El texto de Mihai Grünfeld, Antología de la poesía latinoamericana de vanguardia (1916-1935), categoriza por países la producción lírica de distintos poetas latinoamericanos, como una muestra de la vanguardia literaria en esta parte del mundo. Aparte de los que ya leí: Neruda, Borges, Huidobro, etc., y de otros que aún no he leído pero que figuran en mi lista de lecturas: Maples Arce, Vidales, etc., el autor también incorpora poetas no tan conocidos, nativos de países que no figuraron en el primer plano vanguardista, como Panamá, Ecuador, Nicaragua, Guatemala, entre otros. La sugerencia implícita en esta selección transversal es que la vanguardia fue un proceso histórico que repercutió en la gran mayoría de los países latinoamericanos (quizás todos), y que en este sentido se puede entender como expresiones locales de un movimiento global. Aparte de los flujos trasatlánticos que ya hemos comentado, que nutrieron a los viajeros latinoamericanos en esa suerte de turismo literario por Europa, también es evidente que las nuevas tecnologías, como el avión o el teléfono, supusieron un acortamiento espacio/temporal, una redefinición de las distancias y de las cronologías, que influyó decisivamente en esa interconexión a gran escala.
En el texto de Grünfeld, así, pude leer los textos de poetas desconocidos para mí, y corroborar que las vanguardias latinoamericanas, en sus distintos países, fundaban sus cimientos en un ideario temático común, con matices regionales. Así lo sugiere Grünfeld en la introducción del libro, refiriéndose al “sentido de entusiasmo, fervor y experimentación formal” que nutrió a estos poetas, a través de un nuevo arte pleno de creatividad. Pude corroborar, en el texto de Grünfeld, algunos indicios a los que me he referido en el pasado, como el hecho de que “lo específico espacio-temporal latinoamericano se pierde” (en Macunaíma, por ejemplo), o el caso de las escritoras vanguardistas, como Ocampo o Bombal, y un “lado íntimo y personal de una ciudad que vibra en unísono o en discordia con los sentimientos de nostalgia y ausencia del yo poético”.
Quiero destacar, sin embargo, un fragmento de esta introducción que siento que está en el centro de mis lecturas, y es la mención que hace Grünfeld de “dos polos aparentemente opuestos” en el ideario vanguardista: “por un lado la identificación con los movimientos internacionales, y por otro, el empeño en expresar una cultura propia independiente de la europea”. Creo que en mis escritos esta conciencia binaria ha estado presente, con la necesidad de destacar qué poeta o escritor es, en apariencia, más original que los otros, o por lo menos más creativo desde un saber local. Para Grünfeld se trata de una dicotomía falsa, “falsas posibilidades, porque el artista usa necesariamente modelos, inspirándose en otros artistas de la comunidad nacional o internacional, y a la vez su producto es siempre un testimonio que puede dar voz, además de a sus propios pensamientos, a los de un grupo artístico mucho más amplio, o de la clase social a la que pertenece”.
Así, a pesar de que Grünfeld señala que varios escritores, como Borges, los Andrade, Guillén (los mismos que yo he destacado en mis textos), sí se preocuparon por la originalidad, por el tratamiento de temas nacionales y el aporte específico de Latinoamérica a la vanguardia internacional, esto no quiere decir que estos últimos escritores, en un ranking literario, ocupen las primeras plazas, en detrimento de aquellos poetas que no buscaron esa reivindicación del “color local”. Se trata solo de un asunto más en el análisis, no de una categoría para definir quién es mejor o peor. Teniendo en cuenta este asunto, entonces, ya realicé algunas correcciones de textos anteriores, que espero clarifiquen mi análisis.