Peru Election 2006

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Momento de elecciones en América latina

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A thoughtful piece on the current electoral landscape.


Momento de elecciones en América latina
Por Natalio R. Botana
Para LA NACION
Domingo 30 de Abril de 2006

Un panorama con candidatos inesperados y enfrentamientos en los que predomina una sensación de crisis inminente
A la luz de los pronósticos sobre las próximas elecciones presidenciales en Perú y en México, el tema de la incertidumbre se ha convertido en América latina en un lugar común. La incertidumbre no es, en sí misma, negativa porque esta dimensión acerca de futuros improbables o imprevistos es parte esencial del argumento democrático. Pero no es lo mismo un escenario incierto acotado por un sistema de partidos capaz de asegurar un régimen de alternancia basado en alternativas confiables, que una carrera electoral plagada de sorpresas, con candidatos inesperados y enfrentamientos en los cuales predomina una sensación de crisis inminente.
Los casos de México y Perú son, al respecto, aleccionadores. Mientras que en México compiten partidos y alternativas en un terreno delimitado por estrechas relaciones de integración con los Estados Unidos, en Perú la política está conmovida por la emergencia de Ollanta Humala, un ex comandante en pugna con los aparatos partidarios establecidos que, con algo más del 30 por ciento de los sufragios, se ha quedado con el trofeo de la victoria en la primera vuelta electoral. El clima de la improvisación envuelve pues el debate. ¿Qué se esconde, en efecto, tras esta impugnación al régimen representativo de los partidos mediante una mezcla de invocaciones populistas y arrestos autoritarios?
En realidad, lo que está aconteciendo en estos días en Perú es el tercer acto de un proceso que comenzó con el presidente Fujimori y prosiguió con otro signo con Alejandro Toledo. En ambas circunstancias, más allá de las profundas diferencias que se pueden observar comparando esos dos gobiernos, ganaron candidatos poco conocidos que treparon raudos en la escala de las preferencias. Esta entrada en el ruedo, sin mayores antecedentes partidarios, denota otra preocupante característica de la política latinoamericana: en algunos países ganan líderes improvisados que, de inmediato, forjan una agrupación política de apoyo. En lugar de que el liderazgo personal sea producto del partido político, el partido es aquí consecuencia de esos ascensos súbitos y repentinos.
Este insistente acoso a la legitimidad de los partidos no prenuncia en nuestra región un porvenir estable. Algunos países han superado este reto; otros, como Colombia, están cambiando su configuración partidaria en una campaña electoral teñida de sangre (para mayores datos, el asesinato de la hermana del director del Partido Liberal, César Gaviria). Son sociedades violentas que no entienden aún que el partido político es condición necesaria para el perfeccionamiento pacífico del régimen democrático. De aquí el contrapunto que hoy estremece a Perú. La campaña correspondiente a la segunda vuelta prevista para el mes de mayo entre Ollanta Humala y Alan García no significa solamente una competencia entre dos personalidades; también esta opción desnuda una confrontación entre, por un lado, el sistema de partidos establecido y, por otro, unos liderazgos improvisados que surgen al calor de la frustración de amplios sectores de la sociedad.
Así, Perú está políticamente dividido en dos partes: al modelo clásico de partidos representados por Alan García y Lourdes Flores se contrapone el impacto de un súbito movimiento conducido por Ollanta Humala. Aunque Alan García cargue sobre sus hombros el fardo de una gestión presidencial desastrosa en los años ochenta, lo cierto es que su candidatura está respaldada por un partido, el APRA, con viejo arraigo en América del Sur. No debe extrañar entonces que la antigua impronta social-demócrata de este partido (con fuertes apoyos y también fuertes rechazos en el electorado) choque con las ambiciones hegemónicas de Hugo Chávez. Para Chávez la victoria de Humala es crucial sobre todo cuando sus incursiones en los diferentes esquemas de integración oscilan entre la ruptura con la Comunidad Andina y la decisión de forjar un eje con Brasil y la Argentina.
El punto de vista de Chávez no es inocente. Como viene ocurriendo desde hace unos años, en las elecciones presidenciales en América latina se dirimen tanto la cuestión de quién habrá de ejercer en los próximos años el liderazgo presidencial cuanto el problema acerca de cuál habrá de ser el centro de incorporación de nuestro comercio y, en general, de nuestras economías. Este dilema ya ha sido resuelto por varios países latinoamericanos que han establecido acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos, sin dejar de lado otras formas de asociación. Como en Perú el presidente Toledo acaba de firmar un acuerdo de este tipo con los Estados Unidos, estas elecciones están condimentadas por una confrontación posible en esta materia. A ojos de Chávez, hay una integración latinoamericana de tinte nacionalista que se opone a una integración continental más amplia, estrechamente vinculada con los Estados Unidos.
Obviamente, este dilema ya está saldado en México. Parece difícil imaginar, aun en el caso de que se imponga el candidato de centroizquierda Andrés Manuel López Obrador, que el esquema de integración con los Estados Unidos (Nafta) sufra modificaciones de fondo en el plano del comercio y de la inversión de bienes y servicios (sí podría haberlas, cualquiera que fuese el candidato victorioso, en el dramático asunto de la inmigración). Pero por encima de este cuadro general, lo que más resalta en la elección mexicana es la formación de un sistema de partidos. En México compiten tres partidos según un arco electoral que va desde la centroizquierda de López Obrador hasta la centroderecha de Felipe Calderón (candidato oficialista del partido del presidente Fox), pasando por una posición intermedia representada por Roberto Madrazo del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Esta no deja de ser una buena noticia que, por otra parte, se complica por el hecho de que las encuestas revelan un final cabeza a cabeza entre los dos primeros candidatos, López Obrador y Calderón. Como en México no está prevista una segunda vuelta si ningún candidato alcanza la mayoría en las urnas, la situación es diferente de la de Perú. De resultas de ello, ganará estas elecciones el candidato que encabece el pelotón: una victoria en cierta medida pírrica, pues ese presidente con un apoyo posible de alrededor del 35 por ciento, aunque primero en la liza, no dispondrá de una mayoría parlamentaria en el Congreso. Este es el cuadro, muy común en la región, de un régimen de poder dividido en el cual un presidente electo está obligado constantemente a armar coaliciones de apoyo en el Congreso.
Con esto queda dicho que los problemas atinentes a la orientación de nuestras economías coinciden en nuestros países con no pocos problemas institucionales. El desafío de desarrollar el arte de la coalición entre partidos opuestos para reforzar la gobernabilidad en ausencia de una mayoría legislativa sigue pendiente en América latina. Chile nos ha dado, en este sentido, un buen ejemplo. Pero además estos comicios arrojan enseñanzas en un momento en que el Mercosur presenta graves complicaciones. El estilo de confrontación, al transponer fronteras, ha puesto en entredicho nuestras relaciones con Uruguay hasta el punto de que el gobierno y la oposición uruguaya exploran la factibilidad de un tratado comercial con los Estados Unidos para compensar sus dificultades con la Argentina y, por carácter transitivo, con Brasil. ¿No habrá llegado el momento de detener esta escalada?

Written by Michael Ha

April 30th, 2006 at 8:34 pm

Posted in Analysis & Opinion

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