Tras leer Réquiem por un campesino español de Sender me quedé con sensaciones contradictorias. Por un lado, me resultó interesante el modo en que el narrador construye los distintos poderes institucionales a través de sus personajes. Creo que es importante subrayar que Réquiem expone una denuncia bien articulada en torno a la sutil connivencia de la iglesia católica con los poderes fácticos que desmantelaron las conquistas sociales de la Segunda República con una contrarrevolución virulenta.
Por el otro, me dio la impresión que en la trama se evidencian las limitaciones típicas que conlleva la estrategia de la alegoría: tal vez a excepción de Mosén Millán, todos los personajes parecen símbolos vaciados de subjetividad, de singularidades: el zapatero, «librepensador a medias», alude al trotskista que «tenía que estar en contra del que mandaba, no importaba la doctrina o el color»; don Valeriano y don Gumersindo remiten a la pequeña burguesía amenazada por la inestabilidad socio-económica imperante durante el proyecto democrático más ambicioso de la historia de España hasta entonces; Paco del Molino alude al hombre común, el campesino u el proletario puro, el republicano bondadoso e incorruptible, que alcanza el poder político sólo temporalmente hasta ser fusilado por el sector social cuyos intereses buscaba transformar en aras del bien común.
En este sentido, la manera en que el poder eclesiástico es representado me hizo pensar en términos de lo que Pierre Bourdieu llama «el campo dominante-dominado»: Mosén Millán, epítome de la iglesia católica, ejerce una influencia sobre el pueblo que sin dudas podemos considerar «dominante». De forma simultánea, sin embargo, tal y como podemos observar sobre todo en el momento en que termina por delatar el paradero de Paco, Mosén Millán se encuentra «dominado» por el poder político y militar, supeditado a su vez por el poder económico. Una muestra de esta condensación puede hallarse en Don Valeriano, el terrateniente que a través de un golpe deviene en alcalde, como reacción a que sus intereses se vean amenazados por el gobierno popular de Paco.
En cambio, Mosén Millán (cuyo nombre me recordó a Millán Astray, el coronel que acuñó la célebre sentencia franquista de «Viva la muerte») me pareció una figura rica, ambigua y repleta de matices, con la que sin embargo me resultó difícil identificarme. Sin embargo, creo que sus ambivalencias morales le otorgan cierta subjetividad, cierto carácter más humano que parece escasear en el resto de los personajes que protagonizan la novela.
A nivel de la forma, me dio la sensación que no sólo la misa que planea celebrar el cura en honor a Paco sino también la misma novela funciona como un réquiem, cuyo componente musical se ve citado en el paratexto que acompaña la novela: los versos del romance que tararea el monaguillo. Así parece indicárnoslo también el tono elegíaco y nostálgico con el que Mosén Millán evoca los distintos eventos biográficos de Paco así como la estructura sintáctica recurrente con la que trabaja el narrador, que suele privilegiar el verbo antepuesto al sujeto de forma sistemática. Una estructura que tiene algo de letanía: «Recordaba el cura aquel acto», «hablaba el cura de las cosas más graves con giros campesinos», «iba Paco a menudo a la iglesia», etc. En otro nivel, me parece destacable apuntalar que las elecciones léxicas del narrador parecen perseguir cierta sobriedad, cierta austeridad, que rehuye la adjetivación de forma constante.
Por último, me parece relevante remarcar otros dos hechos de la novela. Por un lado, la mula que se instala en la iglesia me hizo pensar en el concepto del «retorno de lo reprimido» de Freud: Paco reaparece distorsionado, en forma de un animal (una mula, además, que evoca los atributos de testarudez que caracterizan al héroe republicano de la novela), pese a que había sido ejecutado un año antes, como si fuera un elemento del inconsciente que la psique no sabe gestionar y que regresa espectralmente mientras el conflicto quede irresuelto. Por otro lado, me llamó la atenció el hecho de que al réquiem de aniversario de la ejecución de Paco sólo acudan sus verdugos intelectuales. ¿Nos habla esta arista de la novela sobre el sentimiento de culpabilidad de los vencedores, que buscan expiar sus responsabilidades peleándose por pagar la misa de su víctima, como si de reservar una porción de cielo se tratase? ¿O más bien nos está enfatizando el divorcio entre la institución eclesiástica y el traicionado pueblo llano, que abandona la iglesia por haber sido incapaz de garantizarle protección?