La Carrera Séptima y el Café La Cigarra de Bogotá. Años 40 del siglo XX
Ojos de perro azul, primer libro de cuentos de Gabriel García Márquez, recoge varios de los temas a los que me he referido anteriormente, al comentar textos de otros autores. Estos temas son:
En primer lugar, destaca la anulación de un tiempo lineal, secuencial, y la adopción de una densidad cronológica en donde conviven pasado, presente y futuro. En varias de las historias de García Márquez parece que los tiempos coexistieran: un instante puede ser lo mismo que una eternidad; los personajes se sitúan al margen de las horas y se sorprenden ante el paso desmesurado del tiempo.
También, en estas historias se percibe una fascinación por el momento liminar. Así como Borges apelaba a los amaneceres y atardeceres, o Silvina Ocampo reiteraba el tránsito entre dos mundos de sus personajes, así también en estos cuentos hay eventos que desencadenan el despertar de una nueva conciencia. Son cambios de estado poblados de recuerdos y de estímulos al subconsciente, en donde los personajes parecen desvanecerse en un mundo irreal, o mejor, en un mundo real-mágico. Así, por ejemplo, un elemento de la naturaleza, como la lluvia, puede disparar un nuevo estado de cosas; un nuevo mundo con vida propia: Macondo.
No es casualidad, en este orden de ideas, que abunden en este texto lo que podríamos llamar como “zonas fronterizas”, o esa conciencia del límite que se transgrede y que se convierte, así, en un umbral o pasadizo hacia una nueva realidad que va simplemente más allá de los sentidos. Hay historias que tienen como centro un espejo, o la conciencia del hermano gemelo muerto, que demuestran una suerte de fascinación por el desdoblamiento. Un tránsito de ida y vuelta a través de seres fantasmales en un mundo onírico: un mundo otro hecho de otro espacio y otro tiempo.
En esa exploración de nuevas realidades, además, abundan los personajes que permitan realizar el tránsito hacia el otro lado. Hay seres agonizantes, individuos que parecen en estado catatónico y que en cualquier momento pueden morir o despertar. En esos estados de delirio reconocemos también al idiota, a la muda, a los ciegos… hay una convivencia mágica en estos relatos entre vivos, muertos, agonizantes, durmientes, brutos, lisiados, etc.
Además de los personajes, los espacios también son liminares en los textos de García Márquez. Se trata de escenarios móviles, fronterizos, en donde los personajes sueñan o alucinan. Entre lo público y lo privado, entre la puesta en común y la confidencia íntima, se trata de lugares ambiguos, polifacéticos, que no son la calle pero tampoco la casa, y de ahí su trascendencia como umbrales o pasadizos hacia una nueva realidad. La protagonista del cuento titulado “La mujer que llegaba a las seis”, por ejemplo, en el restaurante en donde se encuentra, “se quedó mirando otra vez la calle, viendo los transeúntes turbios de la ciudad atardecida. Durante un instante hubo un silencio turbio en el restaurante… De pronto la mujer dejó de mirar hacia la calle y habló con la voz apagada, tierna, diferente. – ¿Es verdad que me quieres, Pepillo? – Es verdad-dijo José…”.
La escena, como se observa, pone de presente el límite que la ventana encierra como zona fronteriza que separa la masa citadina de la confidencia de amor. La epifanía surge en ese contacto ambiguo entre dos realidades: si por un lado el restaurante, el café, es un espacio público, a donde puede entrar cualquiera desde la calle, por otro las mesas y las sillas sirven para que las personas se detengan, piensen, reflexionen en su intimidad más inquebrantable, de donde surge la confesión de amor. El café, en suma, como tantos otros atributos de la vanguardia, busca también esa zona liminar, fronteriza, evanescente.