Publicidades de cafés en la revista Los Nuevos
Los cinco primeros números de la revista “Los Nuevos”, del año 1925, sugieren un deseo de renovación de la política y la literatura en Colombia, que finalmente se queda corto en sus alcances. En la revista hay denuncia, expresada algunas veces con tibieza; hay intenciones revolucionarias que se acompañan con posturas reaccionarias. Esta especie de ambigüedad se explica a partir de la política del “todo cabe” que se lee en el editorial de la revista: “Los Nuevos como revista amplia en cuyas columnas se pueden decir todas las verdades de cada uno de los del grupo no tiene orientación específica”. Así, teniendo en mente este “todo vale”, desde que sea “nuevo”, la revista evidencia dos contradicciones estructurales en su línea argumentativa. Dos contradicciones que resultaron cruciales para la vanguardia en Colombia.
La primera de ellas tiene que ver con un choque generacional. Los Nuevos criticaban la poesía de los Centenaristas (1910) y de la Gruta Simbólica: “ante el apogeo del calembour de gusto dudoso, mendigo de aticismo y de ingenio, y del chascarrillo de aguda infantilidad, es preciso reaccionar… a eso venimos nosotros”. Ellos, Los Nuevos, pretendían oponer esa vieja literatura de campanario a una nueva manera de decir las cosas, para ocupar un lugar en la Vanguardia literaria y política colombiana. Una Nueva generación, en otras palabras, que intentaba superar a la precedente, refutándola, destruyéndola y luego creando algo Nuevo: “queremos ocupar un puesto de combate en las avanzadas de una generación que está resuelta a asumir un papel enérgico y acaso decisivo en la vida de la República”. Con este fin, entonces, echaron mano de los presupuestos vanguardistas.
M. García Herreros, en su texto “Las letras en Colombia”, publicado en el número 4 de la revista, sintetiza esta búsqueda. “Se buscan nuevas formas e ideas”, dice el autor. La lectura de este documento es sumamente esclarecedora, pues se advierte allí que en la Bogotá de 1925 Los Nuevos conocían la obra de Vicente Huidobro, reconocían el impacto que las vanguardias (usaban este término: vanguardia) ejercieron en el cono sur del continente, sabían de publicaciones como Martín Fierro o Proa, y sabían también que las vanguardias europeas impactaron las artes en general, entre otras cosas. Un reconocimiento exhaustivo de su contemporaneidad literaria, que al final se falsea: “No se grite -como alguna vez se nos acusó- que nos proponemos instalar aquí el futurismo, el dadaísmo, el verso sin rima, sin reglas… No. No somos partidarios de escuela, ni nos proponemos iniciar ninguna tendencia”. El autor, de esta manera, hace una valoración positiva de las vanguardias para luego aclarar enfáticamente que Los Nuevos no quieren hacer parte de ellas. Hay una expresión de tibieza, de mansedumbre: en su afán de superar la vieja generación, García Herreros echa mano de las vanguardias, pero luego no se atreve a llegar a tanto. De hecho, al final del artículo llama a esa agrupación futura, que él propone, “La Falange del Porvenir”. (REVISAR ESTE PÁRRAFO: GARCÍA HERREROS DECLARA UNA INTENCIÓN PARECIDA A LA DE PROA; QUIZÁS, LO QUE QUERÍA DECIR, ES QUE NO PRETENDÍAN IMITAR)
Las vanguardias, de esta manera, son un medio para situar los nuevos aires de la literatura mundial, y contradecir así a los grupos literarios anteriores, pero no son el fin, de acuerdo con García Herreros, que debe perseguir la literatura colombiana. El autor, en suma, echa mano de estas tendencias pero al final se asusta, se devuelve.
Flujos y variaciones que se leen frecuentemente en esta revista, en donde conviven, según dijimos, múltiples discursos, diversos tonos, diferentes formas de decir. Hay referencias a una literatura tradicional, de retóricas pesadas (con epígrafes de autores conservadores como Maurice Barrés), con textos vanguardistas, arriesgados, como el cuento “Los Fantoches” de Luis Vidales, en donde uno de los personajes de la narración se hace preguntas sobre el tema y las características de la historia misma, a la manera de Macedonio Fernández en el Museo de la Novela de la Eterna. Hay una conciencia literaria dentro de la obra literaria (realidad y ficción), en donde lo que de verdad importa es la literatura: “ –Ola! Amigo! ¿tiene usted tiempo? – ¿Para qué? – Para que hagamos un cuento – ¿Cómo?”.
La segunda contradicción tiene que ver directamente con los cafés. García Herreros menciona que el poeta de café está pasado de moda: “El bardo de bohemias y cafés empieza a eclipsarse. Cada poeta es un enterado”. El autor valora la labor solitaria del poeta, que además es un crítico de arte, y no se queda en su tertulia reducida sino que sale y se entera de las últimas novedades artísticas. Una afirmación que, ahora bien, se contradice con la revista misma, en donde aparecen varios textos que dan cuenta del café como lugar de inspiración para los poetas y los personajes de los narraciones que allí se publican; también, el café como un espacio en donde la mayoría de los autores Nuevos escribían, pues hacían parte de la tertulia del Café Windsor: lugar en donde circulaba la información de esa Nueva literatura. Las innumerables menciones a cafés, incluso en publicidades, demuestra la preponderancia de estos espacios en la Bogotá de 1925. Espacios de origen burgués que representaban a la Bogotá moderna: lugares con luz eléctrica, teléfono, orquesta, piano, que maravillaron con su luz hipnótica a los Nuevos poetas. Los cafés, en 1925, no hacían parte, ni mucho menos, del pasado.
En la revista, en suma, se leen artículos o textos literarios en donde palpita una intención de novedad, de sublevación con el pasado y revolución en las formas, que encuentra su contracara inmediata dentro de la misma revista, con artículos que desdicen esas intenciones de avanzada y se estacionan en las viejas formas. En esta política del “todo vale” tuvo cabida la “avanzada”, pero también la “retrasada”.