Los “piedracielistas” en la tertulia, empuñando el vaso de licor
“Cuadernos de Piedra y Cielo” es el título escogido por los “piedracielistas” para llevar a cabo sus publicaciones. Me refiero a seis entregas periódicas, realizadas entre septiembre de 1939 y febrero de 1940, en donde este grupo de poetas colombianos radicados en Bogotá, los cuales frecuentaban el café Victoria, se lanzaron “resueltamente a la conquista de sus ocultas y permanentes minorías… ya es hora”, decían, “de que nuestra poesía sea sopesada y medida”. Así, cada uno de los contertulios entregaba a la imprenta un ejemplar de sus escritos, y con tiradas de 300 a 500 ejemplares iban apareciendo estos textos en el cambio de década mencionado.
¿Quiénes eran los “piedracielistas”? Se autodenominaban de esta manera en referencia al texto “Piedra y Cielo”, del poeta español Juan Ramón Jiménez. Se trataba, entonces, de una agrupación poética que se reconocía heredera de la Generación del 27. Intentaban, con estas publicaciones, “decirle a los hombres ciegos nuestra entrañable verdad”; recrear, en cierta medida, un lenguaje “distinto”, una verdad nueva, en la lírica colombiana de ese tiempo.
Sin embargo, luego de la lectura de los distintos poemarios, creó que se trata, más bien, de una verdad a medias: de poemas que se encuentran a medio camino entre la renovación y la repetición de viejas formas. Se liberan, en otras palabras, incorporando algunos elementos vanguardistas, pero también conservan signos tradicionales cercanos al casticismo más reaccionario de la Gruta Simbólica. Veamos, a continuación, algunos ejemplos de esta doble vía.
Por un lado, en cuanto a los temas, se advierten afinidades con algunos de los vanguardistas que he reseñado en el pasado. Jorge Rojas, por ejemplo, en “La Ciudad Sumergida”, se refiere a una “ciudad que entre mi sangre transitoria estás creciendo”; una apropiación de la urbe americana que recuerda la pasión entrañable de Borges a la hora de cantar el arrabal y el tango bonaerense. Carlos Martín, también, en “Territorio Amoroso”, apela a múltiples combinaciones sensoriales (como Luis Vidales lo hiciera en algunos poemas de “Suenan Timbres”), en donde resulta evidente la apropiación del mundo del subconsciente que buscaban las vanguardias: “Enciende sus miradas como llamas,/ me acarician sus llamas como manos,/ deja caer sus manos como lluvias/ y me besan sus lluvias como labios”. Y por último, de la mano de estas influencias temáticas, hay poemas que verdaderamente suenan al Neruda de “Residencia en la Tierra”: “a veces hay auroras que son como banderas”, al García Lorca de “La Casada Infiel”: “alto pecho, bajo sueño,/ en naranjales baldíos,/ con eco de diez canciones/ y llanto destituido”, o al Vallejo de “Los Heraldos Negros”, que apelaba a fórmulas y sentencias religiosas: “eres llena de fuego entre todos mis sueños/ ahora y en la hora de nuestro amor”. El poeta “piedracielista”, en suma, hace una replicación de estilos vanguardistas en boga, sin llegar casi a proponer un ideario temático o estilístico propio.
Es entonces que, de la mano de esta especie de “imitación vanguardista”, a un costado del epígrafe de Huidobro encontramos epígrafes de escritores románticos, como Gustavo Adolfo Becquer (adorado por los de La Gruta), o de Jorge Isaacs y su costumbrismo romántico del siglo XIX. Conviven el presente y el pasado, entonces, en estos “Cuadernos de Piedra y Cielo”. Hay un excesivo uso del símil en estos poemas, los cuales, en su mayoría, siguen una rima tradicional, mientras que, por otro lado, se refieren a tópicos del subconsciente propios de la vanguardia. Poemas en donde se apela a un lenguaje arcaizante, del más puro castellano ibérico, que difícilmente puede abrir senderos que conecten con Huidobro, por ejemplo, más allá de cualquier epígrafe: “Si veis fulgir una ciudad,/ si adivináis un puerto unánime… pensad en mí que yo lo tuve…”.
Los “piedracielistas”, en suma, hicieron una “asimilación conservadora” de las vanguardias. Poetas que no fueron más allá de la imitación de un lenguaje ya elaborado por otros. Neruda y Vallejo llevaron su discurso hasta las últimas consecuencias; los “piedracielistas” se quedaron en el placer imitativo. Es por eso que el “piedracielismo” no supuso una revolución lírica en Colombia; influidos por las vanguardias, pero sin dejar de lado el casticismo más excluyente, ellos acercaron a Colombia al mundo de la revolución, retrotrayéndolo al mismo tiempo al lugar del orden y la tradición.