Recuerdos de la vieja Bogotá: puentes de piedra y hombres de capa
Varias agrupaciones literarias se formaron en la primera mitad del siglo XX en Colombia. Ya hablamos de Luis Vidales y de León de Greiff, “poetas nuevos” que tomaron distancia del modernismo de Silva y de Rubén Darío y apelaron a un lenguaje novedoso, revolucionario, en las letras colombianas. Pues bien, antes de que Los Nuevos publicaran sus primeros textos, ya se había formado otra agrupación: “La Gruta Simbólica”, en el contexto de la guerra de los 1000 días (1899-1902). Con el fin de hacerle frente al toque de queda de esos años (la imposibilidad de reunirse o circular por los espacios públicos de Bogotá), algunos bohemios y poetas se empezaron a encontrar en privado para improvisar algunas rimas, fraguar chispazos humorísticos, recitar sonetos y participar en concursos literarios y obras de teatro. Luego de concluida la guerra, según se lee en el libro “La Gruta Simbólica. Reminiscencias del ingenio y la bohemia en Bogotá”, las reuniones continuaron durante varias décadas, así como la producción poética de los sobrevivientes de la Gruta original ¿Qué tienen en común, entonces, Los Nuevos con La Gruta Simbólica? ¿Qué los distancia? A continuación esbozamos algunas respuestas, con el fin de articular un campo literario que nos ayude a discernir la localización estética de estas agrupaciones poéticas.
Hablemos, en primer lugar, de las características que comparten. La gran coincidencia, quizás, es que los dos grupos se reunían en cafés. Las sociabilidades tenían lugar en estos espacios: allí se reunían, allí improvisaban, allí circulaban las nuevas composiciones y surtía efecto la inspiración; fue allí que varios se conocieron y entablaron amistad, coincidiendo en la articulación de este espacio como eje sobre el cual se organizó la tertulia. El café, efectivamente, les permitió entenderse como grupo y afianzarse como bohemios y poetas, y les permitió también, a los de La Gruta, articular una respuesta a la confrontación bélica en el cambio de siglo. Ante el toque de queda y la muerte, se lee en el libro, buena es la cofradía de amigos, el licor y el chiste. Una característica que supo mantener León de Greiff, según vimos, pues encontró en el café literario de los años 50 una forma de hacerle frente a las prohibiciones, controles y censuras de la dictadura y los gobiernos conservadores.
A su vez, otra característica que comparten Los Nuevos con los poetas de La Gruta Simbólica, es la posición crítica que mantuvieron con otros poetas colombianos. Ellos, como grupo, tomaban distancia de otros grupos literarios contemporáneos o anteriores. A su vez, los dos tenían en cuenta un espíritu lúdico en sus textos; existe una necesidad compartida de entretención, de recreación de la lengua, que en el caso de los de La Gruta se quedaba muchas veces en el chiste de rima fácil o en el doble sentido, sin llegar a las profundidades líricas que se advierten en los poemas de Luis Vidales, por ejemplo.
Por último, en cuanto a las semejanzas, es necesario decir que en los dos casos las mujeres estaban presentes en estos espacios de sociabilidad, en su rol de sirvientas o coperas de los contertulios. Esa era su labor: servir al hombre que crea, al hombre que piensa. También, los de La Gruta pretendían enamorar a estas mujeres a través de simples versos amorosos. Ellas remataban su rol de servidumbre con su función de musas, en donde sus cuellos son de cisne, sus ojos como dos estrellas, etc., haciendo parte de la más simple tradición romántica. La pasividad femenina de las coperas colombianas contrasta con la producción activa de escritoras vanguardistas como Silvina Ocampo o María Luisa Bombal. En Colombia, en cambio, La Gruta no incluía ninguna mujer, y Los Nuevos eran eso: hombres nuevos.
Los Nuevos, recordemos, intentaban distanciarse de un lenguaje tradicional, romántico y modernista; los de La Gruta Simbólica, en cambio, recorrieron el camino opuesto: criticaban con fiereza a los poetas renovadores de la lengua, como Los Piedracieslistas o los mismos Nuevos, y buscaban en el pasado sus raíces literarias. Esta es la primera diferencia entre ambas escuelas. Así se refiere el texto, por ejemplo, a uno de estos poetas de La Gruta, llamado Fray Lejón: “Como poeta de valía que es, no conviene con el piedracielismo; es un admirador sincero de los dos romanticismos: del austero e ideológico de José Eusebio Caro y Rafael Pombo, y de aquel otro vivido y sentido por los poetas que fueron compañeros de su padre”. Entonces, si los vanguardistas colombianos, como Vidales, se entretenían con los timbres y las bombillas eléctricas, a través de un lenguaje nuevo que miraba el futuro, los de La Gruta observaban el pasado con deleite y afincaban sus postulados en los bardos clásicos del siglo XIX, como José Asunción Silva, Miguel Antonio Caro, Victor Hugo o Gustavo Adolfo Becquer. Todo tiempo pasado, para los de La Gruta, fue mejor.
Otra característica que los distancia es el uso que hicieron de los espacios privados. Los de La Gruta, por un lado, empezaron a reunirse en residencias particulares, como las casas de Rafael Espinosa Guzmán y Federico Rivas Frade (un vestigio del siglo XIX, si se quiere, en donde las tertulias literarias se realizaban exclusivamente en la casa de algún miembro del grupo). Luego alternaron estos encuentros con lugares como cantinas, cafés, fondas, piqueteaderos, restaurantes, etc. El libro, sin embargo, es enfático en señalar que “algunos de los contertulios de la “Gruta” jamás frecuentaron aquellos sitios de diversión, y que las verdaderas reuniones de aquel centro de intelectuales jamás tuvieron lugar allí”. El café como un escenario público del exceso alcohólico, del vicio, no se compaginaba al parecer con la raigambre colonial y aristocrática de varios de los miembros de La Gruta. La taberna, la cantina, es un lugar indigno para ellos. Los Nuevos, en cambio, según lo que hasta ahora he leído, se reunían exclusivamente en cafés, y nunca frecuentaron el espacio privado de algún miembro del grupo. Hay un cambio de mentalidad, como se advierte, entre una agrupación y otra, en donde los espacios públicos de sociabilidad resultan cada vez más numerosos y visibles en la ciudad luego de 1910, con la celebración del centenario de la Independencia, y en donde estos poetas nuevos, provenientes de la provincia colombiana, no debían cuidar su “honra” restringiendo sus visitas a estos lugares bohemios que eran mal vistos por los “cachacos” de “alta sociedad”.
En conclusión, La Gruta Simbólica no se puede llamar vanguardia, no solamente porque surge con anterioridad a las vanguardias históricas europeas, sino porque su tradición lírica se afinca, con el paso del tiempo, en el romanticismo y costumbrismo del siglo XIX. Esta gran diferencia, sin embargo, no impidió que se reunieran en cafés, como Los Nuevos, a pesar de la reticencia de algunos de sus miembros. Eso sí: nunca poetizaron el café; ninguno de sus poemas se refiere a este lugar. El café no los hipnotizó, como sí lo hizo a Vidales o a de Greiff.