34. Unas décadas atrás. Discusiones y discursos. 1989

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He leído, en los últimos meses, varios textos de literatura vanguardista colombiana y latinoamericana. Textos que fueron publicados en las primeras décadas del siglo XX; novelas, libros de poemas, de crónicas, que incorporaban a menudo, según he señalado, una crítica al lenguaje “puro” del período literario anterior, conocido como Modernismo. Luis Vidales, Luis Tejada, en Colombia, pretendían tomar distancia de esa “corrección” literaria, de esos “sueños de oro”, apelando a un lenguaje y a unos tópicos transgresores.

Julio Ramos, en “Desencuentros de la Modernidad en América Latina. Literatura y Política en el siglo XIX”, me enseñó que no solamente existían enormes distancias, entre unos y otros, sino también grandes continuidades en el sentido de la formación de “precursores” y “herederos”. En el devenir cronológico, las últimas décadas del siglo XIX, literariamente hablando, resuenan con fuerza en las primeras del siglo XX, en un contacto que se explica en la obra literaria pero también en el trayecto vital de los autores. La compleja formación de un “escritor de oficio”, que enuncia Ramos, deja entrever, en mi opinión, las características que configuraron luego el campo vanguardista de los años 20 en Colombia: “escribir”, dice Ramos, “tras el auge del periodismo en la segunda mitad del XIX, no era ya únicamente una actividad prestigiosa, exclusiva, inscrita en el interior de la cultura alta. Sujeto a las leyes del mercado, el espacio de la escritura se abría a las nuevas clases medias”.

Así, aparece un segmento poblacional nuevo, desvinculado de las élites intelectuales, que en el caso colombiano se erige desde una posición geográfica. Los de la Gruta Simbólica, en efecto, eran en su mayoría bogotanos de raigambre colonial y altos apellidos en una cuidada genealogía; los vanguardistas posteriores (Tejada, Vidales), en cambio, eran humildes provincianos de la región cafetera que se opusieron a esa “literatura de campanario”. Y usaron los periódicos, claro, como plataforma desde donde articular su crítica. Una correspondencia, entonces, entre el pasado modernista y el presente vanguardista, que asume múltiples aristas.

Ramos se refiere, por un lado, a la forma como los escritores finiseculares empezaron a “depender de instituciones externas para consolidar y legitimar un espacio en la sociedad”. Varios alternaban su “escritura literaria” con otras labores que les permitieron ganarse la vida. En Colombia, el caso de los “vanguardistas provincianos” es esclarecedor: Vidales trabajó en periódicos, bancos y departamentos de estadística; de Greiff tuvo labores constantes como contador; Tejada, en su corta vida, practicó la crónica periodística, como Martí. Un espacio: la crónica, que resulta heterogéneo, ambiguo si se quiere, en su doble función de “forma periodística al mismo tiempo que literaria”. Así, cabe la pregunta: ¿Tejada escogió la crónica o fue la crónica, como medio de vida, la que lo escogió a él? ¿Cómo se dio esta relación entre periodismo y literatura en los vanguardistas colombianos? Una forma: la crónica, que Tejada supo poner al servicio de su pluma transgresora, haciendo, como Martí, “una puesta en orden de la cotidianidad aun “inclasificada” por los “saberes” instituidos”. Entre la referencialidad y la imaginación se mueve la voz del cronista: “el gesto antinformativo de la crónica, que continuamente viola las normas de referencialidad periódistica… la ficcionalidad ahí es concomitante a la voluntad de recrear el espacio colectivo precisamente desarticulado por la fragmentación y dislocación urbana”.

En una entrevista, al final de su vida, le preguntaron a Luis Vidales: “¿Cómo compaginó la actividad poética con la estadística?” La respuesta fue esta: “No hay nada separado en el universo… Poesía y estadística son búsqueda de lo secreto o desconocido y la emoción ante el hallazgo es exacta. Basta tener un poco de sensibilidad”. Multiplicidad de discursos que operan dentro de un mismo envoltorio, según Vidales. Una búsqueda similar a la que realizó Martí, obligado por la necesidad de ganarse la vida: “la iluminación martiana”, dice Ramos, “opera en lugares insospechados: crónicas, cartas, apuntes, diarios, anuncios: pequeños textos”. Así, por ejemplo, hablando de la inauguración del puente de Brooklyn, Martí apela al lenguaje de las matemáticas en conjunción con una imaginación literaria que desborda su pluma: “en el lugar heterogéneo de la crónica”, dice Ramos, “Martí asume el discurso otro: la cuantificación, corolario a su vez de una mirada que tiende a racionalizar geométricamente el espacio. Sin embargo, en ese mismo fragmento, la figuración y la dislocación sintácticas proliferan…”. Se trata, como vemos, de la obligación que tiene Martí de informar a los lectores de periódico sobre la inauguración de un prodigio de la ingeniería, la ciencia y la tecnología, y la inserción simultánea en ese texto de un discurso literario que acompaña las cifras que expresan el peso y volumen del puente. “Una representación”, dice Ramos, “que no es desinteresada ni pasiva: supone la lucha del discurso literario abriéndose campo entre los signos “fuertes” de la modernidad”.

Los vanguardistas, décadas más tarde, convivirán con esa “tensión científica”, incorporando ese tópico decididamente en sus creaciones. Vidales dice, en su poema Súper ciencia:

“Por medio de los microscopios

Los microbios

Observan a los sabios”.

El giro vanguardista se opera: el discurso literario tuerce el eje científico y prima sobre ese saber “fuerte”. Son las bacterias las protagonistas en esta dislocación de saberes, no los sabios. La mirada cambia de sentido, muta, en esta inversión de los roles tradicionales. Así, la lucha anterior entre conocimientos, la simultaneidad de códigos, en este caso se transfigura a partir del humor, y la transgresión que provoca la imagen.

La lectura de Ramos, en suma, me hizo pensar que los vanguardistas, a pesar de su espíritu revolucionario, fueron herederos de varias de las discusiones y preguntas que se hacían los modernistas. Existen unas líneas que los conectan en un juego histórico de continuidades y rupturas, de experiencias que se distancian e intenciones que se concretan en el tiempo.

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