Los vanguardistas latinoamericanos recibieron el influjo de las vanguardias históricas europeas. Este es un hecho que los une. Sin embargo, algunos de estos vanguardistas americanos intentaron producir un pensamiento nacional, americano, de alguna manera fundacional, a este lado del Atlántico. Oswald de Andrade es un ejemplo de ello.
Pues bien, “El reino de este mundo”, novela del escritor cubano Alejo Carpentier, entra dentro de este último grupo. La crítica a los surrealistas europeos, por ejemplo, es evidente en el prólogo de la novela: “…la vieja y embustera historia del encuentro fortuito del paraguas y de la máquina de coser sobre una mesa de disección… los caracoles en el taxi pluvioso, la cabeza de león en la pelvis de una viuda, de las exposiciones surrealistas”. Los artistas europeos no se mojan, según Carpentier; para él hay algo de impostura, de fingimiento en algunos de los vanguardistas europeos, quienes no se involucran verdaderamente, vivencialmente, con los asuntos que recrean en sus obras: “…hay escasa defensa para poetas y artistas que loan el sadismo sin practicarlo, admiran el supermacho por impotencia… fundan sociedades secretas, sectas literarias, grupos vagamente filosóficos… sin ser capaces de concebir una mística válida ni de abandonar los más mezquinos hábitos para jugarse el alma sobre la temible carta de una fe”.
Por eso, en este prólogo que cito, Carpentier se refiere a su experiencia como turista en Haití, en donde pudo absorber el influjo mágico de eso que él llama, por primera vez en las letras latinoamericanas, lo “real maravilloso”, y escribir entonces este relato en donde consigna los devenires de Ti Noel bajo el contexto de la guerra de independencia de Haití. No son necesarias invenciones ni exageraciones fingidas, nos dice Carpentier. Esto es real, histórico, podríamos decir: “…el relato que va a leerse ha sido establecido sobre una documentación extremadamente rigurosa que no solamente respeta la verdad histórica de los acontecimientos, los nombres de personajes… de lugares y hasta de calles”; histórico y también maravilloso, como la historia misma de América, y la búsqueda del Dorado, “de la Fuente de la eterna juventud, de la áurea ciudad de Manoa”, etc.
Las barreras porosas entre realidad y ficción han sido exploradas desde El Quijote. En este sentido, la propuesta de Carpentier no es nueva, ni mucho menos. Lo que sí resulta novedoso es pensar que eso que consideramos maravilloso es en realidad patrimonio histórico de los aconteceres americanos. Que Mackandal transmute en distintos animales, a principios de la novela, de la misma manera que Ti Noel muta en pájaro, hormiga y avispa, en la parte final del texto. Que Remedios la bella suba al cielo, mientras dobla sábanas, en Cien años de soledad; que un coronel colombiano se pase décadas esperando una carta que no llega; estos y otros aconteceres no son ficciones, “literatura maravillosa”, según Carpentier, sino que hacen parte de la realidad maravillosa de América. “Todo resulta maravilloso en una historia imposible de situar en Europa, y que es tan real, sin embargo, como cualquier suceso ejemplar de los consignados, para pedagógica edificación, en los manuales escolares”.