Vivir ahora
Vivir con todas las letras
Por Xana Menéndez Prendes
Estudiante en el Doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Columbia Británica (University of British Columbia)
La muerte de Pau Donés (Jarabe de palo) de un cáncer no debería ser la manera de comenzar un artículo sobre el covid-19 o la covid-19 (no alcanzo a entender la nueva moda de feminizar al bicho), pero no encuentro otra manera de empezar a escribir. Él llamaba a su bicho particular el cangrejo. Hoy ha muerto un grande de la música y me invade la nostalgia al recordar mi vida, mi libertad, evadirme escuchando las cintas en los cascos, ya obsoletos, donde sonaba “La flaca” una y otra vez. La flaca, tema del verano eterno de los 12 años. Es imposible escucharlo y no transportarse al olor a mar, a terraza y a regaliz rojo. Allí, por el año 1996, empezaba mi adolescencia y el éxito imparable de Jarabe de palo.
Lo bueno de la música, la buena de verdad, es que no sabe de ideologías, sabe de sentimiento y, al fin y al cabo, todos somos humanos y queremos sentir, vivir; vivir con todas las letras. La muerte de Donés ha sido un momento de tristeza colectivo en España, sin rencor y sin odio. Tristemente, no lo ha sido el de las más de veinticinco mil personas que han muerto por el covid-19.
En España nunca creímos en el bicho, no sé si por una falsa superioridad innata, por la lejanía con China o por qué. Ver a Italia cerrando fronteras y decretando el Estado de Alarma no nos impactó lo suficiente como para pensar que algo así pasaría aquí, pero pasó. Y sin que nadie lo previera, solo los exagerados, nos confinaron. Los datos dan miedo y volver la vista atrás, cuando contábamos casi mil muertos por día, encoge un poco el alma, pero ni siquiera eso sirvió en este país para firmar una tregua política y ver que, pese a todo, la humanidad está por encima de ideologías.
Nunca cerramos las heridas de la Guerra Civil y, probablemente, esa sea nuestra cruz para siempre. Al fin y al cabo, no se rindieron cuentas. En mi ciudad, Gijón, y en otras muchas se puede ver la guerra de las banderas: la republicana y la monárquica en el balcón (no he visto la franquista, pero haberla la hay). ¿Quién iba a pensar que un cacho de tela llamado bandera iba a traer tantos conflictos insalvables y tantos malentendidos?
Lo peor es que algunos no entienden de dónde viene el odio a la bandera y otros lo utilizan como moneda de cambio. El nacionalismo sea bueno, regular o malo termina reduciéndose a la bicolor y las lealtades son a veces demasiado extrañas. Y así, sin preverlo, el covid-19 despertó la guerra ideológica, una que asusta tanto o más que la propia pandemia. Sobre todo, a esos abuelos, viejitos, que debería estar asustados por el virus y que a lo que temen es al odio efervescente que reconocen. Ellos ya lo vivieron.
Durante el confinamiento, las redes sociales, en esta nueva virtualidad, se proclamaron así mismas el campo de batalla en la lucha contra el gobierno o a su favor. El lenguaje bélico se convirtió en el mejor medio para enfrentarse al virus, pero también para extrapolarlo a la lucha de partidos. Y este país, que siempre miraba a Portugal con cierta prepotencia, soñaba en silencio por tener unos políticos a la altura de los del país vecino. Hacer campaña política durante la pandemia puede que sea lo más rastrero que se ha hecho nunca. Las fake news se compartían en cuestión de segundos diariamente tratando de desacreditar al contrario una y otra vez. Cero pensamientos y la cultura de llegar el primero con o sin información, pero con un titular “pinchable”; así podemos definir la crisis del Covid en España: noticias falsas, muertos, miedo y odio.
Mientras tanto, los datos, los números, nos hacían cada vez más inmunes al dolor humano. Sumar cifras y canalizarlas en odio a través del WhatsApp. Dicen que las grandes crisis sacan lo mejor y lo peor de uno. He visto lo mejor, pero lo peor me ha parecido tan falto de escrúpulos que me han dado ganas de dejar de creer en la humanidad. Desde aquí, sin miedo ya al bicho, pero con respeto, lo que me aterra es la falta de empatía, la crueldad, la crítica a cuchillo con el único objetivo de quedar por encima, la España dividida, otra vez. Seguramente, veamos antes una Tercera Guerra Mundial que una Guerra Civil, dado que las primeras potencias del mundo siguen enfrascadas en una lucha económica. Nuestro paisito no tendrá economía suficiente para volver a autoaniquilarse, a dios gracias, si se me permite la expresión. Pero la chispa está ya encendida, solo nos queda confiar en que el odio solo sea un acto reflejo al miedo y no un sentimiento anquilosado en el alma que no nos permita ver que todos somos lo mismo: seres humanos, frágiles, que quieren VIVIR.
Gijón, 9 de junio de 2020