28. Luis Vidales o “la destrucción de todo elemento de nobleza”. 1932

Algunos de los contertulios de La Gruta Simbólica

Luis María Mora, en su texto “Los contertulios de la Gruta Simbólica”, cita un poema de Luis Vidales como ejemplo paradigmático de todo lo que está mal, según él, con la nueva poesía. Mora, poeta que pertenecía a la Gruta original, toma distancia crítica de la generación vanguardista, mientras que Vidales, recordemos, reniega a su vez de esa poesía que afinca sus raíces en la tradición romántica, de rancia raigambre castellana. Así, el campo literario que se empieza a esbozar en estas lecturas enfrenta a dos poetas que se encuentran en las antípodas literarias. Los vanguardistas veían en la Gruta Simbólica un modelo anacrónico y vetusto de sensiblería falsa, y los poetas de la Gruta Simbólica observaban a los vanguardistas como bichos raros, bandoleros extravagantes que deformaban las formas y los contenidos clásicos. En estos términos se refiere Mora a la nueva poesía:

“…destrozóse el verso y unos renglones largos y otros cortos, sin armonía ninguna, reemplazaron a las antiguas estrofas. Entonces se realizó la consigna bolchevique de la destrucción de todo elemento de nobleza… Con la desorganización de la sintaxis vino la desorganización de la lengua, y con ella la desorganización de la magnífica cultura alcanzada por las generaciones precedentes”.

La Vanguardia de Vidales destroza entonces el verso noble heredado del Parnaso: Suenan timbres es un verdadero escándalo para los poetas aristocráticos y católicos de la generación anterior. “El verso es vaso santo”, decían los de La Gruta citando a José Asunción Silva, y no puede quedar en manos de comunistas ateos que le desvirtúan la tradición de ser talento de unos pocos elegidos. La tradición, el pasado, los museos, las bibliotecas, el buen gusto, el cuidado del estilo y de las bellas formas, se opone, según Mora, al anárquico subconsciente que desorganiza la estructura clásica y que impone contenidos profanos para aquello que se consideraba sagrado. Así, si Mora le cantaba a Grecia en sus poemas y desdeñaba sarcásticamente las imágenes locales: “En estas tristes cimas/ jamás el arte prodigó sus dones;/ no hay mármoles ni dioses tutelares, y apenas Pan oír hace sus sones/ en los antros de selvas seculares”; si Mora, decimos, no veía arte en las cimas andinas sino en las ánforas antiguas, Vidales, como ya sabemos, le cantaba al café bogotano con sus parroquianos borrachos. La vanguardia tomaba distancia de esa excluyente mirada europeizante, y apelaba a una rotación transcontinental de los saberes que incluía el color local.

Esta suerte de confrontación permite advertir, también, que los autores se conocían y se citaban entre sí. La oposición se ventilaba en los periódicos, donde muchos de ellos trabajaban y/o publicaban, o en los libros de crónicas, ensayos, poemarios o novelas que escribían. El texto de Mora, por ejemplo, es de 1932: seis años después de que Luis Vidales publicara “Suenan timbres”. Los autores, según se lee, intentaban desmarcarse de aquellos con los cuales no querían ser relacionados, y afiliarse con algunos que creían en sus mismos presupuestos estéticos.

A su vez, si Mora criticaba este tipo de innovación literaria, como acabamos de ver, Vidales no se quedaba atrás, y criticaba en los siguientes términos ese tradicionalismo retardatario, en su poema “Oración de los Bostezadores”: “Señor, / nos aburren tus auroras, / y nos tienen fastidiados / tus escandalosos crepúsculos […]; Señor / te suplicamos todos los bostezadores / que transfieras tus crepúsculos / para las 12 del día. / Amén”. Se trata, evidentemente, de una crítica al catolicismo visceral que los poetas tradicionalistas de la Gruta Simbólica expresaban en sus poemas. Ellos, los vanguardistas, los bostezadores, hastiados del canto a la naturaleza y al amor, suplican a una deidad en la que no creen que acabe con las pinturas paisajísticas, costumbristas y románticas de viejo cuño castellano.

Mora y Vidales, en conclusión, van configurando un escenario literario móvil, en donde los flujos del conocimiento y la escritura se ponen en entredicho, oponiendo las viejas generaciones bogotanas que intentan defender su legado, con las nuevas generaciones de provincia que intentan romper con los viejos esquemas del pasado.

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