con la figura del Colonel y la niñez de Cemí, y por lo tanto que el barroquismo–que eleva la palabra a un apoteosis–es una síntoma de la trama de la pérdida de esta niñez idílica.
Pero en este momento, digo yo, vemos instantáneamente que “lo que se había escapado era su sueño” (383).

Paradiso II: el escape del sueño

La semana pasada, en medio de la confusión que provocó esta novela, me enfoque principalmente en la forma barroca. Esta semana me pregunto–tanto como hace Bruno en su blog–si hay algo más allá del puro barroquismo. Durante mi lectura pensaba específicamente en lo que dijo Jon en clase sobre la posibilidad de este barroquismo como función psicológica de represión. Tal vez podemos trazar la amplificación o la disminución del barroquismo con respeto a diferentes escenarios para llegar a una teoría de como funciona para la novela.

Creo que capítulo 9, con el comienzo de Cemí a la Upsalón, podemos registrar una modificación del tono barroco. Específicamente con el relato de la manifestación estudiantil y la represión y violencia por parte de la policía, el tono resultó sorprendentemente realista. O si no realista, por lo menos fijado en la acción y la narración de lo real. Más aún, es una situación en que la palabra fracasa en su poder:
“…algunos estudiantes querían que sobre el tumulto el verbo de la justicia poética prevaleciese…Las detonaciones impedían la llegada del verbo con alas” (374).
El hecho de que esta escena perturba a Cemí profundamente se hace clara aquí:
“[I]ntuía que se iba adentrando en un túnel, en una situación en extrema peligrosa, donde por primera vez sentiría la ausencia de la mano de su padre” (377)
Se puede decir en esta situación que Cemí se ha quedado perturbado por dos cosas: 1. La muerte de su padre. 2. El fracaso del verbo poético en prevenir la violencia.
Quiero entonces avanzar le tesis de que la valorización de la palabra se asocia en la novela íntimamente con la figura del Colonel y la niñez de Cemí, y por lo tanto que el barroquismo–que eleva la palabra a un apoteosis–es una síntoma de la trama de la pérdida de esta niñez idílica.
Pero en este momento, digo yo, vemos instantáneamente que “lo que se había escapado era su sueño” (383).

Paradise Lost

Nel ciel che più de la sua luce prende
fu’ io, e vidi cose che ridire
né sa né può chi di là sù discende;

perché appressando sé al suo disire,
nostro intelletto si profonda tanto,
che dietro la memoria non può ire.

Veramente quant’io del regno santo
ne la mia mente potei far tesoro,
sarà ora materia del mio canto.

Este es el comienzo del Paradiso de Dante (Canto I), en el cual el poeta nos declara su intención de contar lo que ha visto en el Paraíso; sin embargo la palabra le sale difícil: lo que ha contemplado es tan maravilloso que su memoria no puede volver a capturarlo una vez abandonado ese lugar, y por lo tanto pide auxilio a Apolo, personificación de la inspiración divina, para poder ser digno de escribir sobre lo más sublime.

El Paradiso del narrador de la obra de Lezama Lima es la juventud, la mágica edad del hombre en la cual todo parece tener más luz y todo parece estar encantado; pero tan difícil es la tarea de recordar estas sensaciones, que él también recurre a Apolo, o sea a la poesía, para poder lograrlo. Desde este punto el narrador no hace sino volcar sobre el papel la vida de José Cemí, remontando hasta sus antepasados, para enseñarnos su juventud desde la niñez hasta el punto en el cual, habiendo perdido todos sus puntos de referencias – en particular su Beatriz (Rialta) que pasa de curarlo a ser curada – se ve obligado a volverse adulto dejando ese paraíso: “Iba saliendo de la duermevela que lo envolvia […] lo acompañaba la sensación fría de la madrugada al descender a las profundidades, al centro de la tierra […]”.

En el Paraíso de José Cemí los ángeles son los amigos, los familiares, los maestros; las beatitudes son las anécdotas, las experiencias sexuales y del crecimiento. El narrador sigue en efecto la vida de Cemí, pero, como ya había apuntado en la primera entrada sobre esta novela, lo qué más destaca no es tanto la biografía suya y de su familia – algo escaso considerado el tamaño de la obra – sino los detalles de ese mundo, los cuales constituyen la mayoría del cuerpo textual. Mí interpretación sobre la dificultad de describir lo personal anda de forma homogénea con la dificultad de Dante en describir aquel lugar más luminoso de la luz misma, el Empíreo.

Que José Cemí sea la personificación de Lezama (y por ende esta sea una autobiografía) es tema de poco interés, dado que el mismo Cemí es un personaje universal: la incarnación del muchacho que se hace y se tiene que hacer hombre, perdiendo para siempre (por lo menos en esta tierra) una parte de sí.

paradiso