Carlos Meléndez (IEP) sobre el “Outsider Perdedor”
La soledad del outsider
Carlos Meléndez Guerrero. Instituto de Estudios Peruanos.
La República, 14 de junio del 2006
¿Qué pasa cuando un outsider pierde una elección? ¿Está condenado a desaparecer y regresar al anonimato de donde salió? ¿Es que acaso el capital político que alguna vez obtuvo fue tan fugaz como su inesperado caudal electoral?
Nuestra historia política reciente da cuenta de outsiders exitosos (Ricardo Belmont, Alberto Fujimori y Alejandro Toledo). Los tres encabezaron “fenómenos” aluvionales, que los analistas no dudaban en calificar de verdaderos “tsunamis” políticos. Los dos últimos lograron altas votaciones en aquellas zonas “difíciles” para los partidos tradicionales: el sur andino y la sierra central. Estos actores políticos, al obtener victorias electorales, aprovecharon las ventajas del poder (cargos públicos, políticas sociales, recursos humanos) para consolidar su capital político y convertir el vendaval electoral en respaldos a la hora de gobernar. Fujimori con más éxito que Toledo, dada su alianza con los poderes fácticos y las reformas de ajuste (y el neopopulismo) que aplicó.
En la actualidad estamos ante un hecho nuevo: el outsider perdedor. Es la primera vez que un candidato presidencial que aparece por fuera del sistema obtiene apabullantes triunfos en regiones como Cusco, Puno y Ayacucho, pero pierde a nivel nacional. Y dada la precariedad organizativa de su movimiento, existen altas posibilidades de que el respaldo acumulado se disuelva tan rápido como llegó.
Es momento de preguntarnos si es la hora de despedirnos de los viejos caudillismos, del seguimiento masivo y mesiánico a personalismos que se imponen por encima de propuestas políticas. Los liderazgos del siglo XXI en nuestra política –Toledo es un ejemplo claro de ello– son de baja intensidad, tienden más a la existencia coyuntural, son el fruto tanto de eventuales simpatías populares pero también de precarias negociaciones y débiles alianzas, en las que los cánones de la política organizativa e ideológica no existen.
Ollanta Humala no necesariamente va a desaparecer. Pero los fraccionamientos y divisiones que acosan a la alianza que le dio el 47% de los votos a nivel nacional han puesto una grave alerta. Mientras un sector de analistas y políticos progresistas esperaban que el llamado de unidad a la izquierda iba a ser una causa aglutinadora, esta medida resultó contradictoria con el estilo político que impuso Humala en su camino a las urnas: negociaciones con operadores sin trayectoria política partidarizada (Torres Caro, Abugattás, Pajares, Silva, Uribe, etc), sin armonía ideológica o propositiva entre sí, con más incentivos particulares que de bloque político. Es por ello que el llamado a la unidad de izquierda de Humala (bien recibida por el MNI y otros) es interpretado como “anti democrático” por este sector que describimos del Partido Nacionalista, y produce las fracturas que hoy inundan las primeras planas.
Aunque suene políticamente incorrecto, construir una organización política para un outsider puede resultar, bajo ciertos contextos, un contrasentido, una suerte de traición a su propia naturaleza. Para hacerlo, Humala debería empezar por profundizar su discurso nacionalista, forjar una organización que no sea exclusivamente dependiente de su liderazgo y apostar por la formación de cuadros intermedios sobre todo mirando el contexto electoral regional. Es decir, tendría que dejar de ser un outsider antipolítico y antipartido, y parecerse más a ese referente político que le sirvió de contraejemplo para inventarse como una alternativa. Al parecer, su futuro dependería de olvidarse de su pasado y abandonar los emblemas del outsider. De otro modo, la soledad se convertirá en su inseparable compañera.