El café Richmond, uno de los espacios de sociabilidad del grupo Florida
Dice Roberto Arlt, en el prólogo de su novela Los Lanzallamas, que escribir, para él, “constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage”.
Arlt, como se observa, opone sus duras labores de escritor a las de otros autores argentinos para quienes la escritura es más una distracción que una manera de ganar dinero. Autores que cuentan con suficientes medios económicos para escribir sin tener la preocupación de trabajar, o de comer. El enfrentamiento opuso históricamente al grupo de Boedo, en donde Arlt se vinculaba, con el de Florida, en donde figuraba Oliverio Girondo. Si los primeros se asociaban con los estratos populares y obreros, los segundos estaban ligados a las élites económicas e intelectuales del país. Al final, varios escritores hicieron tránsito por los dos grupos, reflejando las barreras porosas e inestables que los dividían. Los dos grupos compartían, en el fondo, la necesidad de explorar contenidos y formas vanguardistas en la tercera década del siglo XX, y distanciarse así de los temas modernistas de viejo cuño.
Los de Florida se reunían en esta importante arteria bonaerense: la calle Florida, bien sea en el café Richmond o en la sede de la revista Martín Fierro. Una revista que sirvió de plataforma ideológica del grupo. En el “Manifiesto de Martín Fierro”, que aparece en el número 4 de la publicación seriada, se advierte esa necesidad de separación entre formas viejas y nuevas: “frente al recetario que inspira las elucubraciones de nuestros más “bellos” espíritus y a la afición al ANACRONISMO y al MIMETISMO que demuestran… MARTÍN FIERRO siente la necesidad imprescindible de definirse… nos hallamos en presencia de una NUEVA sensibilidad y de una NUEVA comprensión, que, al ponernos de acuerdo con nosotros mismos, nos descubre panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión”.
Al costumbrismo y al modernismo, viejos y anquilosados, es necesario oponerse con textos de formas y tópicos novedosos. Martín Fierro se erige, de esta manera, como propulsor de la vanguardia en la Argentina. Por allí circularon los escritos que alimentaban una expresión local de un movimiento global; el hecho no es crear de la nada, sin reconocer a las vanguardias históricas europeas, sino continuar con un proceso trasatlántico dándole un cariz creativo rioplatense:
“MARTÍN FIERRO cree en la importancia del aporte intelectual de América, previo tijeretazo a todo cordón umbilical. Acentuar y generalizar, a las demás manifestaciones intelectuales, el movimiento de independencia iniciado, en el idioma, por Rubén Darío, no significa, empero, que habremos de renunciar, ni mucho menos, finjamos desconocer que todas las mañanas nos servimos de un dentífrico sueco, de unas tohallas de Francia y de un jabón inglés… MARTÍN FIERRO tiene fe en nuestra fonética, en nuestra visión, en nuestros modales, en nuestro oído, en nuestra capacidad digestiva y de asimilación”.
El campo literario que se forma poco a poco, en estas lecturas, nos muestra grupos de escritores que se acercan o se distancian, dependiendo de sus concepciones artísticas. Individuos que se enfrentan “literariamente” a otros, o que coinciden con aquellos que comparten sus mismos preceptos. Una revista, un periódico, un café, aglutina a los escritores que comparten una posición ideológica y artística, y sirve de escenario de crítica feroz a aquellos a quienes se oponen. Así en Argentina, y así también en Colombia, con León de Greiff y Luis Vidales, y en otros países de Latinoamérica.
Las vanguardias latinoamericanas, en conclusión, usaron estos espacios: las revistas, los cafés, como centros de operaciones desde donde debatir, crear y criticar en búsqueda de una nueva enunciación artística. Ya conocemos la poesía negra de Cuba y la antropofagia brasileña. También el feminismo de Silvina Ocampo. En Colombia, ¿hay algo nuevo, distinto? ¿Cómo fue el proceso en esta nación?