6. Sóngoro Cosongo y el color cubano. 1931

Una tertulia musical con Nicolás Guillén

“Opino por tanto que una poesía criolla entre nosotros no lo será de un modo cabal con olvido del negro. El negro –a mi juicio- aporta esencias muy firmes a nuestro coctel”. Estas palabras de Nicolás Guillén, tomadas del prólogo de su libro Sóngoro Cosongo, así como los versos que componen este poemario, me hicieron recordar a Candelario Obeso, poeta colombiano de la segunda mitad del siglo XIX. En la “Canción del boga ausente”, del libro “Cantos Populares de mi tierra”, Obeso, quien hacía parte del ambiente de bohemia bogotana de la época (frecuente contertulio del café La Botella de oro), reproduce la melancolía del boga (remero) negro en sus travesías por el río Magdalena. Catalogada como “poesía negra” por la crítica colombiana, el autor recrea la dicción y los giros del lenguaje propios del negro, en su apropiación del español que se habla en Colombia, exaltando la melancólica musicalidad de un canto de orígenes africanos:

Qué trijte que ejtá la noche,
la noche qué trijte ejtá:
no hay en er cielo una ejtreya…
Remá! remá!

Obeso, en Colombia, y luego Guillén, en Cuba, recrean en sus poemas melodías transcontinentales, como una expresión de ese coctel de colores y saberes en tierras americanas. Así, en Sóngoro Cosongo el poema “La canción del bongó” se refiere a este instrumento: el bongó, un tambor de orígenes africanos; mientras que en el “Velorio de papá Montero” se habla del son de una guitarra, y en “Quirino” de un tres: instrumento de 3 cuerdas de origen español. Cantos, sones, pregones, guitarras, tambores, rumbas… no hay un solo poema en este libro que no se refiera explícitamente a una especie de música mulata cubana. Por eso, no es casualidad que mientras leía estos poemas me llegaran reminiscencias de algunos grupos musicales de la isla, como Celina y Reutilio (dice Guillén: “Santa Bárbara de un lado,/ del otro lado, Chango”); del trío Matamoros, uno de cuyos sones: “La mujer de Antonio”, sirvió de inspiración a Guillén para escribir el poema “Secuestro de la mujer de Antonio”; o de Compay Segundo, quien musicaliza el “Son de negros en Cuba” que escribe Federico García Lorca en su estancia en la isla en 1930.

La música popular cubana, de esta manera, está en el centro de los poemas de Guillén. Una música que es reflejo del proceso de “trasculturación” de la isla, usando la expresión del antropólogo Fernando Ortiz. Un sincretismo dinámico, trasmutaciones históricas de indios taínos, negros, españoles, chinos…: “en todo abrazo de culturas”, dice Ortiz, “sucede lo que en la cópula genética de los individuos: la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno de los dos”. Por eso, en Sóngoro Cosongo no hay una defensa de eso que mencioné antes como “poesía negra”; Guillén no reivindica un color, una cultura, sino que intenta recrear, como dice en el prólogo, el espíritu mestizo de Cuba, el color cubano.

 

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