Peru Election 2006

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Carlos Ivan Degregori on Electoral Promises

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¿Sinceramiento de la política?
Carlos Ivan Degregori
Peru.21, 6 de abril del 2006

Si algo de positivo ha tenido la irrupción de Ollanta Humala es abrir posibilidades para un sinceramiento de la política.
¡Lenin, sacúdete en tu cripta! Cada noche, durante cada corte comercial del noticiero de América TV, Lourdes Flores, como mujer, se compromete con los peruanos que viven en Estados Unidos a “una verdadera revolución social”. ¡Ohhhh!
No sé si el mismo spot se transmite en el Perú, pero en esta era global los agentes económicos tienen que haberse enterado. Sin embargo, no hay corrida de dólares, ni sube el tipo de cambio ni el riesgo país, ni se escuchan lamentos en los pasillos del MEF o de la PCM, donde los equipos se preparan más bien para lo que esperan sea su segundo período de gobierno. No se siente el crujir de dientes de la Confiep ni se preparan contracampañas de demolición contra la candidata de Unidad Nacional. Quizás todos sepan que el compromiso es nomás de mentiritas.
Porque la revolución social a la que se refiere Lourdes es muy diferente a la propuesta por Vargas Llosa en 1990. Implica, entre otros temas, un “verdadero nacionalismo”, la posibilidad de renegociar contratos con empresas extranjeras, de bloquear de alguna forma la presencia de capital chileno en puertos peruanos, de crear cientos de miles de puestos de trabajo; también la realización de vigilias con velas encendidas por las víctimas de la violencia humalista de Andahuaylas. Algo que nunca se le ocurrió hacer durante los 20 años en que decenas de miles de peruanos (22 mil según ella, aunque haya ya más de 30 mil víctimas nominalizadas) murieron de las maneras más atroces.
Quizás sea esto último lo que resta credibilidad a la revolución social de UN. ¿Por qué a su candidata nunca se le ocurrió proponerla durante los cinco años en que recorrió diligentemente el país sin mencionar temas que eran en aquel entonces malas palabras? ¡Renegociación! Pero si era el octavo pecado capital, el más abominable.
Según Alberto Adrianzén, antes que hablar de candidatos o gobiernos de derecha o izquierda en América Latina, hoy es mejor imaginar un continente que va buscando caminos para dejar atrás el ya exhausto Consenso de Washington, asociado a las reformas neoliberales que transformaron la región en la década pasada. Ciertos países, como Chile, Brasil, Uruguay o la misma Argentina, lo hacen de manera más o menos ordenada. Otros, con instituciones más débiles, como Bolivia o Ecuador, para no herir susceptibilidades mencionando el país que comienza con V, lo hacen a trompicones.
Perú lo hace, además, tarde y de manera confusa; como en un baile de máscaras donde nadie sabe realmente quién es quién. Una máscara con el rostro y la voz cada día más severa de Lourdes Flores nos ofrece revolución social. Otra, con la papada y la risa de García, ofrece pena de muerte casi por quítame estas pajas. Parece no haberse dado cuenta de que, para efectos prácticos, la guerra ha terminado y les dice a los periodistas de Cuarto poder que eso es normal, que la pena de muerte existe por ejemplo en Estados Unidos, “¿y acaso EE.UU. es un país bárbaro?”. Pero claro que sí. Precisamente en ese aspecto sí. Bárbaro hasta el ridículo. Hace algunas semanas, el vicepresidente de la República le disparó por error a un colega y lo mandó al hospital. Es el tercer país en el mundo en ejecuciones (legales) después de China y Arabia Saudita. Es el único país de los G-7 originales donde la pena de muerte se sigue aplicando.
Habiendo tantas cosas dignas de admiración en Estados Unidos, García elige una de las más discutibles. Tal vez para borrar la imagen de su primer gobierno, cuando las cárceles eran una coladera, incluso para los líderes del MRTA. Quizás por eso decidió también incorporar al almirante Giampietri como su compañero de fórmula, en un gesto más bien psicoanalítico (porque políticamente no ha ganado nada) de quien regresa al lugar del crimen.
Otra máscara disputa con justicia el premio mayor en este baile, porque es como una cambiante imagen digital que parece por momentos amable, por momentos terrible: la de Ollanta Humala, quien con el mismo desparpajo con el que Lourdes ofrece revolución, resulta ahora el único candidato que asume plenamente las recomendaciones de la Comisión de la Verdad. Con el agravante de la manera ladina, retrechera y mostrenca en la cual responde a las denuncias sobre su actuación en Madre Mía.
Pero si algo de positivo ha tenido la irrupción de Ollanta Humala es abrir posibilidades para un sinceramiento de la política. Desde la década pasada se habló incansablemente de la necesidad de sincerar la economía en general y los precios en particular. Pero nadie hablaba de sincerar la política. Más bien, quienes la llevaban hablaban de blindar la economía contra la política, contra el ruido político, porque es cierto que, sobre todo dentro de la burbuja del Congreso, la política se había convertido en sonido molesto, mientras la furia crecía más allá de la plaza Bolívar.
Desde que Humala saltó al primer lugar en las encuestas, esa furia afloró, sacando a luz temas que eran hasta entonces tabú, políticamente incorrectos, cucos que después de quince años se suponía erizarían los cabellos a todos los ciudadanos con solo mencionarlos. Pero no ha sido así, lo cual revela que, a pesar de cinco años de crecimiento económico, hay temas de gran calado por resolver, temas viejos pero no pasados de moda como parecía: justicia social, ciudadanía, identidad nacional, derechos humanos.
J.C. Mariátegui decía que en nuestro país las cosas se daban siempre de modo “un poco borrosa, un poco confusa”. También en este caso, parece que estamos frente a un sinceramiento a medias, incluyendo al propio ‘sincerador’. Nunca vimos el corazón durante esta campaña, ni siquiera las caras, solo máscaras. Ojalá, por el bien del país, esas máscaras se vuelvan piel, los candidatos punteros hagan de la necesidad virtud y sean fieles a sus mejores promesas.
Por ahora, están lejos de convencerme, por lo cual me aúno a quienes propugnan un voto ético más que unilateralmente pragmático. Es mérito del presente gobierno que podamos darnos ese lujo. Las actuales elecciones no se juegan como las de 1990 o las del 2000, al borde del precipicio. El país tiene cierto margen de maniobra. No tanto, pero ojalá el suficiente como para que nos demos cuenta de que mucho más importante que sincerar la economía es sincerar la política, y en una sociedad postconflicto como la nuestra, sincerar también nuestra historia reciente, hacer justicia y no prometer indultos o amnistías, limpiar nuestra memoria y hacer una vigilia de verdad, y una confesión sincera cuando sea necesario.

Written by Michael Ha

April 6th, 2006 at 8:15 am

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