Changó y Santa Bárbara. Imágenes del santoral yoruba/católico cubano
En el “Cuaderno de poesía negra”, de Emilio Ballagas, resalta una especie de fusión mágica entre distintos instrumentos musicales: bongós, maracas, guitarras, tres, pianos; diferentes ritmos y motivos afrocubanos: sones, rumbas, congas, comparsas, pregones; distintos licores y frutas: ron, melón, caimito, tamarindo; además de las partes del cuerpo de los negros y las negras que se mueven frenéticamente al ritmo de la música: senos, caderas, torsos, piernas. Todos estos ingredientes, digo, asociándose vigorosamente:
Órbitas de nalgas lentas, blandos torsos de caimito.
(Peces de sueño navegan el mundo de las caderas.)
Eclípticas encendidas de pereza ciñe el trópico
y la noche vigorosa con caderas de guitarra
enseña como una negra su dentadura de estrellas.
Las expresiones del cuerpo traen una memoria ancestral. Bajo los pregones y comparsas de negros y mulatos, de negras y mulatas, en la Cuba de Ballagas, se expresan saberes que lograron transmitirse no por vía escrita, sino en forma de bailes y movimientos corporales que guardaron tradiciones transcontinentales. “Siguiendo a Gruzinski”, dice la historiadora colombiana Adriana Maya, “podría sugerir que la gestión intelectual de lo real en el Caribe, parece haberse constituido sobre una inteligencia de los sentidos y de la corporalidad. Esta hipótesis adquiere mayor relevancia si se tiene en cuenta que, según la legislación colonial, el esclavo era un objeto, una mercancía o un bien mueble”. Así, los bailes y las expresiones del cuerpo eran una forma de resistencia al cautiverio, pues convertían al cuerpo y a sus pasiones en fortín y estandartes de la reconstrucción de la sexualidad y, por ende, del ser “persona”, aun viviendo en calidad de “esclavos”. Un ejercicio, entonces, de resistencia y de memoria histórica que retoma Ballagas al recrear estas comparsas musicales:
Y la mira el congo, negro maraquero:
suena una maraca. Y tira el sombrero!
Retumba la rumba,
hierve la balumba…
Se asoman los muertos del cañaveral.
En la noche se oyen cadenas rodar.
Rebrilla el relámpago como una navaja
que a la noche conga la carne le raja.
Cencerros y grillos, güijes y lloronas:
cadenas de ancestros… y… ¡Sube la loma!
El cuerpo, en estos versos, se yergue como intermediario entre el ser humano y tradiciones ancestrales sagradas, además de que explica fenómenos de la naturaleza. Pero no se trata solo del cuerpo. La corp-oralidad, desde su conformación etimológica, sugiere la verbalización lingüística de una memoria que se transmite por generaciones. Tradición oral en donde se incorporan distintas lenguas (y a partir de allí distintos saberes), y a la que apela Ballagas en otros fragmentos de su libro:
“Emaforibia yambó.
Uenibamba uenigó.”
¡En los labios de caimito,
Los dientes blancos de anón!
La comparsa del farol
Ronca que roncando va…
Y… ¡Sube la loma!… Y ¡dale al tambor!
Sudando los congos van tras el farol.
(Con cantos yorubas alzan el clamor.)
Ballagas, en conclusión, está muy cerca de Guillén, claramente, pero también muy cerca de los dos Andrade brasileños. Esta memoria ancestral, multiétnica, “tupí or not tupí”, por medio de la cual se intenta recrear una memoria cubana o brasileña, un modo de ser, un color local, no la percibí en los textos vanguardistas chilenos, que recorren otros caminos, con una experimentación lúdica por medio de un lenguaje evidentemente novedoso, pero sin fines reivindicatorios de las poblaciones locales ¿Qué sucederá ahora, que empiece con los textos de autores argentinos?