The New Face of Fraud in Latin America: Examples from Mexico and Peru
Maxwell A. Cameron
July 20, 2006
Writing for The Guardian blog “Comment is free…” James Galbraith and Greg Palast have provided a great service by calling attention to the serious possibility of systematic fraud in the Mexican election. Neither offer definitive proof, but both provide information and analysis that, in conjunction with other deficiencies in the process, suggest this election may have been neither free nor fair. Yet I fear there is a danger that in searching for fraud of the sort that occurred in Mexico in 1988 we may miss the real story. The greatest obstacle to clean elections may arise not from systemic fraud but from the politicization of electoral processes.
The case of Peru is instructive. I recall a warning by a former Peruvian official at the outset of the election campaign. He said that systematic fraud by election authorities was unlikely, but incompetence among election officials, especially in the event of a close election, might create a context in which a loser might challenge an election result. Sure enough, one candidate (Lourdes Flores) raised doubts about the outcome, saying that she may have won in the ballot boxes but lost in the vote counting. To make matters worse, the ballots were destroyed after they were counted, making a recount impossible. Rather than a recount, judges ruled on the authenticity of voting returns.
The problem was not systematic fraud by the authorities. Elections are messy, especially when election authorities are badly trained and overworked. Parties must have scrutineers in every voting station to ensure mistakes or irregularities do not occur. Add weak party finance rules and media bias and you create conditions in which losers can’t accept defeat. Even if they believe they lost, both candidates and their strategists may impugn the electoral process in an effort to reinforce their image among supporters.
Something similar may be happening in Mexico. I doubt election authorities, in cahoots with the executive, engineered a massive conspiracy to defeat of Andrés Manuel López Obrador (AMLO) and place Felipe Calderón in Los Pinos. There is, however, plenty of proof of incompetence which, coupled with documented irregularities (and here bloggers deserve credit), provided an opportunity to dispute the outcome. Vote stealing may have occurred in places where the PRD did not have scrutineers. The PREP was designed to offer the image of transparency, but it backfired when officials acknowledged that the PREP count was not the same as the official count.
Mexico is not a country with a high tolerance for computer problems during elections. The historical memory of the computer crash during the fraudulent election of 1988 makes the acceptance of cybernetic irregularities impossible. The fear campaign by Mexico’s entrepreneurial elite—which spent millions in a campaign to convince nervous voters that they would lose everything if AMLO was elected—made it even harder for the PRD to accept defeat.
I am not saying the election was not stolen. It may have been. But so far we have better evidence of incompetence than malfeasance by the authorities. The problem is not just the errors of election authorities, however, but something more systemic: the politicization of state institutions. Mexico’s Federal Electoral Institute used to be one of the nation’s most respected public institutions—and a model for the region. Now it has a black eye. Good institutions cannot operate in isolation. The government of President Vicente Fox contributed to undermining its own electoral authorities. As a result, Mexican democracy has suffered a regrettable setback.
Counting votes is not rocket science, but legitimate results are hard to produce when election officials do not inspire confidence and the electoral process is politicized. An exhaustive vote-by-vote recount is necessary, not to appease AMLO or legitimate Calderón, but for the sake of Mexico’s democratic system. Those who chastise AMLO for building a social movement for a recount of the vote forget that such tactics are both legal and democratic. The worrisome reality, however, is that Mexico’s judicial institutions may not be strong enough to serve as neutral umpires.
There is also a lesson here for international election observers. It is not good enough for election observers to arrive a shortly before an election, deploy a small force of observers, accept the assurances of local authorities, and declare the election to be a legitimate exercise. Elections require, among other things, organized parties, a vigorous civil society, and strong public institutions. In the absence of any of these conditions, electoral observation should be widened to include reporting on the state of democracy analogous to the human rights reporting currently conducted under the aegis of the United Nations.
UPDATE: For sharp criticism of electoral observation, see the article from La Jornada below.
Marcos Roitman Rosenmann
México, elecciones y los observadores internacionales
La Jornada
Sábado 22 de julio de 2006
Desde los años ochenta del siglo XX, para evitar fraudes y tropelías electorales, los países del primer mundo aportan un mecanismo de control sobre las democracias transicionales de América Latina, Africa y Asia. Se trata de confirmar que los procesos electorales en dichos continentes sean limpios. Que ganen los candidatos más votados en las urnas y no los que roban, queman o urden una estafa el día de las elecciones.
Para ello nada mejor que contar con oteadores imparciales. Así, con un manual bajo el brazo y años de experiencia votando en democracia, una vez concluida la guerra fría, la vieja Europa comunitaria, siempre tan madrugadora, se compromete con sus personeros e instituciones. Envía parlamentarios, representantes de la cultura, las ciencias, premios Nobel, ex jefes de Estado, diputados, senadores y cuanto sujeto quiera participar. Sólo es cuestión de presupuesto.
Profesores de ciencia política, becarios, militantes y asesores. El espectro es amplio y cubre todo el campo ideológico. El tour de las elecciones. Cada cierto tiempo, partidos, sindicatos y demás organizaciones premian con un viaje en calidad de observador internacional. Hay quienes han recorrido toda América Latina, desde México hasta Chile. No hay nada que temer. La situación está controlada y es una mera formalidad. Se trata de turismo electoral. Se conoce gente, paisajes, comidas exóticas, se puede ligar y además se ejerce cierto poder, lo que nunca está mal.
Las primeras ocasiones en las cuales viajaron fue a Centroamérica. Nicaragua sumida en una guerra de baja intensidad y con un ejército contra fue escenario de control. Perdieron los sandinistas, nada que objetar. Las elecciones fueron limpias. Luego siguieron El Salvador, Guatemala, Honduras. En fin, desde la última década del siglo XX, con tantas elecciones, los observadores no dan abasto. Llegan con unos días de antelación y se retiran según agenda. Aprovechan para dar conferencias, hacer relaciones o conocer el lugar. Comparten con los triunfadores la alegría del momento. Emiten un informe alabando el buen comportamiento cívico de la población, reconociendo que no se han producido incidentes graves, que no hay indicios de fraude ni violencia en el proceso electoral.
Redactan otro comunicado agradeciendo a las autoridades el disponer de los medios para realizar su trabajo y por último se felicitan por el resultado hasta la próxima oportunidad. No sin antes destacar la gran responsabilidad de los ciudadanos en la fiesta de la democracia que es ir a votar. En otros términos, que las papeletas estaban en su sitio, los votantes votando, los presidentes de mesa, los delegados de partidos, las urnas y la parafernalia funcionaba. Las reglas del juego se cumplían a rajatabla. Las horas de votación se respetaron. La paz se mantuvo, las fuerzas del orden público actuaron protegiendo a la ciudadanía y las instituciones dieron los resultados a tiempo. Nada raro.
En ocasiones, surgen discrepancias y algunos observadores apuntan problemas menores que no empañan o desdicen el comportamiento democrático de la ciudadanía. Así transcurre el día de trabajo. Se reparten el país, según jerarquía. El señor James Carter, por ejemplo estará en la capital y será trasladado según convenga. Todo está perfectamente organizado. Cubren todo el espacio geográfico y son pagados por sus respectivas organizaciones. Bien es cierto que su honorable presencia, dirán algunos, en caso de conflicto puede legitimar un proceso electoral. No olvidemos Venezuela, por ejemplo. Pero para este viaje no necesitamos alforjas. Si se quiere dar un golpe de Estado o invalidar un proceso electoral se hará con o sin observadores.
Ahora bien, vemos que en México el fraude en estas elecciones presidenciales ha sido mayúsculo. ¿Y dónde estaban los observadores? ¿Comiendo tamales, tacos o enchiladas?, a lo mejor les pasó factura la venganza de Moctezuma y jugó a favor del PAN. Resulta bochornoso que la delegación del Parlamento Europeo salga por peteneras y se quede a medias tintas. No podía ser de otra manera. Se avala el proceso electoral, su portavoz era del grupo del Partido Popular. ¿Pero no vieron el fraude? ¿No estuvieron en el conteo y el cierre de urnas? ¿Dónde estaban? Y no me digan que eran pocos y que justo los mandaron donde no hubo fraude.
Me pregunto: qué sentido tiene mantener una figura internacional, cual es la de observador internacional, si cuando surgen problemas huye o esconde la cabeza y mira para otro lado. Es decir sólo sirve cuando las elecciones están cocinadas, no hay problemas y se va para pasar un buen rato en compañía de amigos, adversarios y correligionarios.
Lo realmente doloso consiste en el descrédito de una opción política que podría ser realmente utilizada a escala internacional como fiscalizador, sólo que, como de costumbre, sirve para fines espurios de corte propagandístico del primer mundo. Nunca Estados Unidos, España u otro país europeo tendrá observadores. Sus procesos se fiscalizan a sí mismos. Cuestión que está más que en duda si vemos a Italia, por ejemplo. Así, en el caso que nos ocupa, México, mal quedan cuando todo indica que se han ido por la puerta trasera al menor indicio de problemas.
Por ello, es mejor acabar con esta farsa de una vez por todas. Si se quiere hacer turismo hay otras formas y no a costa de los procesos políticos y las luchas democráticas de los pueblos de América Latina. La figura del observador internacional electoral no funciona, es un cuento, y hay muchos que viven de él y de la sopa boba. Como de costumbre.