June 4th: A Choice between Democracy & Authoritarianism?
Santiago Pedraglio and Luis Pasara discuss the democratic credentials of Ollanta Humala and Alan Garcia. It is not clear Garcia and Humala would pass the democratic test with high marks.
El poder del miedo
Santiago Pedraglio
Peru 21, 28 de mayo del 2006
¿Es posible gobernar el Perú, ganado por el desencanto ante una democracia que no alimenta la equidad, sin recurrir al esquema empleado por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos? El reto está planteado y cualquiera de los dos posibles gobernantes deberá sortear la tentación de organizar un esquema autoritario basado en la implantación del temor entre la población para superar las fragilidades de la “gobernabilidad democrática”.
El desafío no solo rige para Ollanta Humala, como ahora antiguos y novísimos partidarios de Alan García lo sostienen. En sus particulares y arbitrarios términos, el esquema del dúo Montesinos-Fujimori fue eficaz: cerró el espacio a la protesta social y la deslegitimó, anuló la iniciativa de los partidos políticos, se alió con la gran inversión transnacional y capturó los medios de comunicación (especialmente la televisión).
Vale la pena plantearse la pregunta inicial no solo porque el fujimorismo ha obtenido una importante votación para el Parlamento, sino porque el Perú sigue teniendo más de la mitad de sus habitantes en situación de pobreza y un importante número de electores tienen la expectativa de que cualquiera de los dos ganadores introducirá en la política económica cambios que mejorarán su situación actual.
Si ganara Humala, se instalaría de inmediato la tensión entre los “compromisos de cambio” del nuevo gobierno y la resistencia del los sectores que podrían verse afectados por ajustes en la economía. Sin embargo, si las cosas no resultasen como el candidato las imagina, el malestar podría surgir luego de sus propios votantes, en especial de las zonas pobres del sur y centro del país. Militarizar el poder y convertirlo en un espacio para el gobierno de la ‘inteligencia’ metódica será una tentación permanente, que en el Perú tiene por antecedente inmediato no al presidente venezolano, Hugo Chávez, sino a Vladimiro Montesinos.
El Apra puede tener una inclinación semejante, sobre todo si se olvida del ‘cambio responsable’ y se deja capturar por la derecha, que habiendo perdido en las urnas lo unge hoy como su candidato. Si García se somete a este manto protector, su gobierno corre el riesgo de embalsar las expectativas populares. El partido aprista tiene, al mismo tiempo que una tradición democrática, otra de carácter autoritario, y no es momento propicio para olvidarlo.
Entre 1985 y 1990 el gobierno del Apra no solo cometió errores en el manejo de la economía; García, como presidente, instauró la práctica de los ministros-secretarios. Sin olvidar que ahora tiene por candidato a la vicepresidencia al almirante Luis Giampietri, quien fuera regidor de la Municipalidad de Lima por la agrupación fujimorista Vamos Vecino.
El problema principal no es, pues, una posible alianza del candidato ganador con Fujimori, con Montesinos o con los partidarios de ambos. Es si el esquema de poder que operó durante aquella década, y que ha dejado escuela, termina por seducir a los gobernantes; si ceden a echarle mano ante el peligro de la inestabilidad, producto de la protesta social o de la conducta de quienes se niegan a aceptar la necesidad de combinar crecimiento económico con políticas sectoriales y redistributivas.
El riesgo del autoritarismo está en ambas candidaturas y no exclusivamente en la de UPP. La reciente balacera ocurrida en Cusco así lo deja ver.
La altanera fe de los conversos
Por Luis Pasara
Peru 21, 28 de mayo del 2006
Demasiados “analistas” explican por quién debemos votar. Pero importunan más quienes mirando a junio alaban a quien consideraban un demonio en abril.
Puede que mi memoria me engañe pero creo que ésta es la primera ocasión en la que, en los días previos a una elección, encontramos a diario cierto número de columnistas que se esfuerzan en explicar al elector las virtudes de un candidato y los males del otro, las razones de fondo o de circunstancia que aconsejan preferir a éste y no a aquél, y los terribles arrepentimientos que nos sobrevendrán de no seguir su sabia propuesta. Nos tratan en cuanto electorado como si fuéramos niños.
Hablen desde el sicoanálisis o las ciencias sociales, la economía o el derecho, el “análisis” de muchos se ha vuelto propaganda. Ignoro si forman o no parte orgánica de los planes de campaña de los candidatos pero, para efectos prácticos, es como si lo fueran. Bastante poco profesional luce aparecer como comentaristas, expertos o analistas, siendo propagandistas. Aunque la propaganda y el desfachatado llamamiento a votar por éste o aquél, con el que concluyen sus prédicas, se hagan en nombre de los más altos valores.
En vísperas de la segunda vuelta, el fenómeno se ha vuelto especialmente llamativo -y, además, desagradable- en vista de dos circunstancias. La primera es la mala calidad de la oferta representada por ambos candidatos. No era indispensable ver el debate presidencial para saber que Humala y García constituyen la peor alternativa electoral que ha tenido el país desde que se instauró en el país el mecanismo de la segunda vuelta, hace un cuarto de siglo. La segunda circunstancia consiste en la súbita conversión sufrida por muchos “escribidores”, desde que se confirmó que el ex presidente -y no Lourdes Flores- había ganado el derecho a disputar la elección con el candidato más votado: ese enemigo del sistema a quien la mayor parte de los medios de comunicación consideran un peligroso advenedizo.
En cuanto a calidades, la trayectoria de uno compite con la debilidad del otro. En efecto, García no puede ofrecer peor carta de presentación que cinco años de un gobierno que, desde cualquier punto de vista, dejó al país en ruinas. 16 años después se ha presentado como candidato para el cargo sin reconocer francamente su responsabilidad en la debacle. Esto es, la inflación récord y el desabastecimiento, la ineptitud para combatir a la subversión y la matanza a sangre fría en los penales, la evaporación de los depósitos bancarios, el copamiento de los puestos públicos por los militantes de su partido, el escándalo del “dólar MUC” y la corrupción respecto de cuya responsabilidad prefirió acogerse a la prescripción… En fin, aquello que todos los mayores de 25 años recordamos de ese terrible “malo conocido”.
Pero Ollanta Humala no es precisamente el “bueno por conocer”. Su debilidad proviene de la inconsistencia de sus planteamientos, los mensajes contradictorios -cuando no enloquecidos- que salen de su entorno, su relación de dependencia con un mandatario extranjero, la vinculación de gente cercana a él con el fujimontesinismo, las acusaciones que en materia de derechos humanos han caído sobre él y en delitos comunes sobre algunos de quienes lo rodean… En fin, aquello que los medios de comunicación -en uso de una libertad de prensa útil para cebarse en los puntos negros de este candidato y no en los del otro- ofrecen a diario.
¿Cómo no sentir, frente a ese menú intragable, la fuerte atracción del voto nulo o viciado, para engrosar ese 14% que ya en la primera vuelta dijo que no a todos?
Para salvarnos de la tentación, han surgido esta multitud de “opinadores” que nos dicen qué debemos hacer el domingo 4. Hay que reconocer a Mario Vargas Llosa la apertura de esta ruta. Poniendo de lado explícitamente su enfrentamiento con García -a resultas del cual se expuso a los riesgos y maltratos de una candidatura presidencial que asumió como un sacrificio personal-, el escritor no sólo propuso votar por el ex presidente sino, más aún, urgió la constitución de una alianza de todos contra Humala. La razón: salvar la democracia y las instituciones; al país, en suma.
Muchos son quienes se han sumado al “cargamontón” propuesto, haciendo suyo el mismo argumento. No parecen haber notado que García, el presunto defensor de la democracia y las instituciones -aparentemente amenazadas de muerte por Humala-, ha anunciado, en más de una ocasión reciente, que procederá a cerrar el parlamento si las circunstancias así lo ameritan, según su criterio (el criterio que ya le conocemos). En el discurso casi generalizado -y que se ha hecho oficial desde el empujoncito que le dio el presidente Toledo violando la ley electoral-, no hay peros que valgan. García es el defensor de la democracia y punto.
Cómo se deben divertir los apristas, oyendo y leyendo a los mismos que, hasta los primeros días de abril, recordaban a diario los horrores del gobierno de García -como recurso de campaña a favor de la candidata de la derecha-, otorgarle ahora todos los méritos necesarios para que llegue a la presidencia por segunda vez. Con muchos requiebros argumentativos, sofismas varios y pocos ascos.
Tanto el volatín dado como el tono de sermón, con el que nos regalan, resultan excesivos. ¿Qué minusvalía creen advertir en el elector peruano para tener que conducirlo, receta en mano, hasta las urnas electorales? Y, por cierto, ¿qué lugar se han asignado a sí mismos, sustituyendo su papel como comentaristas con el de sumos sacerdotes cuyo consejo resulta imprescindible para que actuemos correctamente el día de la segunda vuelta?
Pese a que nos hablan en pose de quien todo lo sabe, las piruetas adoptadas por algunos de ellos muestran la magnitud de su aturdimiento acerca de lo que son el país y los peruanos. Es la misma confusión que los llevó a pensar que el electorado peruano de hoy elegiría a Lourdes Flores. Aún no se han percatado de que el ciudadano promedio, de la misma manera en la que decidió por su cuenta y riesgo el 9 de abril, no está esperando que alguien lo ilumine para votar el 4 de junio.
Al fin y al cabo, ha sido el propio electorado peruano el que nos ha puesto a todos en la alternativa fatal de esta segunda vuelta. En el entender mayoritario -que ya en la primera vuelta contrarió el mensaje de la mayor parte de los medios de comunicación, “opinadores” incluidos- ésos dos son los candidatos entre los cuales hay que elegir un nuevo presidente.
Para que cada quien se decida por uno u otro candidato -o engorde con su voto en blanco o viciado esa proporción de uno de cada siete electores que rechazaron a todos- todo peruano tiene su criterio y un DNI. No se requiere, pues, que continúe ese desfile de visionarios que pretende alumbrarnos el camino, callando hechos contundentes, inventando argumentos falaces y torciendo la lógica. ¡Que nos dejen en paz hasta la segunda vuelta!