Imagen: Café Royal-Keller. Grupo Florida
Caricaturas de Borges, Evar Méndez, Oliverio Girondo,
Macedonio Fernández y Ricardo Güiraldes, entre otros
Buenos Aires, en el espectro latinoamericano, es la ciudad en donde con mayor profusión y fuerza se arraigaron los cafés y, en este orden de ideas, las tertulias literarias. En las primeras décadas del siglo XX abundaban este tipo de espacios en la ciudad, destinados al encuentro cotidiano: a las sociabilidades urbanas. En el Museo de la Novela de la Eterna se lee la importancia de estos escenarios en el trayecto literario de Macedonio Fernández, y la preponderancia que tuvieron estos encuentros en la elaboración de su teoría personal del arte. Veamos.
En el prólogo que lleva por título “Andando”, en primer lugar, Fernández se refiere a la posibilidad de haber hecho ““la novela salida a la calle” que yo proponía a jóvenes artistas… escenas de novela ejecutándose en las calles… en veredas, puertas, domicilios, bares, y creería ver “vida”, el público soñaría al par que la novela pero al revés: para ésta su vigilia es su fantasía”. En sus conversaciones de café el autor conjetura, junto con otros vanguardistas, sobre las características que tendría esa novela “conversacional”; una novela urdida en la tertulia literaria, en donde los diálogos e intercambios de esa noches de bohemia se convierten en “la materia literaria por excelencia, la confesión, la reflexión, el discurrir de una obra”, en palabras de Fernando Rodríguez Lafuente. El café, así, además de ser un espacio de inspiración para estos literatos vanguardistas, también es el lugar en donde la “verdadera” novela se hace, y la performatividad de su lenguaje adquiere validez.
El café, valga decirlo, es el espacio de lo ambiguo. Entre la calle y la casa; entre lo privado y lo público; íntimo pero accesible para todos, es el escenario perfecto para que la musa aparezca. Un espacio liminar, como decíamos antes con Borges, que sirve de tránsito, pasaje o umbral hacia lo desconocido. En la experiencia de los vanguardistas latinoamericanos el paso por el café es fundamental, pues éste les permite divagar, controvertir, cambiar, elucubrar, alucinar, crear.
En algunos pasajes de la Novela de Fernández, por otro lado, reconocí las voces de otros escritores vanguardistas latinoamericanos. La voz de Borges se escucha nítida, además de que éste último cita a Macedonio en varios de sus poemas: “Leer a Macedonio Fernández con la voz que fue suya”, “Recuerdo a Macedonio, en un rincón de una confitería del Once”. Este último recuerdo en el rincón de un café, en un barrio de Buenos Aires, nos refiere la imagen perdurable de las conversaciones urdidas en las mesas de estos recintos mágicos: en el recuerdo posterior de Borges, Macedonio está allí, siempre. Ese es el recuerdo que sobrevive. Una propuesta que se inscribe en la “novela de artistas”, de acuerdo con Rodríguez Lafuente, quien rescata dos textos vanguardistas del momento: El movimiento V.P., de Cansinos-Assens, y el Café de Nadie, de Arqueles Vela.
Las tertulias de café, podríamos resumir, se unen inextricablemente a la consolidación de las vanguardias latinoamericanas. Un pensamiento que nos recuerda al poeta colombiano Luis Vidales, y su libro Suenan Timbres. Vidales, como Macedonio, también recogió la disputa entre dos posibilidades literarias: modernistas y vanguardistas en el caso colombiano, “enternecientes” e “hilarantes” en el caso de la Novela. Vidales, como Macedonio, se nutrió de la ciudad burguesa, con timbres, tranvías y teléfonos, tal y como hace Fernández con sus enumeraciones: “…corridas, timbres, frenos, guardas, inspectores y el vigilante…”. Vidales y Fernández tematizan el café, erigiéndolo como el lugar de la tergiversación elocuente. El café… símbolo vanguardista.