Izquierda y populismo en América Latina
Fernando Henrique Cardoso, ex presidente de Brasil
El Comercio
18 de junio del 2006
A juzgar por los análisis académicos y los artículos sobre las últimas elecciones, la izquierda habría hecho un retorno triunfal a la escena de América Latina. Esta versión esquemática de los hechos venía siendo aceptada, pero ahora surgen interpretaciones más refinadas del panorama político.
Jorge Castañeda, que fue canciller de México, en un artículo publicado en la revista “Foreign Affairs”, distingue dos izquierdas: una tiene raíces radicales, pero hoy es moderna y abierta, en tanto que la otra es cerrada y populista.
Para Castañeda, la primera izquierda, representada por dirigentes como la chilena Michelle Bachelet y el presidente Lula, sería buena y por ello debería ser fortalecida por la comunidad internacional; la segunda vertiente tendría ya poco o nada del ideario de la izquierda. Significaría el regreso del viejo populismo autoritario, representado por figuras como Hugo Chávez, Evo Morales y Néstor Kirchner. Aunque vea méritos en el análisis de Castañeda, yo considero que el panorama de la región es más matizado y complejo.
En una entrevista reciente, Kenneth Maxwell, especialista británico en Brasil, ofrece una perspectiva más exhaustiva y menos alentadora. Para él, la izquierda no es una categoría que pueda ser muy útil o adecuada para interpretar la realidad actual. Mucho menos se podría hablar con propiedad de una izquierda equivocada y otra acertada. Por ejemplo, el presidente Lula habría pasado de la categoría de izquierda errada, todavía en 2002, para convertirse a la izquierda acertada en los últimos años (para muchos, digo yo, perdiendo incluso cualquier referencia de izquierda). Lo que estaría ocurriendo en América Latina sería una crisis de gobernabilidad, sin producir un movimiento uniforme en dirección de la izquierda. En la región, en cada país, hay un mosaico de respuestas a las estructuras políticas decadentes y a los niveles cada vez más altos de desigualdad social y de exclusión social.
Concuerdo con la visión de Maxwell. En la historia de las transformaciones sociales, políticas y económicas de cada país, así como en las opciones ideológicas escogidas por sus dirigentes, es donde debemos buscar la explicación de lo que está ocurriendo.
Pero, yo pienso que sigue siendo útil para el análisis la distinción entre izquierda y derecha. A pesar de que la izquierda actual no insista en el control colectivo de los medios de producción y reconozca el dinamismo de las fuerzas del mercado, el ideal de una sociedad más igualitaria y de la ampliación de los canales de participación de la sociedad civil se mantiene como un criterio para la alineación política. Así como me parece cierto que la izquierda actual rechaza la idea del partido-dínamo, como fuerza motriz casi exclusiva del cambio social, y se aparta de las tentaciones de disminuir la importancia del Estado de derecho y de las instituciones representativas en beneficio de la movilización de las masas.
Para mí, el gobierno de Bachelet representa lo que debe llamarse de izquierda. Elegida en Chile por la Concertación Democrática –formada por dos partidos tradicionales, el socialista y el demócrata-cristiano, que fueron rivales pero que han sido capaces de renovarse para darle continuidad y rumbo a Chile–, dirige un país que muestra índices de crecimiento económico, respeto absoluto al Estado de derecho, aumento de participación popular e implementación de políticas de reducción de la pobreza.
En cambio, los presidentes Hugo Chávez de Venezuela y Tabaré Vázquez de Uruguay representan, si bien de forma muy distinta, un fenómeno opuesto al de Chile: la quiebra del sistema político tradicional en un caso y, en el otro, el cansancio del electorado con los partidos tradicionales, si bien sin la ruptura del sistema.
Tabaré Vázquez es el primer presidente elegido en Uruguay que no pertenece ni al Partido Blanco ni al Colorado, que gobernaron durante más de cien años. Su gobierno ha ofrecido políticas públicas prudentes y sensatas, así como anunció su sorprendente intención de acercarse económicamente a Estados Unidos.
Chávez, por el contrario, ha hecho de la retórica antiamericanista su principal bandera aglutinadora de las masas. Se declara ajeno a la política tradicional, sin filiación partidista, un militar cuyo poder aumenta con referendos y plebiscitos convocados al ritmo de los acontecimientos y de la conveniencia política. ¿Qué hay de izquierda en Chávez, con su discurso antiamericano que contrasta en la práctica con la postura realista de vender petróleo a EE.UU.?
El presidente Evo Morales de Bolivia es un caso distinto. La crisis de gobernabilidad es crónica. Lo inédito de la situación es que Morales puede atribuirse ligas auténticas con los movimientos étnicos. Por primera vez, el electorado eligió a un presidente indígena; este es el verdadero significado de su elección. Es de importancia secundaria que sea de izquierda, de cuál izquierda, eventualmente de derecha o si es populista en sus métodos y en su retórica. Es innegable que la forma que eligió para nacionalizar los activos de las empresas extranjeras que exploran gas y petróleo en Bolivia, con fanfarrias y ocupación militar, da señales de un populismo anticuado. Si se queda en eso, no hará lo que la historia espera de él: que negocie con energía, pero sin insensatez, los recursos naturales de Bolivia para mejorar la vida del pueblo. Si con una actitud objetiva llevara más inversiones y redujera la pobreza, se le reconocerá como un dirigente a la altura de los desafíos de su país.
El presidente Néstor Kirchner es peronista, como lo era el neoliberal Carlos Menem de los años 90 y el presidente Carlos Duhalde más recientemente. De nuevo cabe la pregunta: ¿qué hay de izquierda en el peronismo que queda después de la muerte, hace más de 30 años, de su fundador, Domingo Perón, que encarnó como nadie al populismo latinoamericano?
No logro percibir en esos casos una transformación de la izquierda en América Latina. Si fuera Chile el ejemplo, o incluso el Uruguay de Tabaré Vázquez, cabría el calificativo. Lo que veo hoy en algunos países es un antiamericanismo con un retorno gradual al populismo y, en otros, mucha vacilación en cuanto a los caminos por seguir. El populismo es una forma insidiosa del ejercicio del poder que se define por prescindir de la mediación de las instituciones, del Congreso y de los partidos, y por basarse en la relación directa del gobernante con las masas, cimentada en el intercambio de dádivas.
La amenaza del regreso del populismo a América Latina no traerá alternativas fáciles para Brasil y el gobierno actual. En los años 90 habíamos concebido la integración económica y política de América del Sur con base en los principios de la democracia política y la economía de mercado. Los cimientos de todo este edificio podrían socavarse si regresara a la región el populismo, disfrazado de izquierdismo, trayendo consigo el juego de las rivalidades antiguas y muchas veces personales, en lugar de la cooperación entre las naciones.
* Distribuido por The New York Times Syndicate