1. Bombal, María Luisa. La última niebla. 1935

Los historiadores, a la hora de mencionar un acontecimiento, hacen uso de dos conceptos claves que les permiten moldear y situar los hechos del pasado. Me refiero a las coordenadas sobre las que aterriza el acontecer histórico: tiempo y espacio. Como los ejes del plano cartesiano, el tiempo y el espacio ubican al historiador en un momento particular de la duración histórica. Bajo un espíritu logocéntrico, los historiadores intentan aprehender, rastrear, interpretar objetivamente los aconteceres narrados en las fuentes.
En La última niebla (1935), de María Luisa Bombal, el tiempo y el espacio son ejes trascendentales de la escritura justamente porque incumplen con los preceptos mencionados arriba. En esta pequeña novela la narradora no ubica a la razón en medio de su discurso, sino a las ensoñaciones en su contacto cotidiano con un amante fantasmal y un marido parco y distante. No hay nombres de lugares o fechas específicas en este texto. No hay alusiones o pistas que permitan rastrear y situar lo descrito: esta historia de amor y desamor pudo pasar, al parecer, en cualquier lugar y en cualquier época.
El tiempo de la novela, por un lado, es un transcurrir de años, de décadas resignadas, en donde el recuerdo brumoso de un encuentro furtivo con un amante sin nombre nutre la rutina de la narradora, en donde ella imagina, sueña con el reencuentro. La sucesión de un tiempo vegetal, hecho de troncos y de plantas acuáticas que se trepan por su nuca, de lluvia y hojas muertas que languidecen en el tiempo, bajo una neblina constante que difumina los instantes y los vuelve eternos, crea en la novela la sensación de un tiempo largo que se disuelve en un instante de eternidad enajenada, de tiempo sin medida y sin límite.
El espacio, a su vez, es inclasificable. Algunos pasajes de una ciudad oscura, difuminada por la niebla constante y en donde, a la manera de un laberinto de Escher, la narradora vuelve por sus pasos en callejuelas y plazas idénticas que aparecen y desaparecen en dimensiones imposibles. También, una hacienda campestre enquistada en un devenir estático, en donde la exposición de los elementos: lluvia, niebla, hojas, tierra, nos habla de un paisaje primigenio e inmutable.
El texto de Bombal, en mi lectura particular, va simplemente más allá de la realidad aprehendida y clasificada por los científicos sociales. La narradora crea una atmósfera que escapa de las lecturas tradicionales. Una meta importante de los vanguardistas era esa, precisamente: escapar, romper, configurar nuevos escenarios de experimentación subversiva.
Subversión que, siendo Bombal una mujer, se potencia de manera definitiva, pues no se trata solamente de plantear una ruptura con la literatura criollista chilena, como de hecho lo hace Bombal; literatura hecha de fechas claras y evidentes escenarios realistas, sino también de nombrar una protagonista mujer que incumple con las normas de una sociedad falocéntrica en donde el hombre es quien otorga placer y la mujer es quien recibe ese placer que el otro ha decidido brindarle. Hay en el texto de Bombal una suerte de autodeterminación del erotismo femenino que no necesita del falo para ser:
Entonces me quito las ropas, todas, hasta que mi carne se tiñe del mismo resplandor que flota entre los árboles. Y así, desnuda y dorada, me sumerjo en el estanque.
No me sabía tan blanca y tan hermosa. El agua alarga mis formas, que toman proporciones irreales. Nunca me atreví antes a mirar mis senos; ahora los miro. Pequeños y redondos, parecen diminutas corolas suspendidas sobre el agua.
Me voy enterrando hasta la rodilla en una espesa arena de terciopelo. Tibias corrientes me acarician y penetran. Como con brazos de seda, las plantas acuáticas me enlazan el torso con sus largas raíces. Me besa la nuca y sube hasta mi frente el aliento fresco del agua (Bombal, 61, 62).
La narradora no necesita de un hombre para descubrir placeres sensuales y desentrañar los secretos de su propio cuerpo. Ella se funde con los elementos en una suerte de erotismo panteísta. Luego subvertirá los roles, pues será ella la que buscará (soñara) el encuentro con su amante y estará al acecho constante del reencuentro. Esto, ahora bien, bajo la sombra patriarcal que supone el hecho de que ese amante le haya cambiado la vida, pues luego del encuentro ella solo piensa en él. Ese amante, al final, se convierte en la razón de su vida.
Construida sobre esa ambigüedad, entre el falocentrismo y la búsqueda de una identidad femenina, la novela evoca en escenarios surreales, delirantes, la ilusión de romper ese matrimonio por conveniencia entre primos, dejando a un marido torpe y asexuado y sustituyéndolo por un hombre moreno que llega en un carruaje. Al final, Bombal construye, sin fechas ni nombres, un escenario onírico en donde la voz de una mujer atrapada en un mundo patriarcal se oye clara y desgarrada.

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