Ema, la cautiva (1981). César Aira

Ema, la cautiva de César Aira

 Narrada en trece partes y veintitrés capítulos, la historia de Ema comienza con un viaje en el que una comitiva de soldados y oficiales lleva una carga de presos, mujeres y niños, hacia el fuerte de Pringles. Ema y su hijo Francisco, aún de brazos, hacen parte del convoy.

Siguiendo el destino de las mujeres que viajan en este tipo de caravanas hacia el desierto, la joven es mostrada inicialmente como un objeto sexual o bien, una pieza de intercambio o de circulación. Ema es ofrecida por el teniente Lavalle al ingeniero francés que viaja en el convoy y es tomada por él mismo antes de llegar al fuerte de Azul. Ya en Pringles vive temporalmente con el teniente Paz y éste la cede al soldado Gombo, un gaucho. En ese tiempo, Ema tiene un amorío con un indio manso, Mampucumapuro. Embarazada y con el niño en brazos es llevada por un indio extranjero durante un malón y entra así al mundo de los nómadas del bosque para circular como mercancía o como un elemento más entre los que precariamente acumulan los hombres indígenas. Ema es vendida a un Cacique del sur, Dodi. Posteriormente es cedida, apetecida y tomada por otros hombres de distintos grupos indígenas y de diversas dignidades: El príncipe Hual, un guerrero innombrado, Evaristo Hugo, ministro de la corte de Catriel, y un ingeniero zoólogo de un criadero de faisanes.  Tres años después del malón, por iniciativa propia y sin que nadie se lo impida Ema regresa con sus hijos Francisco y dos niñas a Pringles, donde vive temporalmente con un teniente y sus otras mujeres, y tiene amantes.

Toda la experiencia de Ema en el sur es usada en un proyecto con el que no sólo cambia su vida sino la de otros. Sin pizca de la fragilidad que la describía al comienzo de la historia, usando los saberes del mundo indígena y las oportunidades de una mediana legalidad establecida en el fuerte, organiza desde casi nada un criadero de faisanes, una empresa que da a Ema y a muchos jóvenes indios un horizonte distinto en el sur.

La historia de Ema, ocurrida en el siglo XIX es contada por un narrador del siglo XX. Un narrador extradiegético-heterodiegético, que juega con los elementos de una narrativa de cautivas, ya inscrita en la literatura nacional argentina: El hombre blanco, generalmente un militar, su esposa blanca y el indio de la pampa que la ha capturado en un malón. Se trata de una reelaboración de estos elementos dirigida a un lector contemporáneo consciente de la tradición que origina esta escritura. La distorsión y la exageración predominan en el relato.

Los hombres blancos abundan en la especie del soldado o del oficial, pero aquí han perdido los atributos que ennoblecen su oficio. Los militares no son valientes, no buscan el honor, no defienden la libertad, la patria, la religión, los valores de la civilización, que describen obras como La cautiva de Echeverría o el pasaje sobre Lucía de Miranda de Ruy Díaz de Guzmán en La Argentina (manuscrita). Se introduce al extranjero europeo como observador de esas carencias, como testigo de la pérdida de civilidad que el viaje hacia el sur conlleva; hecho que puede ser visto como ilustración de uno de los puntos descritos por Sarmiento en Facundo: la normalidad de la barbarie en las pampas, una barbarie de barro, que todo lo mancha: no hay educación, no hay religión ni puede haberlas, no hay instinto de trabajo eficaz, la pereza reina. Los blancos, en su mayoría, han asumido el talante pampeano así descrito.

Los indígenas, generalmente asumidos como una entidad, como una unidad, son en esta novela mostrados con un detalle inigualable. Son tan diversos, que incluso la palabra extranjero parece renovarse dentro de esta tradición literaria, pues se refiere a los indios de los distintos reinos que habitan y transitan el bosque, no al europeo, por ejemplo. No es sólo la cantidad lo que entra en el juego del narrador, sino las cualidades de los indios. Son presentados con detalles que parecen más propios de los indios de la conquista, que de los del siglo XIX: su desnudez y sus decoraciones son descritas tan minuciosamente, que se creerían el reporte de quien los ve por primera vez.

Por otra parte, Ema es la pieza más elaborada de este juego de distorsiones. No tiene ningún rasgo que la iguale con otras cautivas: no es blanca, no está casada con un hombre blanco, no representa valores femeninos impresos sobre las otras cautivas como la castidad, la fidelidad, el valor para defender a su hombre ofreciendo y arriesgando su propia vida (Lucía, en la crónica de Díaz y María, en el poema de Echeverría). Sin embargo, sí se la ve afectada por la ausencia de su hijo, hecho que se ha reportado en las cautivas que han permanecido varios años con los indios (Marta Riquelme y Nieves (Lincomilla), en los relatos de Hudson y Cunninghame Graham), convivencia que marca una transformación de la narrativa de cautivas. Duval afirma de Ema “no era la clase de mujer que podría salvar un hombre” (43) y el único pasaje en la que se le ve afectada por la melancolía es durante su breve unión con Dodi, mientras su hijo se hallaba perdido (127). La caracterización de Ema, humaniza profundamente a la mujer de esta narrativa: se la ve en actividades cotidianas reales, cocinando, atendiendo a sus hombres y a sus hijos, es corpórea, ella come, fuma, bebe, duerme, hace pereza, se cansa, siente frío, dolor, crece, su cuerpo cambia y cumple todas sus funciones fisiológicas, incluyendo el sexo, la procreación, el amamantamiento.

Es difícil pensar en Ema como una cautiva. Como en el poema de Echeverría, el título de la obra miente. En aquel caso María es una fugitiva y en éste, Ema dista mucho de poseer los rasgos y valores que harían de ella una cautiva. Su indiferencia ante su lugar en el mundo, su falta de principios de alguna especie aparte del instinto maternal, la alejan de esa categoría. Su ser de cautiva se reduce a un rumor, Hual “no recordaba quién le había dicho que era blanca” (127).

No falta en la historia el episodio de un malón, pero la escena se opone a la narración y a la representación pictórica de los malones y raptos de mujeres en muchos aspectos. La piel oscura de Ema, su maternidad (está embarazada y carga a su hijo) ayudan a crear una imagen distinta del malón. Es un indio solitario, rezagado en la tormenta, el que la recoge en un acto que parece más una salvación que un arrebatamiento violento: “La luna había salido solamente para mostrarle a Ema la mirada del salvaje, que vino hasta ella y se inclinó, sin apearse: la tomó por debajo de los brazos y la sentó en el cuello del potro. Un instante después, el árbol volaba” (109).

Y definitivamente aquello en lo que esta historia resulta incomparable a las demás en darle un horizonte a la mujer, muy distinto a todo el que se ha trazado hasta entonces. No hay fin trágico para Ema, no muere ni se enloquece, por el contrario no sólo toma las riendas de su propia vida, sino la de los demás, a través de una actividad en la que ella hace del mundo lo que el mundo ha hecho de ella, una ficha de circulación.

Aparte del tratamiento renovador de los personajes de la narrativa de cautivas, es decir, el que los soldados no tengan disciplina ni principios, que los indios tengan una sociedad funcional, saberes y normas, si bien distintas de las de la civilización del criollo, y del hecho de que la cautiva no lo sea y se oponga radicalmente a cualquier modelo; lo notable es que en la narración esta distorsión se lleva al extremo: los vicios de los soldados son enfatizados una y otra vez, la parsimonia y dedicación a las cosas decorativas, en fin, los usos del ocio de los indígenas y los rasgos que hacen de Ema una mujer son conmensurablemente mayores a cualquier otra historia. Todo es exagerado: el número de soldados que no hacen honor de las virtudes militares, el número de indios que aparecen en la vida de Ema, y el lugar hasta donde Ema conduce su propio destino, inverosímil para un personaje tan elemental como ella.

Sin embargo, la exageración no se reduce a la caracterización de los personajes, pues la naturaleza, el escenario en el que ocurre tantas veces el cautiverio de mujeres, ese otro elemento esencial de la narrativa de cautivas, es también caracterizada con intensidad. Pero ese es tema de otro reporte.

 

BIBLIOGRAFÍA

Aira, César. Ema, la cautiva. Barcelona. Mondadori: 1997

Cunninghame Graham,  R. B. “The Captive” en Hope (1910). Acceso on-line

De Gandía, Enrique, ed. Ruy Díaz de Guzmán. La Argentina. 1612. Madrid: Historia, 1986.

Echeverría, Esteban. El matadero. La cautiva. 11 ed. Madrid: Cátedra, 2009

Hudson, W.H. “Marta Riquelme” en Tales of the Pampas (1902). New York: Alfred Knopf, 1916: 175-228.

Sarmiento, Domingo Faustino. Capítulo 1 “Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra”. Facundo. (1945) Buenos Aires: Editorial Kapeluz, 1971: 67-85.

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1 Response to Ema, la cautiva (1981). César Aira

  1. ines arteta says:

    Muy bueno. Faltaría “El placer de la cautiva” de Brizuela?

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