A continuación, algunas reflexiones a propósito del libro “El impúdico brebaje. Los cafés de Bogotá”:
Hablaba, en el texto anterior, acerca de la naturaleza del espacio conocido como café, y me preguntaba por sus peculiaridades en el caso colombiano. Un sitio que no puede entenderse de forma desligada a los espacios de sociabilidad anteriores a él, coloniales y republicanos, de los cuales absorbe una manera particular de encontrarse en sociedad. Así, una idea recurrente en el libro que reseño es la herencia que dejan las chicherías, los piqueteaderos, las tiendas de aguardiente, en los cafés bogotanos de las primeras décadas del siglo XX. “En esos lugares el rasgo distintivo es que se bebía copiosamente, chicha sobre todo, aunque no faltaban los vinos pelones y los rústicos aguardientes locales”.
Algunos autores mencionan que los cafés nacen como la antítesis de las chicherías, en el sentido de proporcionar una alternativa no alcohólica a los hombres del pueblo que empezaban a disfrutar de horas libres. Otros sugieren que el café toma el testigo de los establecimientos prehispánicos, de chicha y aguardiente, pero a la francesa: “A partir de las últimas décadas del siglo XIX, las tiendas-tabernas y bebederos coloniales de chicha y aguardiente cedieron gradualmente su lugar y función urbana a los cafés, extraña especie de origen europeo surgida en Colombia a raíz del auge de la explotación del grano, sumada a la francofilia presente en muchas facetas de la vida y hábitos de la burguesía bogotana”. Otros, por último, mencionan explícitamente que las chicherías y tabernas existentes se pusieron al día convirtiéndose en cafés, a imitación europea.
Sea como fuere, entonces, queda claro que entre las chicherías y los demás establecimientos de origen colonial, por un lado, y los cafés del siglo XX, por otro, hay un vínculo estrecho ¿Se trató de una simple sustitución?, como afirman algunos. ¿O es posible encontrar rastros en el café bogotano de ese legado “americano”? ¿Es posible vislumbrar en estos cafés vanguardistas el legado de sociabilidades anteriores?
El libro, en segundo lugar, abrió el espectro de análisis. Ya sabíamos de Vidales, de Greiff y Tejada, pero desconocíamos la posibilidad de que a esta lista se incorporaran Ricardo Rendón, un caricaturista; Emilia Pardo, periodista y novelista; y también la música que se componía directamente en el café Windsor, como el foxtrot del mismo nombre: “Café Windsor”, en donde su autor, Jerónimo Velasco, “rendía honores… a un lugar en el que normalmente tocaba con su orquesta Unión, en el que empezó además a germinar la semilla del género de la rumba criolla, obra y gracia de dos de sus contertulios, Milciades Garavito y Emilio Sierra” ¿Esa germinación de un género nuevo en el café, de índole criollo como reza su nombre, puede considerarse como una expresión de la vanguardia de Los nuevos, en términos musicales?
De la misma manera, ¿hay algo en las caricaturas de Rendón que pueda considerarse vanguardista? Recordemos que Los Estridentistas incorporaban imágenes y diseños a sus textos ¿Rendón, quizás, ilustró algún libro de poemas de su gran amigo León de Greiff (quien lo llamaba El otro, mi alterego), o de algún otro autor nuevo? ¿Hubo arte Nuevo? Sabemos que décadas después los pintores antiacademicistas colgaban sus obras en el café Automático. Pintores de avanzada en Colombia, como Omar Rayo o Saturnino Ramírez ¿Hubo alguna especie de confluencia multidisciplinar de este tipo en los años 20?
Por otro lado, Emilia Pardo, la periodista que mencioné, frecuentaba los cafés en los años 30 y 40. Una única mujer entre muchos hombres. También, trabajó como periodista en diversos periódicos capitalinos del momento: El Espectador, El Tiempo, etc. A su vez: una única mujer entre muchos hombres. Publicó una novela policiaca titulada “Un muerto en la legación”, y una serie autobiográfica titulada “Memorias de un mal periodista” ¿Qué nos dicen esas fuentes sobre ella, en su calidad de contertulia de café? Conocemos que no militó en escuelas literarias, pero no sabemos de su literatura. El libro nos deja esa gran curiosidad, teniendo en cuenta que se trata de una mujer escritora en esos cafés de machos.
Por último, hablemos de Los Nuevos en el café Windsor. Juan Esteban Constaín dice que Los Nuevos abrieron una ventana al mundo en Colombia, que trajo un nuevo aire que sacudió la oxidada y decrépita vida literaria del país. “Claro: no podría decirse que Los Nuevos fueran la generación revolucionaria que trajo la modernidad al país, cuando al final su lenguaje y sus ejecutorias, en muchos casos, terminaron siendo tan prosopopéyicos y tan solemnes y tan conservadores como los de ese mundo anquilosado que ellos decían combatir al principio”. Un escenario ambiguo, como se ve, en donde las diferencias entre el pasado anticuado y la vanguardia nueva son tantas como sus coincidencias. Es por eso que Constaín dice, al final de su texto, que fue a pedazos como entró el mundo a Bogotá, a través del café Windsor. Una medida de esa vanguardia conservadora, si se quiere, ejemplificada como dije antes por la revista homónima. Las preguntas que me asaltan son: ¿qué entró por esa rendija?, ¿por qué entró eso específicamente?, ¿cómo se reinterpretó eso en el contexto colombiano?, ¿fue el café un crisol por donde se maceró esa entrada? Y, por otro lado, ¿qué no entró, y por qué no lo hizo?