39. En busca del campo: los cafés de la vanguardia colombiana. 1997

Requisa en el Café El Gran Delfín

Descubrí, con Julio Ramos, que resultaría imposible analizar la vanguardia en Colombia sin tener en cuenta el legado (en términos de continuidades y rupturas), de los Modernistas, Centenaristas y de los integrantes de la Gruta Simbólica. En otras palabras, la obra de Luis Vidales, León de Greiff, Luis Tejada, etc., resultaría incomprensible sin el reconocimiento de esos otros habitantes del campo literario nacional, y las luchas por la distinción que se gestaron en un ámbito de competencias y autonomías relativas. “Se puede decir que los autores, las escuelas, las revistas, etc., existen en y por las diferencias que los separan”.

La noción de campo, expuesta por Pierre Bourdieu en su libro “Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción”, me hizo pensar entonces en el sistema de competencias y de reglas intrínsecas que, empiezo a vislumbrarlo, caracteriza la gestación de la generación vanguardista en Colombia. La diferencia, por ejemplo, entre Luis Vidales (nuevo) y Luis María Mora (gruta simbólica), no es simplemente la fecha de nacimiento; se trata de una disputa literaria que trasciende la edad (la simple adscripción a algo viejo o nuevo), y que se entiende, más bien, “en función de su posición en el campo, ligada a su capital específico”, que implica que “les interese la conservación, es decir la rutina y la rutinización, o la subversión”. El capital cultural de Mora, vinculado con las escuelas literarias decimonónicas, se confronta con el capital cultural de Vidales, implicado con la subversión vanguardista. A su vez, el mayor capital económico que alcanzó Mora tiene que ver con ese capital cultural, que le permitió entrar a formar parte del establecimiento político conservador de las primeras décadas del siglo XX, a través de labores en organismos del estado como la Biblioteca Nacional o la Escuela Normal Superior. Vidales, en cambio, influido por la revolución rusa y carente de capital económico, en los años 20, quiso obtener un capital cultural que le permitiera “transformar su estructura”. Por eso, las críticas mutuas que se realizaban en sus escritos tenían que ver con esa lucha dentro de un campo de fuerzas que se intentaba perpetuar (Mora) o conquistar por primera vez (Vidales). Dice Bourdieu, a propósito de la configuración de un campo de poder: “es el espacio de las relaciones de fuerza entre los diferentes tipos de capital o, con mayor precisión, entre los agentes que están suficientemente provistos de uno de los diferentes tipos de capital para estar en disposición de dominar el campo correspondiente y cuyas luchas se intensifican todas las veces que se pone en tela de juicio el valor relativo de los diferentes tipos de capital”.

En esta lucha por la distinción, en esta generación de competencias y de polos opuestos, resulta inevitable la disputa entre generaciones pasadas y las nuevas escuelas literarias. Eso fue por lo menos lo que en apariencia hicieron Los Nuevos: deshacerse cuanto antes de “ese lastre”, en palabras de Juan Esteban Constain, “para poder sobrevivir”. Aunque ya sabemos que no tuvo lugar una sustitución directa: esta sería una aproximación simplista. “Lo que hubo en verdad”, señala Constain luego, “fue una especie de acoplamiento entre las dos generaciones”. Así, el campo literario en Colombia señala unas dinámicas complejas que sobrepasan un simple relevo generacional. La disputa va más allá de las dicotomías: vencedores y vencidos, viejos y nuevos, anacrónicos y contemporáneos, y configura un escenario de tensiones y flujos múltiples: “la lucha entre los ostentadores y los pretendientes”, señala Bourdieu, “entre los poseedores del título… y sus aspirantes, como se dice en el boxeo, crea la historia del campo: el envejecimiento de los autores, de las escuelas y de las obras es el resultado de la lucha entre los que marcaron un hito… y que luchan por perdurar… y los que a su vez no pueden marcar ningún hito sin relegar al pasado a aquellos que están interesados en eternizar el estado presente y en detener la historia”.

Es en este momento que el café bogotano de la primera mitad del siglo XX cobra una singular importancia. Los Nuevos, para serlo de verdad, necesitaban un espacio diferenciador. “Si los miembros de la Gruta Simbólica habían tenido La Gran Vía y La Bodega de San Diego para sus gracejos y sus chistes y sus juegos de palabras, si la Generación del Centenario había tenido El Rondinela para sus consignas políticas y sus desvaríos, los Nuevos encontraron en el café de los hermanos Nieto Caballero (Windsor) el espacio perfecto para acabar con el pasado y para renegar de su maligna influencia”. Son los usuarios, de esta manera, los que dotan de sentido a un café. Las sociabilidades discriminan, de acuerdo con la profesión, con el oficio o con las características particulares de los individuos. Así, si por un lado existían los cafés de los ajedrecistas, de los sordomudos, de los aficionados a la hípica; si había cafés de la bolsa, cafés para periodistas, cafés liberales o cafés conservadores; así, digo, también existían cafés diferenciados para las distintas escuelas literarias de la ciudad. El Windsor en los años 20 y 30, El Automático en los años 50, fueron los cafés de los literatos de avanzada; los de otras tendencias acudían a otros cafés: los Piedracielistas al café Victoria, los Centenaristas a La Cigarra. Más adelante Los Nadaístas frecuentarán El Cisne. En los cafés, es claro, se percibe eso que Bourdieu llama la diferencia.

En suma, el café por sí mismo no asegura la vanguardia; son los usuarios los que definen el carácter del espacio que frecuentan. El café, si bien es un lugar propicio para el encuentro y la tertulia y favorece la conservación rutinaria de un viejo discurso, al mismo tiempo, en su espíritu noctámbulo y bohemio, dislocado socialmente, estimula la imaginación y la elucubración de nuevas palabras, de subversiones y transgresiones. Es desde allí que se gesta la disputa: “un campo de luchas dentro del cual los agentes se enfrentan, con medios y fines diferenciados según su posición… contribuyendo de este modo a conservar o a transformar su estructura”.

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