7. Macunaíma. 1928

Póster de la película homónima, de 1969

Algunos comentarios a propósito de Macunaíma, de Mario de Andrade:

Esta obra, en primer lugar, retoma mitos indígenas amazónicos del Brasil y los traslada al  contexto vanguardista de la segunda década del siglo XX, en donde el protagonista: Macunaíma, siente una notable fascinación por la máquina. El automóvil, por ejemplo, según el texto, tiene orígenes mitológicos.

La obra refleja, en este orden de ideas, una suerte de dicotomía entre campo/selva y ciudad. Hay una tensión evidente, a lo largo del texto, entre la selva amazónica: espacio en donde el mito celebra el nacimiento y la crianza del héroe Macunaíma, y la ciudad: San Pablo, a donde éste debe dirigirse con el fin de recuperar una pieza de valor que ha perdido. El protagonista va y vuelve. Siente una fuerte atracción por la gran ciudad en crecimiento, con un retorno posterior a sus orígenes selváticos, en donde sube al cielo. Las máquinas, los edificios, los automóviles, la bolsa de San Pablo, los cafés burgueses, etc., se contraponen a (y en ocasiones se asocian con) la naturaleza, los animales amazónicos, los astros y planetas, etc. Hay una expresión de un pasado primigenio, anterior a la colonización de Brasil por parte de los portugueses, junto con la mención de la ciudad moderna y su paisaje particular de principios del siglo XX. En este sentido, resalta en Macunaíma una visión atemporal de la historia, en donde coexisten múltiples tiempos y múltiples espacios sugiriendo secuencias no lineales en el devenir cronológico.

De Andrade, de esta manera, apela simultáneamente a un tiempo ancestral, mitológico, y se apropia del registro típico de los mitos de creación americanos como el Popol Vuh o Yuruparí, junto con un lenguaje vanguardista que nos ubica en las primeras décadas del siglo XX. En este texto resalta la apropiación de múltiples discursos y registros simultáneos: aquí cohabitan la lengua hiperformal, con el discurso academicista y la crítica al lenguaje acartonado de cierto grupo de intelectuales brasileños (Capítulo IX: Carta a las Icamiabas; valga decir que Luis Vidales y León de Greiff también hacían una crítica al lenguaje de los modernistas en Colombia), con el registro informal, coloquial y cotidiano, en donde las palabras se acortan o se fusionan, como cuando se dice “porfa” o “pos ni modo”. También, hay una burla a las frases hechas de los políticos de izquierda; hay lenguas amazónicas junto con textos en francés; aparecen citas en latín y en griego. En el héroe, Macunaíma, cohabitan todos esos registros: nace como indio y luego se transforma en blanco; habla lengua tupí pero también aprende italiano, latín y griego. Cita la biblia, el Quijote, y también canta temas tropicales y se apropia (o funda) dichos populares.

Hay en este texto, a su vez, reminiscencias de Altazor y la recreación de un nuevo lenguaje. Hay un espíritu lúdico que atraviesa el texto; una intención recreativa constante, con la creación de nuevos verbos como “cabizbajaba” y “metabundaba”. Hay juegos de palabras, neologismos y una recreación constante de las musicalidades de la lengua.  Hay una intención de desacralización a través del humor, y la burla de esos históricos “lugares sagrados”: “los textículos de la biblia”, se lee por ejemplo en un fragmento.

Macunaíma, a su vez, hace una búsqueda de algo que se podría llamar como “brasileñidad”, en un proceso simultáneo a la búsqueda del color cubano de Nicolás Guillén, que mencioné en otro texto. De hecho, entre los asistentes a un rito africano en la novela, está precisamente Nicolás Guillén (en el texto hay múltiples narradores: un pájaro, Macunaíma, etc., y también personajes “reales” y de ficción que reflejan las barreras porosas entre realidad y mito). Y no es una casualidad que se conocieran y que se leyeran: uno percibe influencias recíprocas en los textos de estos dos vanguardistas. Cuba y Brasil, en el contexto de los textos leídos, parecen tener una cosa en común: la intención de recrear el color local. Por eso De Andrade hace referencias explícitas a la música tropical y en su texto cohabitan expresiones católicas con mitos amazónicos (Changó y Santa Bárbara en Cuba); recuerdos de dioses africanos: Bembé, y de tambores: Bongó. Una transculturación que se expresa en el padre nuestro católico que reza Macunaíma, en donde no hay dioses católicos sino dioses africanos.

Por último, en este texto hay episodios de antropofagia literal, de canibalismo, y también antropofagia metafórica, como la burla del habla arcaizante de los pseudointelectuales brasileños que buscan en el más arcaico portugués una expresión artística. De Andrade apelaba a una lengua más local, aunque no deja de mencionar a Freud y la lectura de los sueños. Neruda, Huidobro, los dos Andrade, Guillén, Bombal… todos parecen estar influidos por las mismas lecturas.

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